Un día como hoy, 4 de agosto, pero de 1967, Casa de las Américas dejaba sellado el primer Encuentro Mundial de la Canción Protesta. Cantores de lenguas diversas y un espíritu común habían alzado sus voces por la paz, la libertad, la justicia social, la vida, el amor. Nombres como Daniel Viglietti, Raimon, Isabel y Ángel Parra, Carlos Puebla, Oscar Chavez, Martha Jean Claude, Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Peggy Seeger, Raimon, Barbara Dane, Elena Morandi, entre otros (rebasando el medio centenar), protagonizaron aquellas dos semanas de intercambio de canciones sentidas y con sentido, acuñadas como “Canción Protesta” y sintetizadas conceptualmente con el cartel “La rosa y la espina” de Rostgard.
A 45 años de aquel suceso fundador esa canción poética, honesta, desafiante, heredera de la esencia espiritual de los pueblos, se hace más necesaria, imprescindible para preservar la especie humana, para acompañarla en su lucha cotidiana por salvarnos de la ferocidad creciente que impone la crisis universal, económica, de valores, impuesta por una sociedad de consumo que globaliza el egoísmo, la ambición, la ignorancia, la desmemoria.
A 45 años de aquel suceso fundador esa canción poética, honesta, desafiante, heredera de la esencia espiritual de los pueblos, se hace más necesaria, imprescindible para preservar la especie humana, para acompañarla en su lucha cotidiana por salvarnos de la ferocidad creciente que impone la crisis universal, económica, de valores, impuesta por una sociedad de consumo que globaliza el egoísmo, la ambición, la ignorancia, la desmemoria.
Yo canto a la chillaneja
si tengo que decir algo
y no tomo la guitarra
por conseguir un aplauso.
Yo canto la diferencia
que hay de lo cierto a lo falso.
De lo contrario, no canto.
Violeta Parra
Las redes tejen sueños para subastas
Asumir un modo de vida, o incluso una proyección cultural, es un acto de rebeldía. En nuestros días la seudocultura consumista tiene tomado los medios masivos universales amenazando con extinguir las culturas, los rostros, la individualidad. Es un proceso desmedido de control que arrincona las expresiones artísticas más auténticas y las suplanta por ese arte apócrifo comercial, hecho a base ecuaciones para estimular los sentimientos y sensaciones primarios; proceso que siembra hábitos simplificadores, que van podando al ser humano de su capacidad creativa, de su necesidad de descubrimiento, de crecer hurgando en las esencias de la vida y la naturaleza en interacción con la obra de arte.
El fin es práctico: convertir al ser humano en un ente descerebrado, que solo responda a formulas primarias preestablecidas de comunicación, con códigos sonoros elementales, frases hechas, con alto grado de cursilería o hasta grosería —igualmente en grado primitivo— vendida como irreverencia. Convierten así en símbolo de libertad “el mundo moderno” diseñado como una gran feria de ilusiones, en el que no existe pasado, ni raíz, solo modas: la vida pendiente del último producto, ese que incesantemente fabrican para tenernos en vilo y que no es más que una variante mínima, o incluso falsa: la misma zanahoria que colgaba de la vara el día anterior, con otro barniz.
Noel Nicola, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés |
Sin darnos cuenta, nos vamos despojando de todo rasgo identitario, para ser el hombre (o la mujer) global, que goza de moverse plácidamente por el gran mundo que no es más que una tienda plagada de marcas y etiquetas. Te acostumbras a vivir en esa tienda en la que —deslumbrado por tanta lentejuela—, te olvidas de salir. Cuando te das cuenta de que tantas voces sobre ti gritando opciones, no son más que variantes mínimas del ruido, y empiezas a sentir la asfixia, no sabes salir, no puedes, ya eres uno de los maniquíes incapacitado para habitar del otro lado de la vidriera, eres ajeno al mundo real.
La cultura chatarra se apropia de los términos, los ajusta a su conveniencia, los convierte en slogans, y así despojados de su sentido, nos invade con ellos. Llegan así a hacernos incluso lo contrario a su naturaleza. Por obra y gracia de la avanzada mercadotecnia, puede llamarse Rebeldía a lo que en verdad no es más que la sumisión a un poder que nos desmoviliza, nos amolda a un círculo vicioso existencial, despoetizado, despersonalizado.
La cultura chatarra se apropia de los términos, los ajusta a su conveniencia, los convierte en slogans, y así despojados de su sentido, nos invade con ellos. Llegan así a hacernos incluso lo contrario a su naturaleza. Por obra y gracia de la avanzada mercadotecnia, puede llamarse Rebeldía a lo que en verdad no es más que la sumisión a un poder que nos desmoviliza, nos amolda a un círculo vicioso existencial, despoetizado, despersonalizado.
Ley “natural” en la sociedad de consumo. Las grandes transnacionales que dominan la economía, poseen —por supuesto— los grandes canales de comunicación. Unas cuantas familias en el mundo son dueñas de los macro negocios y entre ellos —con especial interés— de los medios que les permiten que esos negocios funcionen: los grandes circuitos de arte e información, con lo cual controlan las mentes. Modas, cine, tv, música, deportes, son núcleos de poder mediante los cuales los vendedores nos convierten en animalitos consumidores. Se trata, en síntesis, de una cultura impuesta por los vendedores para que seamos cada día más compradores. Para ello necesitan que el ser humano se desviva por los objetos, que solo piense en TENER y olvide su SER; imponen el “vales según tengas” suplantando el “vales según eres”; en pos de ese objetivo han ido creando un mundo virtual de sensaciones fuertes, de lentejuelas, marcas y etiquetas para deslumbrar; estrellas de una feria de ilusiones para que los pobres mortales se enganchen con el sueño de ocupar un puesto en el cielo divino. Para que se cumpla el maleficio es imprescindible que seas un estúpido(a), que no pienses, que tu “cultura” sea precisamente esa de príncipes y cenicientas, de autos de última marca, de castillos encantados con piscinas, de banquetes y futbolistas que se casan con modelos de pasarelas, de artistas que asisten al coctel de una X duquesa, en fin que encierres tu espíritu en las vidrieras de las tiendas. O sea que este negocio de los poderosos consiste en que seas un imbécil, amorfo, individualista, y —mira qué curioso— sin individualidad, desmovilizado de lo que ocurre en el mundo real.
Mercedes Sosa |
Han desatado progresivamente su seudocultura, para suplantar el arte auténtico que pone en peligro este descerebramiento, pues la cultura auténtica te da la capacidad de poetizar, de mirar y sentir con profundidad, de pensar y vivir de una manera más libre; de lo que se deduce que dejas de ser un animalito del circo y pones en jaque sus negocios pues pasas de ser ese consumidor anormalizado a un ser racional, que no cae en las redes de las tonterías primitivas de los spot comerciales. Por ende, todo lo que sea poético es Satanás para esos grandes poderes.
Artes como el cine, o la música están en el centro de esa maquinaria robotizadora, por la sencilla razón de que son las artes más populares. De ahí tanto volumen de cine mediocre hecho con alta tecnología y tanta música pastosa con ínfulas de “universal”; de ahí que los valores auténticos de todos los rincones del mundo viven underground, sin acceso a esos grandes circuitos promocionales. La inmensa mayoría de la música no pasa por esas grandes cadenas, de ahí que el verdadero arte haya quedado en el plano de alternativo, proscrito y etiquetado como elitista, ajeno a los intereses de las grandes masas; cuando se trata de lo contrario, la cultura genuinamente popular. Lo que se consume, por ejemplo, en materia musical, y lo que conocen, por ende, las mayorías es la bazofia comercialoide. Los grandes creadores son desconocidos; incluso los que en sus países logran fama, no entran a los medios de circulación globales.
Baile y sexo sin cabeza
La seudocultura consumista nos enseña que bailar es brincar por instinto, con ruidos más o menos cíclicos, sin importar ninguna información que emita esa música; o sea que no medie espíritu alguno; simplemente se trata de liberar energía física, lo que han acuñado como adrenalina (que ha pasado a ser la esencia de la existencia: adrenalizarse) haciendo uso únicamente de tu cualidad de mamífero, como cualquier otra especie del ramo. O sea que se ha desterrado el baile como expresión de un saber, y de un comunicar con sutilezas del cuerpo deseos, virtudes, como una extensión de la música y que lleva, por ejemplo, a dos seres a transitar por un goce supremo, cuando la armonía de los cuerpos van entablando un diálogo poético que proviene de compases y versos de una música afín, por senderos transitados por esos espíritus.
El sexo, en esa seudocultura consumista, consiste en la velocidad en que muevas la región pélvica, lo cual no nos diferencia mucho de las batidoras. Por ese camino no nos extrañemos de que un día nos vendan expertos sexuales, tal vez de marca “buenas hojas” para triturar alimentos y hacer un buen batido de mamey. Incluso, como parte de la mercadotecnia sexual, se venden todo una serie de aditamentos que van desde órganos sexuales de goma, computarizados, con delirio virtual incluido, hasta una cámara de torturas, digna de las SS nazis (o lo vecinos del Norte, exportadores de instrumentos de horror marca Condor), incluyendo capuchas de verdugos, con lo cual suplantan —una vez más— el espíritu, la capacidad de poetizar, que es la única que en realidad hace que dos seres vuelen cuando hacen el amor. O sea que la relación sexual consumista, aparte de depender de la marca de calzoncillos, cremas o peinados, o del modelo de cama en que se efectúe, es un acto puramente físico, en el cual los dolores supremos suplantan la poética búsqueda de dos almas investigando sensibilidades y sueños cuerpo adentro. El slogans viene siendo el mismo del baile, brinca que te brinca y espera a que el cuerpo afloje; si se demora la cosquillita, golpea o pide que te peguen; si no te basta, tengo porras y manoplas, cadenas, punzones, alambre de púas, picana y todo de buena marca, para tu placer extremo. Y todo esto dentro de un empaque publicitario que nos vende al turista del primer mundo como las maquinarias sexuales latinas, con un seudofolklore que nos asocia a mar, mulatas, ron, tabaco, y meneadores de cintura fogosos, tontos, incultos; el macho o hembra “sabrosos” como animalitos carnales para consumo sexual de ocasión para razas superiores.
El sexo, en esa seudocultura consumista, consiste en la velocidad en que muevas la región pélvica, lo cual no nos diferencia mucho de las batidoras. Por ese camino no nos extrañemos de que un día nos vendan expertos sexuales, tal vez de marca “buenas hojas” para triturar alimentos y hacer un buen batido de mamey. Incluso, como parte de la mercadotecnia sexual, se venden todo una serie de aditamentos que van desde órganos sexuales de goma, computarizados, con delirio virtual incluido, hasta una cámara de torturas, digna de las SS nazis (o lo vecinos del Norte, exportadores de instrumentos de horror marca Condor), incluyendo capuchas de verdugos, con lo cual suplantan —una vez más— el espíritu, la capacidad de poetizar, que es la única que en realidad hace que dos seres vuelen cuando hacen el amor. O sea que la relación sexual consumista, aparte de depender de la marca de calzoncillos, cremas o peinados, o del modelo de cama en que se efectúe, es un acto puramente físico, en el cual los dolores supremos suplantan la poética búsqueda de dos almas investigando sensibilidades y sueños cuerpo adentro. El slogans viene siendo el mismo del baile, brinca que te brinca y espera a que el cuerpo afloje; si se demora la cosquillita, golpea o pide que te peguen; si no te basta, tengo porras y manoplas, cadenas, punzones, alambre de púas, picana y todo de buena marca, para tu placer extremo. Y todo esto dentro de un empaque publicitario que nos vende al turista del primer mundo como las maquinarias sexuales latinas, con un seudofolklore que nos asocia a mar, mulatas, ron, tabaco, y meneadores de cintura fogosos, tontos, incultos; el macho o hembra “sabrosos” como animalitos carnales para consumo sexual de ocasión para razas superiores.
La música rebelde
Los grandes circuitos globales —que no solo son los medios masivos, también los circuitos recreativos, vallas, carteles, en fin todo lo que circunda al ser humano—, van diseñando un modo de vida, donde impera una filosofía, implícita, (ya explícita) que deja claro cómo debes vivir, cómo comportarte, cómo divertirte… han logrado construir una prisión universal invisible; verdaderos patrones mundiales que no solo han arrasado culturas sino despersonalizado a buena parte de la humanidad. Basta ver los prototipos de seres, con tantos rasgos comunes sin sustento espiritual, en cualquier capital del mundo. Es la globalización pero no la solidaria, la de internacionalizar culturas diversas para enriquecernos unos de otros, sino la de convertirnos en seres sin rostros, sin personalidad, seres empobrecidos con tapaojos, de espíritu nulo, sin pasado ni futuro, elementales, robotizados.
¿Quién dijo que todo está perdido?
yo vengo a ofrecer mi corazón
¿Quién dijo que todo está perdido?
yo vengo a ofrecer mi corazón
Fito Páez
A pesar de la ferocidad de esa mundialización de seudocultura plástica, bajo tierra ha sobrevivido la cultura auténtica de los pueblos, desarrollándose como resistencia, porque el ser, para mantenerse y crecer como humano, necesita de la poesía. Y la globalización de esas tecnologías en función de dominarnos, ha ido creando también, sin quererlo, su virus, su antídoto. En su desmedido afán de globalizar el egoísmo se han acortado las distancias entre uno y la persona más lejana en el planeta.
De ahí que los contactos crecen y los artistas que tenemos en nuestros pequeños círculos pueden llevar sus obras lejos; los microcircuitos rebeldes se entrelazan y surgen las redes de un pensamiento descolonizador. Vamos descubriendo la farsa que nos han vendido por arte; la “música” que deja de ser música, cuando escuchamos a los reales valores de los pueblos. Ha ido emergiendo un mercado subterráneo de arte que los rebeldes de los pueblos intercambian. Sumemos nuestras voces, toquemos a las puertas de las almas y entreguemos un verso; conspiremos, digamos con José Martí:
A mí vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior.
A mí vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior.
Escribo de Portugal. En la festividad de la Casa de las Américas, la primera, fue Luis Cilia de cantautor portugués. Cuenta con algún documento que dice en estos días y el festival e este en Cuba, o incluso foto? Tengo una foto del cantante Luis Cilia delante de Fidel cantando, en el primer festival.
ResponderEliminaragradecido
Escribo de Portugal. En la festividad de la Casa de las Américas, la primera, fue Luis Cilia de cantautor portugués. Cuenta con algún documento que dice en estos días y esta fiesta en Cuba, o incluso foto? Tengo una foto del cantante Luis Cilia de frente a Fidel, cantando en el primer festival.
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