Revista Mensual 194, Abril de 2001 |
Te reconozco al vuelo: tu mirada me huele a horizonte. Siento que jugamos a descifrar la eternidad del pensamiento para sacarle las esencias que nos atan. Te aporto las huellas que he logrado sacar de los tiempos a fuerza de sudar el alma, tú las recoges, te bebes cada palabra y rebasas mis sueños con tu buena fe para alzar vuelo rumbo a la más alta expresión de lo humano. ¿Me equivoco? No, si vibro es porque me sigues. Gozo la dicha de servir de puente, de saberme esperado para el retozo inteligente y noble, el vanidoso placer de creerme —¡oh, viejo iluso!— que entras a esta página como quien visita a un buen amigo que se extraña aunque no tenga rostro y se haga llamar… El Diablo Ilustrado
El amor aparece, no cuando lo buscas, sino cuando lo llevas, esto puede traducirse en que es la carga de amor que cría uno adentro la que atrae las posibilidades de encontrar otro ser capaz de compartirla. Quien sueña una paloma no despierta dos veces con una serpiente, pues bastaría que abra los ojos para que la pase por alto una vez que la vea arrastrarse con sus dientes venenosos. Claro que quien no tiene el alma preparada para ver, podría confundirla y ondular con ella entre el lodo creyendo que eso es el vuelo. La palabra más manoseada del universo es AMOR, en su nombre se cometen muchas fechorías y hay quienes le llaman así a cualquier cosa. Es que el amor no existe como algo logrado, quien cree que ya lo posee es porque lo ha perdido,
amor es la perfección de la pureza, eso a lo que debemos aspirar aunque nunca se posea en toda su extensión. Cultivar el espíritu es la premisa y la tarea cotidiana para un amante; en la medida en que el ser se eleva con el conocimiento y la pasión se acerca más a ese ideal que no es sino estar más preparado para enamorarse de todas las cosas, para vivir queriendo hacer el bien y mejorar todo lo que nos rodea. Cuando se llega a ese estado del alma es que se acerca uno a los umbrales del amor.
Hay quienes dicen que aman sacando cuentas, quien le pone precio a una relación. Hay quienes limitan su enamoramiento a un deseo carnal aunque los espíritus vayan cada cual por su lado. Pobres los que confunden mercado y apetitos con amor, viven siempre entre deudas y empachos.
Creo, aunque con diferencia de matices, en lo que se pensaba en la antigua Grecia sobre las dos mitades de una misma unidad; es una filosofía hermosa. Una adaptación criolla de esto es la media naranja. En síntesis viene siendo algo así como que en la creación de la especie humana se dividió a cada unidad en dos partes y se diseminaron por el mundo; el objetivo de cada alma será entonces buscar, entre todas las existentes, esa otra parte que le complementa, que es única, pues se trata de esa otra mitad tuya separada por la división inicial. De ahí que el amor sea muy difícil de encontrar. Claro que el dichoso que da con su media naranja, no se va a encontrar a la tapa con la cual cerrarse y estamos redondos: llegamos al amor. No, lo que uno halla —si busca sin desmayo, es decir, forjando su espíritu, depurándolo para que sus virtudes le abran el camino hacia ese estado de gracia—es una persona con todo un cúmulo de coincidencias físicas, conceptuales, estéticas, ideológicas, que son afines, y propician una reacción química que permite la fusión. A esto le sigue una interacción que puede pasar por divergencias, incomprensiones, críticas imprescindibles para crecer uno con (y en) el otro. Amor es encontrar la relación que nos pone alas, que nos permite la máxima sinceridad, que nos lleva a dar cada día más y ver con nuevos ojos todo lo que nos rodea.
Muchos se quejan, sufren, porque creen haber perdido el amor que tuvieron. A estos les diría que lo que se pierde es solo un peldaño y, por tanto, se ha avanzado un paso para subir la escalera infinita hacia el hallazgo real y pleno.
Una pareja es como la historia de un árbol: comienza cuando se encuentra la semilla —él y ella— en tierra fértil (disímiles afinidades físico-espirituales), germina, con la fusión de sus cuerpos y comienza entonces el largo camino de arbusto hacia ser árbol. Es necesario que se nutran de la savia (alimento incesante de la tierra que los vio nacer y los sostiene, experiencias que compartan de su calle y su gente). Ese arbusto tiene que desafiar los vientos, las lluvias, el frío y el calor, (recorrer las estaciones de la vida desafiándolas con ternura, honestidad, comprensión para que esa unidad empine y fortalezca su tallo). Tiene además que saber buscar al sol que le irradie (encontrar esa mirada común hacia las alturas, el mañana; como esa utopía o proyecto común que dos seres necesitan para avanzar). Si todos esos factores se dan, entonces el árbol abre su copa: cúmulo de hojas (sabiduría y buenas acciones) como manto que cobija a familiares, amigos y da buena sombra a quienes buscan su amparo. Llega el día entonces en que aquella semilla, convertida en árbol robusto, da frutos, hijos a los cuales expandir ese amor, ese elevado estadio al que se ha llegado. Por eso, nunca el amor es pasado, lo que ha quedado atrás es, a lo sumo, nostalgia por el árbol que pudo ser y quedó en semilla, o nació torcido, o dejó que sus hojas marchitaran, o no supo desafiar las tempestades, o jorobó su tronco por no saber empinarse al sol. Dijo Virosta si crees que algo te pertenece déjalo escapar, si vuelve es que siempre fue tuyo, pero si no vuelve, es que nunca lo fue.
La vida está llena de espejismos que provocan no la sed del desierto sino la de dar y recibir ternura, la de las ilusiones que ciegan los sentidos. De ahí que muchas veces nos equivoquemos y creamos ver el oasis donde lo que hay realmente es un puñado de arena. Cuando el amor te toca, cuando aparece esa persona, las dudas no caben, el alma avanza a una velocidad vertiginosa a fundirse en la eternidad. El amor no es cosa de dos, es el encuentro de dos para volar hacia todos y hacia todo.
Una pareja es como la historia de un árbol: comienza cuando se encuentra la semilla —él y ella— en tierra fértil (disímiles afinidades físico-espirituales), germina, con la fusión de sus cuerpos y comienza entonces el largo camino de arbusto hacia ser árbol. Es necesario que se nutran de la savia (alimento incesante de la tierra que los vio nacer y los sostiene, experiencias que compartan de su calle y su gente). Ese arbusto tiene que desafiar los vientos, las lluvias, el frío y el calor, (recorrer las estaciones de la vida desafiándolas con ternura, honestidad, comprensión para que esa unidad empine y fortalezca su tallo). Tiene además que saber buscar al sol que le irradie (encontrar esa mirada común hacia las alturas, el mañana; como esa utopía o proyecto común que dos seres necesitan para avanzar). Si todos esos factores se dan, entonces el árbol abre su copa: cúmulo de hojas (sabiduría y buenas acciones) como manto que cobija a familiares, amigos y da buena sombra a quienes buscan su amparo. Llega el día entonces en que aquella semilla, convertida en árbol robusto, da frutos, hijos a los cuales expandir ese amor, ese elevado estadio al que se ha llegado. Por eso, nunca el amor es pasado, lo que ha quedado atrás es, a lo sumo, nostalgia por el árbol que pudo ser y quedó en semilla, o nació torcido, o dejó que sus hojas marchitaran, o no supo desafiar las tempestades, o jorobó su tronco por no saber empinarse al sol. Dijo Virosta si crees que algo te pertenece déjalo escapar, si vuelve es que siempre fue tuyo, pero si no vuelve, es que nunca lo fue.
La vida está llena de espejismos que provocan no la sed del desierto sino la de dar y recibir ternura, la de las ilusiones que ciegan los sentidos. De ahí que muchas veces nos equivoquemos y creamos ver el oasis donde lo que hay realmente es un puñado de arena. Cuando el amor te toca, cuando aparece esa persona, las dudas no caben, el alma avanza a una velocidad vertiginosa a fundirse en la eternidad. El amor no es cosa de dos, es el encuentro de dos para volar hacia todos y hacia todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario