Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

domingo, 10 de mayo de 2015

Anoche Roque me llevó hasta la aspirina


El 10 de mayo de 1975 fue asesinado Roque Dalton, poeta, escritor, guerillero… ser muy especial, nuestroamericano, nacido en el Salvador, también en mayo, el día 14 de 1935; es decir, que su muerte ocurrió un día como hoy, hace exactamente 40 años, a 4 días de cumplir 40 años de edad. 
Hereje, amistoso, soñador, con un sentido del humor hondo y travieso, se entregó plenamente a fundar un mundo de justicia y equidad, no solo combatiendo con poemas, sino con su vida; y no únicamente la que se ariesga con las armas en la guerrilla, también la más difícil, la de exponerla con la irreverencia cotidiana, sin medias tintas ni frases complacientes –aunque algún gesto crítico lo hiciera tirando el brazo por encima, o suavizando un señalamiento con un toque de ternura en su voz –que ya de por sí era muy tierna, y taciturna.    
Anoche mismo, en Telesur, Paco Ignacio Taibo II le dedicaba su programa “Los nuestros” a Roque; con su hablar típico mexicano, campechano y profundo el investigador y escritor, Paco Ignacio nos devuelve grandes héroes ignorados o apartados de las calles de nuestros pueblos en las que sus vidas deberían ser voceadas como pregones a diario, para llevarlas de amuleto, o luces del camino. Así han pasado Lázaro Cárdenas, Tony Guiteras, la masacre de los Yaquis y ahora, ¡qué bien! que nos dibuje a Roque Dalton poeta de verso y acción –que son los verdaderos poetas, o acaso los más necesarios.

Roque tuvo una intensa vida política, fue hecho prisionero varias veces, se exilió en México, Checoslovaquia, y especialmente en Cuba, donde vivió como un cederista más y con una intensa actividad intelectual. Ganó el premio Casa de las Américas en poesía en 1969 por su libro Taberna y otros lugares. Parafraseando unos versos de José Martí, escribió Roque:
Dos patrias tengo yo:
-Cuba y la mía. 
En 1973, salió de la Isla sin decir adonde ni despedirse de amigos, y entró en El Salvador clandestino para integrarse al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Allí tuvo una seria polémica con el líder Alejandro Rivas Mira quien dirigía el grupo armado. Fue acusado de revisionista, hasta de agente de la CIA y el 10 de mayo de 1975 lo ejecutaron. 
Hace un buen tiempo vengo moliendo un proyecto de libro disco (aun por editar) con doce historias de ficción tejidas con canciones; están relacionadas con algunos de esos fantasmas que me nutren y me vigilan; uno de ellos es Roque Dalton.  
Quiero recordarlo con este texto que lo imagino  en este día de 1975; el ser enamorado, acusado de ser lo contrario o lo que era, y que termina asesinado por quienes debieron ser sus compañeros.  
Incluyo junto a la historia el texto de la canción que le acompaña. Quiero dedicarlo especialmente a la poeta, escritora, ensayista… Juana García Abás y a José Luis Fariñas, pintor y poeta; porque ellos me han mostrado de cerca a disimiles poetas -muy especialmente a Roque-, y porque les debo muchas de estas canciones.  


Aida


Nadie discute que el sexo
es una categoría del mundo de la pareja:
de ahí la ternura y sus ramas salvajes.
Te dije, medio filosofo, en la sobremesa de almuerzo, y tú enfatizaste lo de “salvajes” con picardía. Te convertiste en mi Gioconda, Aida mía, como la actriz que decide encarnar un personaje no para emitir ideas y sueños hacia el público, sino para decirle (y hacerle) a su amante las mayores y divinas locuras que la pasión te dictaba, sin los recatos ni las contenciones que la identidad casi siempre nos impone. 
—El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.
Claro que no me refiero a la chica de Da Vinci, la de la única sonrisa más famosa que la Colgate, alias “Monna Lisa”. Más que leído, te habías bebido el libro de la poetisa nicaragüense Gioconda Belli, lo cual resultó un cataclismo en tus ideas amatorias (que ya eran avanzaditas), de tal magnitud que tuve instantes en que quedé a la defensiva, casi desarmado.
—Amo a los poetas -bellos ángeles lanzallamas-
que inventan nuevos mundos desde la palabra
y que dan a la risa y al vino su justa y proverbial importancia.
que conocen la trascendencia de una conversación
tranquila bajo los árboles,
a esos poetas vitales que sufren las lágrimas y van
y dejan todo y mueren
para que nazcan hombres con la frente alta.  
Como en tus versos, soy el poeta delgaducho, de voz finita, taciturno… aunque te sabes igualmente mi costado enérgico, irreverente, con fuerte carga de humor irónico o satírico, según el objeto en mirilla. De no ser peligrosamente audaz, no estaría mi nombre, Roque Dalton, subrayado en rojo en los archivos de las fuerzas represivas salvadoreñas y su instancia inmediata superior (C.I.A). Pero igual, me miras provocativamente; sabes bien, Aida Gioconda mía, que es más fácil desafiar la muerte que enfrentar a una mujer desnuda, solo que el placer (siempre que se llega por caminos del amor) provoca un vértigo sublime que nos hace lanzarnos temerariamente a buscar y buscar y buscar en esa alma otra, que empieza a dejar de ser otra mientras avanzamos por su piel.   
Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. 
Yo te vestiré de caricias.
Música, la de mis palabras;
perfume el de mis versos; 
corona, mis lágrimas sobre tu cabellera.
Ahora te acepto el reto desde los versos de otro poeta desafiante y melancólico, Rubén Martínez Villena. A veces me confundo en él. Somos de ese prototipo de tontos que nos jugamos hasta la sobrevida por la vida. De los que nos creemos llamados desde todas partes. De los que no soportamos la sala y el sillón, como diría Silvio. Y esa actitud, no solo la comprendes, mi Gioconda, sino que hasta la exiges, a pesar de conocer que un buen día te habría de costar mi esfumación.  
—Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.
Hemos asumido como oficio este preguntarle a nuestra sombra, para saber cómo andamos y acudir purificados a defender los partos de nuestra era. Tenemos prohibida la frase “eso no me toca”: cualquier dolor humano nos queda en nuestro campo. Somos los locos, casi siempre mal mirados, porque no buscamos por donde colarnos para sacarle el filón de oro a nuestro tiempo, pertenecemos a esos raros que se dan todo a cambio de nada, o a cambio de sabernos dadores, placer que logra rozar la única felicidad posible y que pocos llegan a conocer, siquiera sospechar, confundidos en los fuegos fatuos con que nos han amaestrado.     
Cargamos con el pecado de ser amantes sin receso, debatiéndonos, o compartiéndonos, entre el ser deseado y el mundo que reclama. Ya El flaco lo expresó muy bien en sus versos:
Si miro un poco afuera, me detengo:
la ciudad se derrumba y yo cantando. 
La gente que me odia y que me quiere
no me va a perdonar que me distraiga.
Creen que lo digo todo, que me juego la vida,
porque no te conocen ni te sienten.  
Se trata, en cualquier espacio y tiempo, de lo mismo: El poeta que descubre en una mujer La poesía. Por ello, sin rubor, me desvisto en la piel de Rubén, ante el llamado de tu mirada ardiente: 
¿Qué mejor cinturón para tu talle, qué cinturón más tierno, más fuerte y más justo que 
el que te darán mis brazos?... Para tu seno, ¿qué mejor ceñidor que mis manos amorosas?... 
¿Qué mejor pulsera para tus muñecas que las que formen mis dedos al tomarlas para llevar tus manos a mi boca?...
Una sola mordedura, cálida y suave, a un lado de tu pecho, será un broche único para sujetar a tu cuerpo la clámide ceñida y maravillosa de mis besos…
Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. Yo te vestiré de caricias…
No podemos apagar las luces de la alarma, Aida Gioconda mía, hay mucho de falsedad también a la hora de encender las velas de un encuentro sexual. Demasiados esquemas acechando; son productos muy rentables los mitos comerciales del amor: La mujer como objeto, el hombre como macho castigador; violencia, bandos opuestos… 
—El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
conque yo estaré al lado suyo.
Es difícil refugiarte en un rincón o instante, a salvo de imágenes y voces que te dictan prendas interiores, perfumes, alientos postizos, sin los cuales no puedes tener un encuentro cercano con otro ser. Según los catálogos para amantes, los olores naturales apestan, y quien se guía por lo instintos de sus deseos no sabe amar; las parejas en lugar de buscarse en la desnudes para volar, cocinan sus cuerpos, guiándose por un libro de recetas. No es extraño que emprendamos una relación plagados de prejuicios, de odios, de ignorancia amorosa, como asistiendo a un combate entre enemigos. Lo sabes de sobra, Aida mía, nos hemos burlado de esos clichés muchas veces.  
Nadie discute que el sexo
es una categoría económica:
basta mencionar la prostitución,
las modas,
las secciones en los diarios que solo son para ella
o solo son para él.
“Deja eso ya”, fue tu regaño suavizado con un beso en las palmas de mis manos, y tu mirada era tan provocante que me vi sacudido entre el pánico y la tentación. Amarte tendría que ser como crear un poema: un proceso de hallazgos en busca de una verdad, la que esconde tu ser. No sé de donde salió la voz cálidamente ronca de José Antonio Méndez, el caso es que me vi abrazado suavemente a un buen bolero, y tu aliento, con el encantador descaro de Gioconda, empezó a susurrarme: 
—Quiero morder tu carne,
salada y fuerte,
empezar por tus brazos hermosos
como ramas de ceibo,
seguir por ese pecho con el que sueñan mis sueños
ese pecho-cueva donde se esconde mi cabeza
hurgando la ternura,
ese pecho que suena a tambores y vida continuada.
Tus ropas comienzan a caer; mis ojos, inmensos, desbordados, no saben por dónde empezar. Te descalzo y mi boca se lanza hacia tus pies… Una canción navega en el silencio, como alma condenada; así escalan mis labios por tus dedos, buscando una razón entre la inmensa nada. Rociar la oscuridad resulta un buen pretexto para poder volar sobre un templo de hombros encogidos, un mordisco en sus huellas arpegia en mi nostalgia sus latidos. La sucesión de acordes por tu empeine hacia arriba me imanta hacia una herida delirante: es tu respiración esa última verdad que se lo juega todo al borde la vida, burlando este sepulcro de espejismos. Protégeme de ser un ajeno a mí mismo; sálvame con tu vientre de esta hora de lobos y egoísmos, aunque se acabe mi canción y no encuentre el final, y no aprenda el final, y no sepa el final de tus abismos. 
La poesía, verdades que otros han apresado en objeto de arte, retorna a la realidad de nuestros cuerpos. Yo he ascendido desde tus pies y ahora tú desciendes desde mi pecho.  
—Quedarme allí un rato largo
enredando mis manos
en ese bosquecito de arbustos que te crece
suave y negro bajo mi piel desnuda
seguir después hacia tu ombligo
hacia ese centro donde te empieza el cosquilleo,
irte besando, mordiendo,
hasta llegar allí
a ese lugarcito
-apretado y secreto-
que se alegra ante mi presencia
que se adelanta a recibirme
y viene a mí
en toda su dureza de macho enardecido.
Ahora no sé bien si me he perdido o encontrado en los laberintos de tus caricias, en el delirio de tus olores, en las razones nuevas que le he robado a la existencia en tus suspiros. Fugaz, nos espía sentencioso Mario Benedetti:
Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.
El amor es el punto más alto de lo humano; nada como el lenguaje de dos seres cuando las miradas cantan en la mágica purificación del uno en el otro: derroche de ilusiones y energías, travesía a la semiinconsciencia desde el placer.  
—Bajar luego a tus piernas
firmes como tus convicciones guerrilleras,
esas piernas donde tu estatura se asienta
con las que vienes a mí
con las que me sostienes,
las que enredas en la noche entre las mías
blandas y femeninas.
Para mi suerte aquel día en que tú y yo nos graduamos de dioses, no ha perdido ni una pizca de su nitidez; te puedo ver y hasta oler ahora mismo, desaforada y contenida, en un vaivén como mecida por las olas.  
—Besar tus pies, amor,
que tanto tienen aun que recorrer sin mí
y volver a escalarte
hasta apretar tu boca con la mía,
hasta llenarme toda de tu saliva y tu aliento
hasta que entres en mí
con la fuerza de la marea
y me invadas con tu ir y venir
de mar furioso
y quedemos los dos tendidos y sudados
en la arena de las sábanas.
Tras el último viaje levitante, me asaltó el temor de que supieras que tenía que partir,  casi seguro para siempre. Y una canción de Chico Buarque se expandió por nuestra habitación delatándome: 
Tú y yo, si en travesuras de noches eternas,
ya confundimos tanto nuestras piernas,
dime con qué piernas debo seguir.

Si dejaste derramar nuestra canción,
si en las arenas de tu corazón
mi sangre erró de vena y se perdió.
¿Cómo podrá escapar mi vida de este momento? ¿Con qué me sostengo después…? Suplicaban tus ojos, pero tu boca no. Tu boca supo quemar la pregunta que no tenía respuesta. Cuando salí sin avisos ni despedidas de Cuba, sabías que tus cartas tendrías que remitirlas a una selva. 
Triste charco de luto
Precisamente cuando somos
dueños de la verdad (el hombre
no es un animal extraño
es sólo un animal
que ignora y que desprecia
y alcanza la verdad por la puerta del fuego)
Tras el desayuno silencioso, me despediste con un beso y un “cuídate mucho” en el umbral de la puerta. No te podía revelar mi destino, pero sabías que esta vez era un hasta siempre:
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
La vida tiene bromas macabras, le hice un poema a Silvio, en mis intensos días en Cuba, que serían mi perfecto epitafio.
Cayó mortalmente herido de un machetazo en la guitarra
pero aún tuvo tiempo de sacar su mejor canción de la funda
y disparar con ella contra su asesino
que pareció momentáneamente desconcertado
llevándose los índices a los oídos
y pidiendo a gritos
que apagaran la luz.
Yo era regularmente otros poetas, tú siempre carne de poesía o mujer poetiza. Vuelvo a cenar contigo, y a cenarte, como recurso mental para evadir la impotencia de este instante en que estoy a punto de ser asesinado con una pistola que no tuvo siquiera el valor de apuntarme al pecho. Imaginé esta muerte, entre las posibles, incluso entre las más probables, pero ni por asomo se me habría ocurrido pensar que dispararían desde mi bando. No recuerdo una traición mayor ni en los comics. No me duele la bala, sino el tiempo que cruzarán rumores intentando matar mis mejores poemas, defendidos con mi acción cotidiana; pero igual el tiempo irá sacando a pelear mis transparencias. Como dice Pablito Milanés: 
Retornarán los libros, las canciones, 
que quemaron las manos asesinas, 
renacerá mi pueblo de sus ruinas
y pagarán su culpa los traidores.     
Es 10 de mayo de 1975, ni siquiera un pelotón de fusilamiento decente han podido organizar; un juicio sumarísimo, en mi propia guerrilla, que ni juicio es. Se me acusa de insubordinado (¡eso no está del todo mal! ante mando semejante), de poeta burgués (algo así como el colmo) y nada menos que de agente de la CIA, (un chiste macabro). El juicio es realmente una gran discusión, gritan bajezas inauditas, hasta doy por terminado todo dialogo con un cubanismo: ¡Hagan lo que les salga de los cojones!
Triste charco de luto en pie de guerra
sin luna que se asome sin los pájaros
que recojan su dulce huella de agua
pero por la verdad la bella
que me jura desnuda sobre el color del mundo
pero por la verdad todos los lutos
todos los charcos hasta ahogarse
pero por la verdad todas las huellas
aun las manchadoras las del lodo
pero por la verdad
la muerte.
Ya no puedo volver a ti, Aida Gioconda mía; aunque… quién quita que tampoco me pueda ausentar a plenitud. Si bien apenas seré un recuerdo neblinoso, alguna huella impresa en tu manera de amar debe de haberme sobrevivido. De no quedar al menos un suspiro de mi pasión en el viento, sería imposible que alguien me evoque buscando a otro ser, confesándose… El Diablo Ilustrado 

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:
desde la oscura tierra vendría por tu voz. 

Roque Dalton 

Silviada   

Anoche me escapé de esta existencia
llegué a un estado-luz en lo remoto,
tan lejos que la muerte no alcanzaba
fue una fuga vital de un tiempo roto
un salto hacia el vitral de la inocencia.

Anoche fui el Chicuelo protegido,
el aura del eterno vagabundo
anidó con tu asombro en mi cabeza
y Los heraldos negros se molían en las cuerdas, 
no cabía oscuridad:
Vallejo musitaba en tu pureza.

El pintor —de escribano— 
catalogaba estrellas de los ecos
como un Cristo sentado 
irradiando la fe de los secretos.
La Madona con niño
revoloteaba al parto de ocurrencias
como lloviendo santos,
o protegiendo el halo,
o palpitando ausencias.

Anoche Roque me llevó hasta la aspirina
desgajó las tabernas con tus rezos,
se hizo ya el todavía
no cabía la espera
los sueños castañeaban en tus gestos.

Anoche retornamos a Teté
en tu manto de aliento colonial,
cual pacto celestial
silviamos el después
y lanzamos también nuestra señal.


2 comentarios:

  1. Es bello, triste y que egoísta me siento cuando pienso que a veces la rebeldía,si pierde, se siente más hermosa que nunca. Gracias por esta belleza de texto

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    1. Gracias Ava María, por compartir el dolorcito de uno de nuestros mejores fantasmas: nunca la humana rebeldía pierde realmente, aunque la maten; tú amor, por ejemplo, es la victoria definitiva de Roque.

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