Revista mensual No 199, Septiembre de 2001 |
Piensa que no sería justo corresponder a unos y no a otros y me sería imposible entre tantos deberes con el tiempo. Siempre que llega una carta atenta a mis manos siento la tentación de escribirte personal y detalladamente, pero me contengo por no ser exclusivo o selectivo. Me siento obligado a ser para todos y cada cual el mismo, ese al que solo puedes intuir según el alma con que empines mis letras, ese ue no tiene derecho a ser sino... El Diablo Ilustrado
Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad, escribió Fernando Pessoa. Sospecho que esto guarda relación con esa verdad final, total, de la existencia humana que han perseguido siempre los filósofos. Ciertamente, desconcertaría tener la verdad de las verdades, sería como llegar al fin del camino. Por suerte solo podemos aspirar a pequeñas y fragmentadas zonas de ella, pues el conocimiento no puede ser absoluto, por ser infinito.
Como dijo nuestro José Lezama Lima, no es por las puertas donde se asoma nuestro abandono, e iremos, por tanto a buscar verdades menos ambiciosas, esas pequeñas que poseemos o buscamos y que estamos necesitados de compartir por los demás y por uno mismo.
No recuerdo dónde leí que en algunas lenguas mayas el saludo es pattoan, que signifca literalmente: doy vuelta a mi corazón para que tú puedas ver el dorso y te puedas dar cuenta de que lo que hay detrás no es distinto de lo que hay delante. Sin dudas, la llave del amor la guarda este cofre: ser sin dobleces. Algo que no siempre cumplimos, cuesta a veces mostrar zonas oscuras de uno, por prejuicios, por temor a desagradar. Volviendo a Pessoa:
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo
ya había envejecido.
He aquí el peligro de no luchar contra la mentira en todo momento. La simulación, por pequeña e inocente que pueda parecer, va enredando nuestra manera de ser y termina por convertirnos en lo que quizás nuestra mejor intención no quiso.
Escribió Martí, desde un ángulo más social:
Los hombres aman en secreto las verdades peligrosas, y solo iguala su miedo a defenderlas, antes de verlas aceptadas, la tenacidad y brío con que las apoyan luego que ya no se corre riesgo en su defensa.
Pero igual, ante detalles de la vida cotidiana, a veces la verdad es dura, peligrosa, y solemos optar por esquivarla o anularla. Esto a la larga se vuelve contra uno mismo: la mentira es como un puñal que tenemos que esconder en el espíritu y a cada movimiento nos corta el carácter. No hay nada que aligere más al alma que la sinceridad, esa te da la risa inocente, la palabra sana, la idea justa.
Si lo que tú rehúsas quieres que te entreguen, tal vez según tu propio ejemplo te lo nieguen, dijo don William Shakespeare y realmente, como dice el dicho no esperes que la vida te pague con otra moneda, según das recibes.
Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están de más cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden, escribió esa alma limpia que es José Martí. Aquí cabría acotar que es importante cultivar la inteligencia pues las dobleces pueden venir también de la ignorancia —como casi todos los males—. En la medida que el conocimiento te irradia estás más preparado(a) para sumir las verdades, por duras que sean, y otorgar a los demás una presencia limpia, que contagie y convoque a corresponderle.
Hay quienes hablan de las “mentiras piadosas”. Quizás en nimiedades subjetivas nos podamos dar el lujo de no ser cruelmente sinceros, ceder un poco en el criterio sin llegar a contradecirnos, pero —sobre todo en los temas esenciales— siempre que puedas esgrime la verdad como arma o como caricia.
Escribió Martí: Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal. No sé de otro camino que conduzca tan lejos; ese que llevó el Maestro lo hizo eterno pues, como el mismo dijo: La aparición de la verdad ilumina súbitamente el alma, como el sol ilumina la naturaleza.
Seamos pues menos piadosos...
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