No 2 Septiembre-Octubre de 1998
Soy fruto de muchos pensadores, mi edad, por tanto, es toda y es ninguna, ya que dependo totalmente del descubrimiento de tu mirada para hacerme presente. Viajando de tus ojos a tu imaginación, entre coincidencias y discrepancias, voy emergiendo como un ente que se nutre de tus reflexiones. Aspiro a escalar hasta ese punto cimero de una idea para dejarte allí una sencilla huella de amor. De ser así, queda en tus manos —es decir en tu interpretación— inmensamente agradecido y eternamente tuyo…
El Diablo Ilustrado
“Hay que inventar”, es una frase que escuchamos a cada rato y no precisamente como llave del progreso humano. El invento —para algunos— lejos del resultado de un estudio científico-técnico, es una manera turbia de asumir la vida par sacarle provecho material. De esta manera INVENTAR es el verbo que designa la cualidad de ser “pícaro” —entiéndase por pícaro: buscavidas, negociante, astuto, en fin, el que vive del cuento (sin ser escritor).
Este tipo de personaje suele decir que el dinero es como un sexto sentido, sin él no podemos desarrollar los otros cinco. En otras palabras, estamos hablando del pragmatismo maquiavélico. Pragmatismo es el pensamiento que solo acepta las cosas por su valor práctico, y maquiavélico por la famosa frase de Maquiavelo: el fin justifica los medios. De este engendro filosófico se desprende que no importa a quien se aplaste, el caso es llenarse el bolsillo.
El pretexto para asumir una postura tan ruin sin tener complejo de serlo —porque a nadie le gusta reconocerse un indigente moral— es que los tiempos son duros y hay que “escapar” y esto me recuerda que quien no sabe bailar le echa la culpa al piso.
Cierto es que los tiempos son difíciles, pero ninguno ha sido fácil. Ya Martí describía el suyo de esta manera:
¡Ruines tiempos, en que no priva más arte que el de llenar bien los graneros de la casa, y sentarse en silla de oro, y vivir todo dorado; sin ver que la naturaleza humana no ha de cambiar de como es, y con sacar el oro afuera, no se hace sino quedarse sin oro alguno dentro! ¡Ruines tiempos, en que son méritos eximio y desusado el amor y el ejercicio de la grandeza! Creo que en cualquier época están los que buscan la felicidad en su crecimiento espiritual y los que la buscan en la acumulación de objetos, desconociendo que el primero de los bienes, después de la salud, es la paz interior, como dejó escrito La Rochefoucauld.
Un breve cuento del poeta libanés Khalil Gibrán Jalil, quien vivió entre los años 1889 y 1931, ya pone en juego estos valores.
Una vez un hombre desenterró en su camino una estatua de mármol de gran belleza. Y se la llevó a un coleccionista que amaba las cosas bellas y el coleccionista la compró por un alto precio. Y se separaron. Y mientras el hombre volvía a su casa con su dinero, pensó y se dijo a sí mismo: ¡Cuánta vida este dinero representa! ¿Cómo puede alguien darlo por una piedra esculpida, muerta e ignorada en el seno de la tierra por un millar de años?
Mientras tanto, el coleccionista que estaba mirando su estatua y pensando, se dijo a sí mismo: ¡Qué belleza! ¡Qué vida! ¡Qué sueño de alma grande! Y tan fresca como el suave dormir de un millar de años. ¿Cómo puede alguien dar todo eso por dinero, muerto y sin sueños?
Sé que las carencias engendran miserias humanas, pero no porque la gente de bien pierda valores sino porque en los momentos duros se cae el antifaz y el verdadero rostro queda al desnudo: en tiempos de bonanza cualquiera es buen amigo. Por otra parte, vivimos días de mentalidad de mercado, donde se ha puesto de moda la desilusión y no estamos a salvo de esas influencias. De ahí que topemos de cuando en cuando con uno de esos que se refieren peyorativamente a la gente soñadora, desprendida, honesta y se mofan de ellos cual si fueran bichos raros. Reconocer la virtud es practicarla. En eso se conoce al que es incapaz de la virtud —en que no la sabe conocer en los demás. El hombre que niega todo, a quien se niega es a sí mismo. Esto escribió José Martí y me hace sentir pena por esos “pícaros” que desperdician su vida llevando como máxima el slogans de los mercaderes “time is money” que no quiere decir —como dulcemente solemos traducir— que “el tiempo es oro”, (con lo que, poéticamente, estaría de acuerdo, el tiempo es algo muy valioso) sino “el tiempo es dinero”, con lo cual se pone al ser humano al servicio de las cosas, en lugar de estar las cosas al servicio del hombre.
Quiero que te detengas conmigo en este fragmentos de un artículo que escribió José Martí en 1886, adentrándose en el Nueva York de entonces, para poder entender mejor esa ola de avaricia que baña a buena parte de este mundo de hoy:
En este aire sin generosidad, en esta patria sin raíces, en esta persecución adelantada de la riqueza, en este horro y desdén de la falta de ella, en esta envidia y culto de los que la poseen, en esta deificación de todos los medios que llevan a su logro, en esta regata impía y nauseabunda, crecen los hombres de las generaciones nuevas sin más cuidado que el de sí, sin los consuelos y fuerzas que trae la simpatía activa con lo humano, y sin más gustos que los que pueden servir para la ostentación del caudal de que se envanecen, o los que apagan los fuegos de la bestia o la fiera que desarrolla en ellos su vida de acometimiento y avaricia. No es el hermoso trabajo, ni la prudente aspiración al bienestar, sin el que no hay honor, ni paz, ni mente seguras: es el apetito seco, afeado por el odio y desdén a los oficios en que se logra con honradez y lentitud. Lo que admiran es el salto, la precipitación, la habilidad para engañar, el éxito; y se fían en el que ha engañado más.
Navegando por el tiempo se me ha escapado el espacio pero que me queda algo para el mensaje final. Dijo un gran escritor indio, Rabrindanath Tagore que el que lleva su farol a la espalda, no echa delante más que su sombra. Y un pensador asiático, LinYun Ku, dejó escrito que el mal tiempo y el tiempo hermoso están dentro de nosotros, no fuera.
Desgraciadamente nos hemos convertido, en este instante de nuestra era, en una fantasmagoría de la humanidad que debimos haber sido. De momento solo nos queda hacer algo, tratar de salvar a cuanto huérfano de ayuda se cruce en nuestro camino... Ojalá esta tarea sea posible.
ResponderEliminarGuaoooo.. recuerdo este tambien.. forma parte de mni coleccion.. oye Diablo ya deberias considerar hacerte cuenta en Twitter y Facebook, te dara muchas mas ventajas y alcance... saludos
ResponderEliminarAngel venezolano: Sé que tus canciones van por ese camino, las recuerdo de descargas habaneras y de la feria en Caracas, canciones curanderas, de abrazo al prójimo, en busca de un sueño. Sólo con la poesía —la del verso y la de la acción cotidiana— desprendida, justiciera, podemos desafiar estos temporales de guerras, odios, ambiciones...unirnos con las banderas de esos grandes fantasmas proscritos de la cultura de nuestros pueblos es el camino, el único, a el que estamos irremediablemente condenados, por él daremos luces... te abraza un viejo amigo... El Diablo Ilustrado
ResponderEliminarLeunan: ya le conté a otro amigo que no soy ducho en estas cuestiones, pero tengo a Abelito que me conduce por los laberintos cibernáuticos,adentrándome en esos remotos parajes.
ResponderEliminarpara allá vamos, un abrazo
MI querido Belcebú bucólico... Por la obvia claridad de tu pluma, he de ver y no entre líneas, que sigues fuerte, sigues Férreo en tu convicción. Eso siempre lo he admirado de ti.. a mis humildes ojos, te hace grande, aunque no es grandeza lo que buscas, sino conciencia.. Eso siempre te convertirá en algo mejor.. te convertirá en Pastor, en uno de los pastores del nuevo ejército.. del que nacerá de los posibles escombros que dejen las almas luego de algún tiempo... Quizás mi nombre artístico sea "fantasma"... ya te contaré en un café el por qué de esta afirmación.. Nos vemos en la cercanía... En tu Cuba..
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