Revista Mensual 181 de Marzo de 2000 |
He
vagado las calles y los días, hurgo en rostros y gestos, salto de libros
y esquelas y eternas melodías. Todo simple —e inmensamente— por rozar
tu alma, por estirar mi último sueño buscando una razón que nos conecte.
Alcanzarte no es tarea de mortales y no soy poderoso fantasma,
simplemente alguien que surca el devenir humano —desentrañando trazos
sobre hojas de papel— para entregarte un pedazo de luz de los siglos,
una pequeña cosecha de ideas con el afán de que puedas decir: tengo
alguien que de vez en cuando pasa por mi vida y deja una nota que
inspira leves, pero enamoradas reflexiones. Ese alguien dice ser… El Diablo Ilustrado
Dice un dicho para gustos se han hecho los colores y otro replica: y para escoger las flores. Pero coincidirás en que hay gustos y gustos, flores y flores, pues no todo lo que brilla es oro y a veces nos pasan gato por liebre.
La belleza suele ser muy subjetiva, muchas veces su apreciación nos la
han dictado. Creemos que nos gusta lo que nos gusta por gracia divina y,
aunque ciertamente uno es dueño de sus gustos, no hay que olvidar que
el entorno y las influencias que hemos recibido son quienes forman o
deforman ese gusto. El arte, durante siglos, ha dictado el patrón de
belleza.
Todavía decimos: “tan linda como una Venus”, aludiendo a la escultura devenida símbolo de la antigüedad. En la actualidad, cine, video clips y revistas de vanidades —o chismografía de princesas y tiendas—, nos venden la imagen de estrellas de cine y las modas (rubias excelsas o eróticas trigueñas) en poses inusuales y sonrisillas de mascarita intrigante, imponen el canon de belleza. Podemos caer en la trampa y pensar que bella es la mujer que se parece a esas modelos (que, curiosamente, se parecen mucho unas a otras) olvidando que la belleza que atrae (por estas influencias) rara vez coincide con la belleza que enamora.
Todavía decimos: “tan linda como una Venus”, aludiendo a la escultura devenida símbolo de la antigüedad. En la actualidad, cine, video clips y revistas de vanidades —o chismografía de princesas y tiendas—, nos venden la imagen de estrellas de cine y las modas (rubias excelsas o eróticas trigueñas) en poses inusuales y sonrisillas de mascarita intrigante, imponen el canon de belleza. Podemos caer en la trampa y pensar que bella es la mujer que se parece a esas modelos (que, curiosamente, se parecen mucho unas a otras) olvidando que la belleza que atrae (por estas influencias) rara vez coincide con la belleza que enamora.
Dice un proverbio bíblico engañosa es la gracia y vana la hermosura.
Yo no diría tanto, creo en la gracia y la hermosura, mas no la de los
patrones de los mercaderes sino la que brota de la sencillez y la
bondad. La belleza emerge del interior del ser humano en nuestra
relación con él. Te habrá sucedido que a primera vista alguien te flecha
y al cruzar tres palabras con ese ser se desmorona su imagen. Lo
contrario sucede con frecuencia: se sienta a tu lado en el aula alguien
en quien nunca te has fijado; llega el roce cotidiano con sus travesuras
—su inteligencia, su sonrisa, su sensibilidad o inquietudes—y empieza a
crearse una corriente que poco a poco hace atractivo su rostro y llega a
robar los espacios de la mente: surge la necesidad creciente del
contacto. Alguien dejó escrito lo sorprendente y bello no es siempre bueno, pero lo bueno es siempre bello.
Lo hermoso no está en ningún lado y puede estar en cuanto nos circunda:
hace falta tener buenos ojos para no dejarse llevar por espejismos ni,
por el contrario, dejar de ver lo sublime que podemos tener a cada
instante a nuestro lado. La rutina, los esquemáticos patrones o los
prejuicios tiran un velo ante nuestra mirada y esperamos la aparición de
un modelo preestablecido en lugar de hurgar buscando la verdadera belleza, la que emerge del fondo de las cosas y los seres.
Dice un proverbio chino: La gente se arregla cada día el cabello, ¿por qué no el corazón? Y
es que comúnmente tenemos los ojos preparados para ver epidérmicamente,
para dejarnos llevar por la primera impresión de maquillaje y a veces
hasta de las etiquetas de moda. Esto provoca falsos enamoramientos que
luego la desnudez —la física y la que aparece cuando el alma se quita su
ropaje—, convierte en desilusión. De ahí la importancia de buscar en lo
profundo la belleza y no creer ni esperar por esa que asalta. La hermosura verdadera, la que trasciende sobre efímeras ilusiones, nace y crece a nuestros ojos cuando cultiva el alma.
Kahlil Gibrán dejó escrito la belleza es eterna cuando se refleja en el espejo.
Se refiere a esa que permite mirarnos de frente ante nuestro reflejo,
la que brota cuando se está conforme con uno mismo y se siente esa paz
interior que ilumina. Para ello hace falta el mejoramiento cotidiano,
ese reflexionar ante la acción que nos lleve a hacer el bien a cada
paso. Sólo así se te levantarás día a día y, al lavarte la cara, en ese
instante en que te miras en el espejo, tu boca esbozará una sonrisa; de
ella brotará la verdadera belleza.
La otra, la que inventan los cosméticos o esa feria de ropas exuberantes
y llamativas que persigue el escándalo visual, es un antifaz que la
lluvia del conocimiento humano destiñe. No te quejes de infelicidad si pretendes que te admiren por las apariencias. Cultiva
tu espíritu y verás que él, por su propia fuerza, te hace admirable
ante las buenas miradas. Dejó escrito nuestro Martí mi mensaje de
despedida: Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada; se sabe hermosa y la belleza echa luz.
Diablo Ilustrado, perdona la intrusión, este es mi modesto aporte: http://wenaliteratura.wordpress.com/2012/01/23/confesiones-del-diablo-ilustrado/
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