Amanece en este día de los padres, y quiero -antes de disfrutar entre los míos-, nutrirme de la manera que tuvieron de amar a sus hijos dos grandes hombres de la América Nuestra y Nueva. Dos padres que partieron a dar la vida porque todos los hijos de la tierra tuvieran una vida digna: José Julián Martí Pérez y Ernesto Guevara de la Serna.
Pienso en este día, en el instante preciso en que esos hombres tenían que partir, conscientes de que muy posiblemente no verían más a sus hijos -como siempre que se parte hacia una guerra. Pienso en aquellos momentos que ahora son históricos, como instantes naturales que enfrenta el ser humano, instante desgarrado, y por el que pasa todo el que sacrifica su vida por el bien de todos. En esa madrugada tal vez, en que el padre compulsado por el deber se va hasta la cama del hijo, lo ve dormir en paz, se enternece, se ablanda, y solo la más profunda convicción lo lleva a besar su cabecita, tragar en seco, mirarlos con todos los ojos del mundo y alejarse. Se marcha pensando en toda la ternura que se le queda colgada, en todo el apoyo que no podrá dar; pero pensando también que su obra por hacer implica salvarlo, salvar, amar. Se desprende de sí, o se crece, por los suyos que no son únicamente los más cercanos.
Por ello, me regalo y regalo a los padres amigos estas dos cartas tan especiales, la que escribió José Martí en Cabo Haitiano, a punto de embarcarse hacia Cuba para pelear en esa guerra necesaria, y la que dejó el Che para que fuera leída a sus hijos si cayera en la guerrilla.
Pienso en este día, en el instante preciso en que esos hombres tenían que partir, conscientes de que muy posiblemente no verían más a sus hijos -como siempre que se parte hacia una guerra. Pienso en aquellos momentos que ahora son históricos, como instantes naturales que enfrenta el ser humano, instante desgarrado, y por el que pasa todo el que sacrifica su vida por el bien de todos. En esa madrugada tal vez, en que el padre compulsado por el deber se va hasta la cama del hijo, lo ve dormir en paz, se enternece, se ablanda, y solo la más profunda convicción lo lleva a besar su cabecita, tragar en seco, mirarlos con todos los ojos del mundo y alejarse. Se marcha pensando en toda la ternura que se le queda colgada, en todo el apoyo que no podrá dar; pero pensando también que su obra por hacer implica salvarlo, salvar, amar. Se desprende de sí, o se crece, por los suyos que no son únicamente los más cercanos.
Por ello, me regalo y regalo a los padres amigos estas dos cartas tan especiales, la que escribió José Martí en Cabo Haitiano, a punto de embarcarse hacia Cuba para pelear en esa guerra necesaria, y la que dejó el Che para que fuera leída a sus hijos si cayera en la guerrilla.
Martí se la escribe a María Mantilla. Se ha discutido mucho acerca de la paternidad biológica con María, pero es algo que ahora no me interesa; -si bien todo apunta a que sí era su hija, José Martí tenía corazón para amar como hijo propio a cualquier niño que se relacionara con él- y su María era de cualquier forma su hija. Creo que todo padre debe tener de referencia esta carta para aconsejar a sus niños, en ella Martí hace su testamento espiritual, para que su pequeña María alce vuelo poético por la vida.
Más sintético, el Che, deja las esencias de su credo humanista, solidario, altruista.
En tiempos donde nos invade tanta banalidad globalizada, tanto egoísmo y superficialidad que nos inculcan como modelo de ser consumista, sin identidad, sin memoria, me parece cardinal ir a documentos como estos en que esos hombres dejaron a sus seres queridos los más profundos sentimientos y pensamientos.
Quiero regalarme y regalar a los padres estas dos cartas con que Martí y el Che se despidieron de sus hijos y no solo por buscarme en la historia, miro y me encuentro también en el presente, en esos cinco hermanos que han pasado por momentos como los del Che y Martí, esos de poner en una carta a sus hijos todas las fuerzas y abrazos que las circunstancias impiden. Cinco hermanos que un día se vieron separados de sus seres queridos por defender a los hijos de todos: Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, y René González Sehwerert; cinco cubanos que han dedicado sus vidas a evitar la muerte, a impedir acciones terroristas, y que padecen hoy a causa de la injusticia imperial, como prisioneros en los Estados Unidos; pienso en los cinco pues si bien ya tenemos dos de vuelta a la patria, tras cumplir injustas condenas, estos no serán espiritualmente libres hasta que no estén los cinco juntos acá con su gran familia que es Cuba entera, que es el pueblo humano que componen los dignos de la tierra.
Más sintético, el Che, deja las esencias de su credo humanista, solidario, altruista.
En tiempos donde nos invade tanta banalidad globalizada, tanto egoísmo y superficialidad que nos inculcan como modelo de ser consumista, sin identidad, sin memoria, me parece cardinal ir a documentos como estos en que esos hombres dejaron a sus seres queridos los más profundos sentimientos y pensamientos.
Quiero regalarme y regalar a los padres estas dos cartas con que Martí y el Che se despidieron de sus hijos y no solo por buscarme en la historia, miro y me encuentro también en el presente, en esos cinco hermanos que han pasado por momentos como los del Che y Martí, esos de poner en una carta a sus hijos todas las fuerzas y abrazos que las circunstancias impiden. Cinco hermanos que un día se vieron separados de sus seres queridos por defender a los hijos de todos: Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, y René González Sehwerert; cinco cubanos que han dedicado sus vidas a evitar la muerte, a impedir acciones terroristas, y que padecen hoy a causa de la injusticia imperial, como prisioneros en los Estados Unidos; pienso en los cinco pues si bien ya tenemos dos de vuelta a la patria, tras cumplir injustas condenas, estos no serán espiritualmente libres hasta que no estén los cinco juntos acá con su gran familia que es Cuba entera, que es el pueblo humano que componen los dignos de la tierra.
Carta a María Mantilla
A mi María
Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, -en saber, para poder querer, -querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores, -a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse , -llaman en el mundo "amor". Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. -¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?
Aquí estoy, en Cabo Haitiano; cuando no debía estar aquí. Creí no tener miedo de escribirte en mucho tiempo, y te estoy escribiendo. Hoy vuelvo a viajar, y te estoy otra vez diciendo adiós. Cuando alguien me es bueno, y bueno a Cuba, le enseño tu retrato. Mi anhelo es que vivan muy juntas su madre y ustedes, y que pases por la vida pura y buena. Espérame, mientras sepas que yo viva. Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate, pensando y trabajando. ¿Quieres ver como pienso en ti, -en ti y en Carmita? Todo me es razón de hablar de ti, el piano que oigo, el libro que veo, el periódico que llega. Aquí te mando, en una hoja verde, el anuncio del periódico francés a que te suscribió Dellundé. El Harper's Young People no lo leíste, pero no era culpa tuya, sino del periódico, que traía cosas muy inventadas, que no se sienten ni se ven, y más palabras de las precisas. Este Petit français es claro y útil. Leélo, y luego enseñarás. Enseñar, es crecer. -Y por el correo te mando dos libros, y con ellos una tarea, que harás, si me quieres; y no harás, si no me quieres. -Así, cuando esté en pena, sentiré como una mano en el hombro, o como un cariño en la frente, o como las sonrisas con que me entendías y consolabas;-y será que estás trabajando en la tarea, pensando en mí. Un libro es L'Histoire Générale, un libro muy corto, donde está muy bien contada, y en lenguaje fácil y limpio, toda la historia del mundo, desde los tiempos más viejos, hasta lo que piensan e inventan hoy los hombres. Son 180 sus páginas: yo quiero que tú traduzcas, en invierno o en verano, una página por día; pero traducida de modo que la entiendas, y de que la puedan entender los demás, porque mi deseo es que este libro de historia quede puesto por ti en buen español, de manera que se pueda imprimir, como libro de vender, a la vez que te sirva, a Carmita y a ti, para entender, entero y corto, el movimiento del mundo, y poderlo enseñar. Tendrás, pues, que traducir el texto todo, con el resumen que va al fin de cada capítulo, y las preguntas que están al pie de cada página; pero como éstas son para ayudar al que lee a recordar lo que ha leído; y ayudar al maestro a preguntar, tú las traducirás de modo que al pie de cada página escrita sólo vayan las preguntas que corresponden a esa página. El resumen lo traduces al acabar cada capítulo. -La traducción ha de ser natural, para que parezca como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a que lo traduces, -que en eso se conocen las buenas traducciones. En francés hay muchas palabras que no son necesarias en español. Se dice, -tú sabes-il est, cuando no hay él ninguno, sino para acompañar a es, porque en francés el verbo no va solo: y en español, la repetición de esas palabras de persona, -del yo y él y nosotros y ellos,-delante del verbo, ni es necesaria ni es graciosa. Es bueno que al mismo tiempo que traduzcas, -aunque no por supuesto a la misma hora, -leas un libro escrito en castellano útil y sencillo, para que tengas en el oído y en el pensamiento la lengua en que escribes. Yo no recuerdo, entre los que tú puedes tener a mano, ningún libro escrito en este español simple y puro. Yo quise escribir así en La Edad de Oro; para que los niños me entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música. Tal vez debas leer, mientras estés traduciendo, La Edad de Oro. -El francés de "L'Histoire Générale" es conciso y directo, como yo quiero que sea el castellano de tu traducción; de modo que debes imitarlo al traducir, y procurar usar sus mismas palabras, excepto cuando el modo de decir francés, cuando la frase francesa, sea diferente en castellano. -Tengo, por ejemplo, en la página 19, en el párrafo nº 6, esta frase delante de mí: "Les Grecs ont les premiers cherché á se rendre compte des choses du monde". -Por supuesto que no puedo traducir la frase así, palabra por palabra:-"Los Griegos han los primeros buscado a darse cuenta de las cosas del mundo", -porque eso no tiene sentido en español. Yo traduciría: "Los griegos fueron los primeros que trataron de entender las cosas del mundo. " Si digo: "Los griegos han tratado los primeros", diré mal, porque no es español eso. Si sigo diciendo "de darse cuenta", digo mal también, porque eso tampoco es español. Ve, pues, el cuidado con que hay que traducir, para que la traducción pueda entenderse y resulte elegante, -y para que el libro no quede, como tantos libros traducidos, en la misma lengua extraña en que estaba. -Y el libro te entretendrá, sobre todo cuando llegues a los tiempos en que vivieron los personajes de que hablan los versos y las óperas. Es imposible entender una ópera bien, -o la romanza de Hildegonda, por ejemplo, -si no se conocen los sucesos de la historia que la ópera cuenta, y si no se sabe quién es Hildegonda, y dónde y cuándo vivió, y qué hizo. -Tu música no es así, mi María; sino la música que entiende y siente. -Estudia, mi María;-trabaja, -y espérame.
Y cuando tengas bien traducida L'Histoire Générale, en letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y limpias ¿cómo no habrá quien imprima;-y venda para ti, venda para tu casa, -este texto claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas:-y ve cuántas páginas te escribo.
El otro libro es para leer y enseñar: es un libro de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor-y todo lo cierto-de lo que se sabe de la naturaleza ahora. Ya tú leíste, o Carmita leyó antes que tú, las Cartillas de Appleton. Pues este libro es mucho mejor, -más corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se lo ve. Lee el último capítulo. La Physiologie Végétale,-la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal copiados de los que los sintieron de verdad. Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, -y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, -la grande y verdadera, -está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra. -Lean tú y Carmita el libro de Paul Bert: a los dos o tres meses; vuelvan a leerlo: léanlo otra vez, y ténganlo cerca siempre, para una página u otra, en las horas perdidas. Así sí serán maestras, contando esos cuentos verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal, y tanto nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como de casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o donde vivió el hombre de que habla la historia. - Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y no todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas agradables y útiles.
Porque ya yo las veo este invierno, a ti y a Carmita, sentadas en su escuela, de 9 a 1 del día, trabajando las dos a la vez, si las niñas son de edades desiguales, y hay que hacer dos grupos, o trabajando una después de otra, con una clase igual para todas. Tú podrías enseñar piano y lectura, y español tal vez, después de leerlo un poco más;-y Carmita una clase nueva de deletreo y composición a la vez, que sería la clase de gramática, enseñada toda en las pizarras, al dictado, y luego escribiendo lo dictado en el pizarrón, vigilando porque las niñas corrijan sus errores, -y una clase de geografía, que fuese más geografía física que de nombres, enseñando como está hecha la tierra, y lo que alrededor la ayuda a ser, y de la otra geografía, las grandes divisiones, y esas bien, sin mucha menudencia, ni demasiados detalles yankees, -y una clase de ciencias, que sería una conversación de Carmita, como un cuento de veras, en el orden en que está el libro de Paul Bert, si puede entenderlo bien ya, y si no, en el que mejor pueda idear, con lo que sabe de las cartillas, y la ayuda de lo que en Paul Bert entienda, y astronomía. Para esa clase le ayudarían mucho un libro de Arabella Buckley, que se llama "The Fairy-Land of Science", y los libros de John Lubbock, y sobre todo dos, "Fruits, Flowers and Leaves" y "Ants, Bees and Wasps". Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas y las flores, y las coqueterías de la flor con la abeja, y la inteligencia de las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas, y las casas de las hormigas. Libros pocos, y continuo hablar. -Para historia, tal vez sean aún muy nuevas las niñas. Y el viernes, una clase de muñecas, -de cortar y coser trajes para muñecas, y repaso de música, y clase larga de escritura, y una clase de dibujo. -Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás vendrán. En cuanto sepan de esa escuela alegre y útil, y en inglés, los que tengan en otra escuela hijos, se los mandan allí: y si son de nuestra gente, les enseñan para más halago, en una clase de lectura explicada-explicando el sentido de las palabras-el español: no más gramática que esa: la gramática la va descubriendo el niño en lo que lee y oye, y esa es la única que le sirve. -¿Y si tú te esforzaras, y pudieras enseñar francés como te lo enseñé yo a ti, traduciendo de libros naturales y agradables?-Si yo estuviera donde tú no me pudieras ver, o donde ya fuera imposible la vuelta, sería orgullo grande el mío, y alegría grande, si te viera desde allí, sentada, con tu cabecita de luz, entre las niñas que irían así saliendo de tu alma, -sentada, libre del mundo, en el trabajo independiente. -Ensáyense en verano: empiecen en invierno. Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, -el libro que te pido, -sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. -Trabaja. Un beso. Y espérame.
Tu
J. Martí
Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895.
……………………………………………………
Carta de despedida del Che a sus hijos
A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mi y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de
Papá
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