Este viernes 11 de octubre, el teatro Coliseo de Buenos Aires nos dará al Sur un acontecimiento: Liliana Herrero y su grupo presentarán en concierto el disco “Maldigo”. No podré estar allí, tuve que regresar ya a La Habana. Tampoco pude estar, por un pelito, en el concierto de premier en La Plata; llegué a la Argentina en la madrugada tras la noche del primer concierto. Volaba hacia allá mientras ellos tocaban. Esto, que en principio puede parecer un alarde de mala suerte, resultó todo lo contrario.
Se esbozaba el frío amanecer de llovizna cuando me recibió (bajo ordenes estrictas de María emitidas desde el Centro Pablo) Marito Santucho en el aeropuerto de Ezeiza. Le había propuesto irnos para su casa hasta el mediodía, pero él me dijo que directo para Boedo, que Liliana me estaba esperando. No tuvimos que tocar a la puerta, en efecto, bajando las maletas abrió la puerta con su abrazo, ofreciendo su hogar como suele ser ella, sin medias tintas. Físicamente estropeada, ante tanta carga liberada de energía, y algo turbada, pues no estaba convencida de haber logrado algunos momentos musicales en esa prueba de fuego (lo cual, con los posteriores criterios de muchos otros que participaron y la resonancia mediática, se me fue rebelando como uno de esos excesos de autocrítica en alguien que pone todo en cada acto).
No había dormido, en parte repasando lo ocurrido y en parte por el temor de no sentirme cuando tocara el timbre a mi arribo, de tan extenuada. ¡Cómo agradecer tamaño gesto! Desayunamos algo entre la marea de sus dudas, y accedió a darme la primicia de escuchar su disco. Me recliné en un cómodo butacón, como solo ante el mundo; mi primera acción cultural en la tan soñada Argentina: escuchar “Maldigo” tras el parto, en la propia sala de la casa de Liliana Herrero.
—Por eso, afónica.
Pensé que había susurrado a mis espaldas, pero era su dolida voz en el inicio de la obra. Bajo, guitarra y bombo rompen en la espesura de la niebla del tiempo y ella lamenta: Los ojos de los niños cuando el mundo los disfraza de cautivos...
Comienzo a vagar por la América Nuestra, las calles esbozan entre la bruma los rostros de un sueño y del dolor, luego un trillo, una montaña, la gente se arremolina en el subte, alguien está tirado bajo periódicos de ayer... Al medio de un abismo sin música ni luz
Gemido, alarido, rezo, deseo, sudor, entrecortadas sonrisa, golpe, ansias, ambición, piedad, impotencia, esperanza... Las trancas de la cabeza, la garra del corazón...
Chacarera con aliento de rock, pasan Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui, con las más crudas y ancestrales verdades... Juan Falú, Fernando Cabrera, Miguel Abuelo, Anibal Sampayo, Fernando Barrientos, Tomás Aristimuño, entre otros fantasmas que alzan un candil, en la noche tormentosa de estos días, las ideas de las canciones confluyen en un drama dantesco, Liliana sortea con todas sus fuerzas campos extremos de los pobres de la tierra. Los autores dejaron una marca en la era y ella las escudriña, las abraza, las revuelca y nos sacude: ¡despierten carajo, miren a su alrededor, ayuden que hacemos mucha falta!
Todo lo que te ata es asesino, todo lo que te ata no es la paz...Vida de pobre de esperanzas se sostiene...Cuánta gente perdió sus maridos, sus hijos, en las olas del mar...Ya ni se acordará de cuánto gana...Solo la muerte cambia la suerte... No hay luz, no hay sol, no ha sombra donde ir...Ay, que velorio más negro... Trabajo quiero trabajo porque esto no puede ser...Pero ninguno como el que de amores ande muriendo...Y en la razón de esta hora tengo la paz asumida...
Silencio... repaso agotado, suspiro, tardo no sé qué tiempo en caer nuevamente en los albores de un día lluvioso en Buenos Aires, me levanto, Liliana me mira tratando de interpretar mi reacción, quizás ansiosa. —Guernica. Fue lo que me salió. Ladeó su cabeza: —¿Perdón? (O sea, repite, no te entiendo)
—Has hecho un nuevo Guernica. Aclaro.
—¿Perdón? (Ahora le ponía acento)
—Picasso, su cuadro Guernica.
Ahora comprende y su rostro recobra energía súbitamente, con una mezcla de ese gozo de saber que lo hizo y ese inmenso pesar de saber las causas por las qué lo hizo. No había dormido, en parte repasando lo ocurrido y en parte por el temor de no sentirme cuando tocara el timbre a mi arribo, de tan extenuada. ¡Cómo agradecer tamaño gesto! Desayunamos algo entre la marea de sus dudas, y accedió a darme la primicia de escuchar su disco. Me recliné en un cómodo butacón, como solo ante el mundo; mi primera acción cultural en la tan soñada Argentina: escuchar “Maldigo” tras el parto, en la propia sala de la casa de Liliana Herrero.
—Por eso, afónica.
Pensé que había susurrado a mis espaldas, pero era su dolida voz en el inicio de la obra. Bajo, guitarra y bombo rompen en la espesura de la niebla del tiempo y ella lamenta: Los ojos de los niños cuando el mundo los disfraza de cautivos...
Comienzo a vagar por la América Nuestra, las calles esbozan entre la bruma los rostros de un sueño y del dolor, luego un trillo, una montaña, la gente se arremolina en el subte, alguien está tirado bajo periódicos de ayer... Al medio de un abismo sin música ni luz
Gemido, alarido, rezo, deseo, sudor, entrecortadas sonrisa, golpe, ansias, ambición, piedad, impotencia, esperanza... Las trancas de la cabeza, la garra del corazón...
Chacarera con aliento de rock, pasan Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui, con las más crudas y ancestrales verdades... Juan Falú, Fernando Cabrera, Miguel Abuelo, Anibal Sampayo, Fernando Barrientos, Tomás Aristimuño, entre otros fantasmas que alzan un candil, en la noche tormentosa de estos días, las ideas de las canciones confluyen en un drama dantesco, Liliana sortea con todas sus fuerzas campos extremos de los pobres de la tierra. Los autores dejaron una marca en la era y ella las escudriña, las abraza, las revuelca y nos sacude: ¡despierten carajo, miren a su alrededor, ayuden que hacemos mucha falta!
Todo lo que te ata es asesino, todo lo que te ata no es la paz...Vida de pobre de esperanzas se sostiene...Cuánta gente perdió sus maridos, sus hijos, en las olas del mar...Ya ni se acordará de cuánto gana...Solo la muerte cambia la suerte... No hay luz, no hay sol, no ha sombra donde ir...Ay, que velorio más negro... Trabajo quiero trabajo porque esto no puede ser...Pero ninguno como el que de amores ande muriendo...Y en la razón de esta hora tengo la paz asumida...
Silencio... repaso agotado, suspiro, tardo no sé qué tiempo en caer nuevamente en los albores de un día lluvioso en Buenos Aires, me levanto, Liliana me mira tratando de interpretar mi reacción, quizás ansiosa. —Guernica. Fue lo que me salió. Ladeó su cabeza: —¿Perdón? (O sea, repite, no te entiendo)
—Has hecho un nuevo Guernica. Aclaro.
—¿Perdón? (Ahora le ponía acento)
—Picasso, su cuadro Guernica.
El disco es un grito de rabia ante la fragmentación de la vida: dos manos se elevan al cielo suplicando; una madre sostiene a duras penas entre sus brazos el cuerpo fláccido de su hijo, implorando a un dios que no aparece; un caballo abofeteado lanza un soplido de sangre, un cuerpo avanza trabajosamente a gachas, de brazos caídos, un toro de ojos dispersos lanza un ¡ay! terrible que nadie escucha; alguien intenta, con mirada de pánico, una pizca de luz... Picasso, Liliana, hoy caen las mismas y otras bombas sobre la Guernica universal, muchos se dejan caer por el precipicio domesticador del mercado, cantan para vivir, ella ha decidido protestar, vivir para cantar, o sea, para darse, para avisar, para intentar curar, aunque no se pudiera.
No sé si le escapó alguna lágrima, confieso que lloré mucho mientras corrían las canciones.
Acaso un par de días después disfruté con el piquete, allí mismo de un semiensayo armado por Majo, la productora ejecutiva (o más bien armadora de complot).
Es justo decir que Liliana Herrero no solo lleva el mérito de su canto sacudidor, que emerge del mejor coro de fantasmas con que nuestros pueblos han amasado su poesía; con ella ha ido tocando a virtuosos muchachos que han entendido que no son simples (e inmensos) músicos, sino que son mensajeros del tiempo; Pedrito Rossi desborda el alma sobre su guitarra, se deshace en gestos y voces canción adentro. Así mismo Ariel Naón y Mario Gusso en el bajo y la percusión, a los que uno disfruta ver en el montaje y ensayos, tanto por la música que hacen como por la energía de hermandad que van creando, a veces con un chiste o una caricatura sobre algún pasaje compartido en escena, o con un gesto de admiración tras un aporte surgido como al zar. Trabajan de conjunto, no repasan las canciones para un concierto, se lo cuestionan todo, buscan, recrean. De ahí que cada presentación, aún cuando se trate más o menos del mismo repertorio, es un acontecimiento nuevo. Del disco agregar que tiene un momento muy hermoso con Raly Barrionuevo como invitado (quién estará también en el próximo concierto) y que fue grabado cual si en vivo, o sea tocando todos y cantando. El diseño es parte de ese hondo amor con que se gestó la música, las fotos fueron tomadas en un matadero abandonado y que pasó hasta por un incendio, en un día de agonías personales para Liliana.
Maldigo, no es un maleficio sino un decir sin retoques ni maquillaje, es mal digo, porque no quiere decir bien, a la moda, a lo conveniente, a lo maquillado, mal digo porque trae las zonas de los días que unos nos esconden, que otros esquivan, que muchos ignoran, o le voltean el rostro lo cual los hace cómplices... Maldigo dice Liliana Herrero y “Por eso, afónica”.
Hacia el tiempo creado en el disco me llueven los versos de Gabriel Celaya, como voz esencial de Liliana Herrero:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
No sé si le escapó alguna lágrima, confieso que lloré mucho mientras corrían las canciones.
Acaso un par de días después disfruté con el piquete, allí mismo de un semiensayo armado por Majo, la productora ejecutiva (o más bien armadora de complot).
Es justo decir que Liliana Herrero no solo lleva el mérito de su canto sacudidor, que emerge del mejor coro de fantasmas con que nuestros pueblos han amasado su poesía; con ella ha ido tocando a virtuosos muchachos que han entendido que no son simples (e inmensos) músicos, sino que son mensajeros del tiempo; Pedrito Rossi desborda el alma sobre su guitarra, se deshace en gestos y voces canción adentro. Así mismo Ariel Naón y Mario Gusso en el bajo y la percusión, a los que uno disfruta ver en el montaje y ensayos, tanto por la música que hacen como por la energía de hermandad que van creando, a veces con un chiste o una caricatura sobre algún pasaje compartido en escena, o con un gesto de admiración tras un aporte surgido como al zar. Trabajan de conjunto, no repasan las canciones para un concierto, se lo cuestionan todo, buscan, recrean. De ahí que cada presentación, aún cuando se trate más o menos del mismo repertorio, es un acontecimiento nuevo. Del disco agregar que tiene un momento muy hermoso con Raly Barrionuevo como invitado (quién estará también en el próximo concierto) y que fue grabado cual si en vivo, o sea tocando todos y cantando. El diseño es parte de ese hondo amor con que se gestó la música, las fotos fueron tomadas en un matadero abandonado y que pasó hasta por un incendio, en un día de agonías personales para Liliana.
Maldigo, no es un maleficio sino un decir sin retoques ni maquillaje, es mal digo, porque no quiere decir bien, a la moda, a lo conveniente, a lo maquillado, mal digo porque trae las zonas de los días que unos nos esconden, que otros esquivan, que muchos ignoran, o le voltean el rostro lo cual los hace cómplices... Maldigo dice Liliana Herrero y “Por eso, afónica”.
Hacia el tiempo creado en el disco me llueven los versos de Gabriel Celaya, como voz esencial de Liliana Herrero:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
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