Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos
tristes,
qué de historias, qué
de penas,
qué de lágrimas me
dice.
Dos voces me susurran en la oscuridad del cuarto,
estoy acostado; es una noche cualquiera de 1981, el disco de placa gira bajo la
aguja de un tocadiscos de maletica; la bocina (su tapa) la tengo tras mi cabeza
en la cama. Cantos venezolanos y cubanos se entrelazan en el canto de Lilia
Vera y Pablo Milanés. Por entonces poco sabía de aquel pueblo, salvo algunos
escritos de José Martí sobre su llegada a Caracas, y ese llegar ante la estatua
de Bolívar antes de preguntar siquiera dónde comer algo; lo primero llorar ante
el Libertador, como juramento de no abandonar el sueño de unirnos todos.
Duerme mi tripón
vamos a engañar la lechuza
y engañar al coco
que ya no asusta.
El sueño y la realidad se funden en la más pura y
humilde poesía: una guitarra, un cuatro, algún que otro instrumento de viento, un
arpa, alimentan la imaginación. Tengo apenas 20 años y estoy deslumbrado, como
alimentándome de preguntas que nunca me había hecho, sobre la vida, los
pueblos, las penas de los pobres de la tierra, dónde me puedo colocar en el
universo, hacía donde caminar… Lilia y Pablito me cantan al oído, como
arrullándome, tiernamente, en esta nana:
Duerme mi tripón
que mañana el sol
brillara en tu cuna
y te contará
como fue que un día
perdió la luna.
que mañana el sol
brillara en tu cuna
y te contará
como fue que un día
perdió la luna.
La vida fue transcurriendo hurgando entre los
caminos de aquellos cantos; y hasta suertes insospechadas me daría, como la de
llegar a Caracas y acudir a Bolívar sin sacudirme el polvo del camino, hacer
amigos tan entrañables como un “hasta la muerte” sin sombra de dudas; tener un
encuentro con Lilia Vera, y hasta hablar algo con ella. Siento ahora que mi
timidez me impidiera decirle todo lo que representaba su canto para mí; pero
igual, me siento premiado por aquel encuentro de escritores en el festival
Mundial de la Juventud en Venezuela, donde la vi cantar como quien dice a mi
lado.
Duerme mi tripón
ya se fue la tarde cansada
y llegó la noche
fresquita y muda.
Duerme mi tripón
abrirá tus ojos
la luz del alba
y te enseñará
ríos y caminos
y la montaña.
Uno
de los descubrimientos de aquel disco fue el nombre del autor de dos piezas de
especial hondura filosófica, “Mi tripón” y “Pueblos tristes”, solo un nombre
entonces Otilio Galindez.
Quedar sin tu mirada vespertina
será morir un poco cada día
Sentirse muy ajeno a este sol, a este sol
será cual despedir la primavera
Por qué tan breve fuiste mariposa
que apenas un poquito de tu vuelo
le dio de su amarillo a mi paisaje.
Otilio Galíndez nació el 13 de diciembre de 1935, en Yaritagua,
estado Yaracuy,Venezuela. Murió el 13 de junio de 2009. De pequeño se mudó
hacia Caracas y allí la situación familiar lo llevó a trabajar como limpiabotas y vendedor de
billetes de lotería. Sus padres, al ver su pasión por la música, le animaron para que se dedicara a ella.
A los 18 años, en el servicio
militar obligatorio, empieza a escribir versos, a su madre, a su pueblo, a la
vida que estaba al otro lado de lo que él sintió como un injusto presidio.
También hace sus primeras canciones que más tarde descarta por no considerarlas
con vuelo poético suficiente.
Caramba, mi amor,
caramba,
lo bello que hubiera
sido
si tanto como te quise
así me hubieras
querido.
Caramba, mi amor,
caramba,
pasar este invierno
triste
mirando caer la lluvia
que tantas cosas me
dice.
En 1957 ingresa como empleado de
la Universidad Central de Venezuela, cargo que se convertiría en el trampolín
con el cual llegar hasta el Orfeón Universitario, donde realiza sus verdaderas
primeras composiciones.
¿Qué me aguardará este día,
solecito mañanero?
¿Quién me busca?
¿Quién me añora?
¿Quién me espera?
¿Será el rufián de mi abuelo
contento y amanecido?
¿Será el amor de mi vida
que al fin acude a mi ruego?
¿O tal vez
una aventura de marinero?
solecito mañanero?
¿Quién me busca?
¿Quién me añora?
¿Quién me espera?
¿Será el rufián de mi abuelo
contento y amanecido?
¿Será el amor de mi vida
que al fin acude a mi ruego?
¿O tal vez
una aventura de marinero?
La obra de Otilio Galíndez es
tomada por casi todos los intérpretes venezolanos desde mediados del siglo XX,
como Lilia Vera, Cecilia Tood, Simón Díaz, Soledad Bravo, y por muchos artistas
internacionales como Pablo Milanés, Amaury Pérez y Mercedes Sosa. Otilio
Galíndez formó parte del Orfeón Universitario de la Universidad. Desarrolló una
importante labor creativa en la coral de la Compañía Anónima Nacional de
Fomento Eléctrico, CADAFE, donde compuso muchas canciones que se han convertido
en verdaderos emblemas de la música tradicional; parrandones y aguinaldos que
año tras año acompañan al pueblo venezolano en sus fiestas decembrinas.
Vamos a Belén,
muchachas,
que allá hay una linda
estrella que brilla,
alumbra el camino.
Campanita que en
diciembre
se la pasa resonando,
muéstrame el camino
que yo ando buscando
porque ya nos vamos...
Nunca cobró por la autoría de
ninguna de sus obras, que llegaron a ser plagiadas y hasta vendidas por grandes
comerciantes de la cultura nacional y extranjera. Supo de la felicidad que está
en la sencillez, de la vida en armonía con la naturaleza, en el placer de darse
a los demás.
En una entrevista que le
hicieron, sobre el origen de su canto, el maestro respondió:
…las canciones que mi mamá cantaba y que aún canta, tienen una gran
categoría, un buen gusto, son exquisitas... yo no sabía que en realidad mi mamá
me estaba dando una clase de estética, además del placer de la música diaria. Vino
otra mujer hermosa, tan hermosa como ella, fue la madre naturaleza: los ríos,
los montes, los campos, la gente, los árboles, las matas, las flores, todo eso
que ayudó a mi mamá cuando estaba pequeña también me ayudó a mí... eso es lo
primero que a uno lo asombra y que uno ama, la madre y la naturaleza.
Mañana que vas llegando
rayito de sol que siento
llévame por la sabana
llévame sabana adentro
mañana que vas llegando
rayito de sol que siento.
Flor de Mayo, Flor de Mayo,
Flor de Mayo
no eres tan brava como
Mariposa.
Flor de Mayo, Flor de Mayo.
Hombre
sencillo de su pueblo, de especial sensibilidad y esa agudeza filosófica de
quien estudia la naturaleza escudriñando desde el amor; hombre culto de gran
espiritualidad que observa con mirada microscópica las moléculas del alma del
prójimo y la suya propia; hombre que padece cada dolor del mundo, y que quiere
darse a los demás. Otilio Galindez le cantó al universo escudriñando en su
terruño.
No puede borrarse el canto
con sangre del buen cantor
después que ha silbado el aire
los tonos de su canción.
Los pájaros llevan notas
a casa del trovador;
tendrán que matar el viento
que dice lucha y amor.
Tal vez se cantaba de alguna manera a sí mismo,
cuando compuso esta canción “Víctor” dedicada al chileno Víctor Jara, asesinado
en septiembre de 1973 en el Estadio Nacional de Chile, por los fascistas de
Augusto Pinochet tras el golpe militar que derribó al gobierno Popular del
presidente Salvador Allende.
Tendrán que callar el río,
tendrán que secar el mar
que inspiran y dan al hombre
motivos para cantar.
Entre sus obras resaltan “Flor de Mayo”, “Caramba”, “La Restinga”, “Pueblos Tristes”, “Mi tripón”, “Luna Dicembrina”, “Víctor”, “Ahora”, “Son chispitas”, piezas armoniosas, llenas a poesía y a veces de un humor delicioso. Cuentan que una vez, una señora amable y muy bella, se le acercó a Otilio y le dijo: “Otilio: nunca te había oído cantar tan bien”, y Otilio, con una sonrisa de muchos cielos, le respondió: “Es que nunca me habías oído cantar tan borracho”.
tendrán que secar el mar
que inspiran y dan al hombre
motivos para cantar.
Entre sus obras resaltan “Flor de Mayo”, “Caramba”, “La Restinga”, “Pueblos Tristes”, “Mi tripón”, “Luna Dicembrina”, “Víctor”, “Ahora”, “Son chispitas”, piezas armoniosas, llenas a poesía y a veces de un humor delicioso. Cuentan que una vez, una señora amable y muy bella, se le acercó a Otilio y le dijo: “Otilio: nunca te había oído cantar tan bien”, y Otilio, con una sonrisa de muchos cielos, le respondió: “Es que nunca me habías oído cantar tan borracho”.
Tendrán que parar la lluvia,
tendrán que apagar el sol,
tendrán que matar el canto
para que olviden tu voz.
tendrán que apagar el sol,
tendrán que matar el canto
para que olviden tu voz.
“Pueblos tristes”. La escuché en una
noche de los 80, en un disco de placa, donde se encontraban, como abrazo de
Venezuela y Cuba, Lilia Vera y Pablo Milanés. La viví una y otra vez en el
cuarto, con la luz apagada... vi el pueblecito polvoriento, pobre, de ese
rincón impreciso de mi América, entonces distante. Lloré, quise extender mis
manos en la penumbra, ayudar sin saber a quién, ni exactamente dónde,
sencillamente, escuchando o viendo a un perrito flaco, entre la bruma, moría de
la necesidad de abrazar a alguien, o a muchos. Años después subí con Adrián,
Dayana, y otros amigos venezolanos, a los Cerros de Caracas, caminé horas entre
aquellas casas como cajitas de fósforos tiradas al azar, encima o al lado una
de otra, sin orientación ni orden; rostros humildes, destellando esperanza
bolivariana entre aquellos senderos polvorientos, y vi a ese perro que es puro
hueso… En uno de aquellos rincones hasta entonces olvidados de dios, una casita
blanca de dos plantas, y blanca también la bata de la muchacha que nos abrió
con cierto recelo la puerta. Algo temerosa, extrañada de ver forasteros por esos
parajes, nos invitó a pasar. Sonrió solo cuando encontró en mí el acento de su
tierra. Era una doctora cubana allí donde el diablo dio las tres voces, y me
rondó nuevamente aquella canción de Otilio, y extendí mis manos como aquella
primera vez, y volví a llorar ahora de admiración por aquella mujer, que
ayudaba sin preguntar a quién, sencillamente curando, como luna que amanece
alumbrando pueblos tristes.
Pueblos tristes
Autor:
Otilio Galindez
| cantada por Otilio Galindez | cantada por Mercedes Sosa |
Qué piensa la muchacha que pila y pila,
qué piensa el hombre torvo junto a la vieja,
y qué dicen campanas de la capilla
en sus notas, qué tristes, parecen quejas.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes,
qué de historias, qué de penas,
qué de lágrimas me dice.
En el fondo hay un santo de a medio peso,
una vela que muere en aceite sucio.
Más allá, viene un perro que es puro hueso
con ladridos del hambre que Dios le puso.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes,
qué de historias, qué de penas,
qué de lágrimas me dice.
Meditando sobre la difícil situación que vivimos en nuestro país, vino a mi mente esa nostálgica pintura de Otilio. Y es que dibuja extraordinariamente esa sensación de país que tenemos muchos: un pueblo triste
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