Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

jueves, 28 de junio de 2018

Un doble de Ray a la roca

Nada, que el tiempo pasa y todo sigue igual
salvo por los matices de la cotidianeidad:
el barrio, los amigos,
la peña de los miércoles y el bar
donde noche tras noche vamos a olvidar.

Estábamos en el lugar de esa canción de Ihosvany Bernal, “el hacedor de los sones tranquilos”, nuestra peña del Caimán, en el patio bar de la EGREM: como todos los miércoles de la vida. Con esa precisamente había comenzado aquel día. Luego cantó Juan Carlos Pérez que nos complació con su “Tema del ángel”; y le siguió Eric Méndez quien no puede dejar de cantar su canción a Santiago Feliú:     
Se ha muerto mi pájaro cantor
y con él se ha muerto una canción
sin terminar.

Me han dicho que ha sido el corazón,
que de tantas ganas de estallar
no pudo más.

Se ha muerto mi pájaro cantor
de quitarme al mundo el antifaz
con la guitarra y la voz,
su canto se multiplicará
hasta que ya no haya que morir
por quitarle al mundo el antifaz.
Por ese entramado de canciones, se iba calentando la atmosfera de la peña.
El que está fuera de la trovadicción quizás no se lo explique (¡tanto deshabito de escuchar creativamente¡), pero en estos pequeños espacios habituales hay días a los que Joaquín (Borges-Triana) llama de alto voltaje, en que empiezan a rondarnos los fantasmas, se van espesando las almas y los trovadores cantan como poseídos. Tiene que ver con el público de ese día, o hasta con una noticia, con un amigo que hace tiempo no veíamos y pide con insistencia x canción, o con una muchacha sentada en una esquina y que nos cura la voz con la mirada cómplice; hay un contagio emocional en el ambiente que nos revuelca un verso y ese lleva otro, y a otro… todo esto envuelto en tragos, en nostalgias, rabias, sueños, y… como decía “ese entramado de canciones” va expandiendo un aura colectiva delirante, en la que cualquier espejismo o aparición se hace posible.
Cinco de la tarde,
hace ya que el pico te arde
y ahí estás,
viendo como se ve en el sueño rem
el patio de la EGREM
girándote en redor.
Ahí va el primer acorde
del primer trovador.
Son los versos de Yunier Pérez, uno de los jóvenes que nació como trovador en nuestra peña; describe en ellos a Bladimir Zamora, a quien llama “Ángel de la trova”. Algunos estamos rememorando pasajes, gestos, únicos, desmedidos, junto ese viejo amigo –para nada con alitas: resabioso, tajante, que rebautizaba todo, y a todos, como si el primer verbo lo tuviera él. Los conocidos iban perdiendo sus nombres y pasaban a ser:     Potrico pelú, Caballito de mar, Jamón, La monja, (fulano) El chismoso, Prometeo, Ni se te ocurra, El Fabelo, Hueso viejo, Mr. Postman, El ciego que más ve, La Matriuska, El Poshumano, Animal Emblumado (co autor con Lagarde), o quedaban frases acuñadas con un significado en clave para conspiradores como “los perros están contados”, “se me acabaron los rusos”, “tira la cuchara y rompe el plato”, “yo te diría que, por ejemplo…” “ese, seguro que es fundador de la Nueva Trova”… que habían salido de vivencias del colectivo o títulos de artículos del propio Caimán, o cuentos que de repetidos eran antológicos entre nosotros. El Blado era la más noble pata del diablo, veía amores hasta en rincones donde no había: en el fondo de una canción, en el polvo de un viejo libro, en un cartel en francés de un portavasos, en una frase arcaica de una vecina del solar. Poetizó naturalmente desde su poesía, pero también en su periodismo y en la vida que se tejió -y se bebió- desaforada y libertariamente. 
Desde que el Blado se fue, es un rito echar el primer trago en el piso a su salud entre los “trovadores del pelotón de vanguardia” de la peña como él mismo bautizó. Ya abundan las bromas, en los brindis sazonados de comentarios diversos: “No le eches mucho, que nos va a caer arriba”; Ovidio (nuestro “siquiatra personal”, alias el “espectador crítico” fundador de la peña) suele decir sonriente: “él está sabroso ya, descargando con Sindo”, aludiendo a ese hecho tan hermoso de que la Asociación Hermanos Saíz de Bayamo, le haya construido su lápida al lado de la del trovador mayor, Sindo Garay, a quien él veneraba como nadie. ¡Miren cuándo vino a tener buena casa! A esa hora de alzar la primera copa (más bien el vasito desechable) siempre salta alguien del piquete de la revista (Grillo, o Joaquín, Helena, Richard, Darío… o Albita) y nos invita a ponernos de pie para decir el lema de El Caimán Barbudo, que él inventó hace años cerrando una vieja discusión: “Aquí lo que hay es que beber ron y ser revolucionario”            
Guarde, entonces, de tu ira Dios
al tosco y al charlator,
patriota de prosapia yo sí sé
cuánto hay debajo de tu look de perdedor.
Ray Fernández está sentado en otra mesa, y en este verso nos miramos; no está cerca, pero sé que tiene aguados los ojos, o peor, los recuerdos.  
Ángel de la trova, caído de pie
súbete atrás el pantalón que se te ve…
Se nos escapa la carcajada, porque -verso genial- nos ha puesto delante al gordo: se para, -seguramente para ir al baño, pues el Blado no se perdía un acorde-, y vemos que el jeans por detrás está invariablemente medio caído y la entrada de sus nalgas al aire. Ray se seca los ojos, doblado de la risa, y negando con la cabeza dice: ¡El Blado, caraj!       
Me hace una seña, claro que quiere cantar en ese momento. Aunque no hace falta, me doy el gusto de presentarlo. Hago alusión a una remota madrugada en que Bladimir lo descubrió en el parque del Cristo, con su guitarrita. Era entonces chef de cocina y se hizo infaltable en nuestras presentaciones de El Caimán, y “reuniones” en La Gaveta (mini cuarto-santuario cultural, en el solar de Monserrate, en el que cabían el Blado y 3 personas más como máximo). En aquellas descargas despegaron canciones como “La Yuca”, “El gerente”, “Matarife”… que hoy son legendarias en las peñas de este rey del Tun Tun de la Casa de la Música de Miramar.
Le doy un satírico tono de antiguo locutor radial a esta última frase rimbombante. Esto lleva cerrada ovación, y Ray toma la guitarra con reverencias, besos y saludos; como se dice armando su show, que no aguanta solemnidad. No obstante, va a empezar sentimental. Recuerda aquella feria del libro en que su compadre Zamora le regaló un libro de Eugenio Florit con una sentencia “te va a poner mala la cabeza este poeta”. Esa misma noche, Ray lo llamó por teléfono para decirle que acababa de musicalizar uno de los poemas. Bladimir, sin asombro, le contestó: -Ya sé cuál, “El ausente”.
¿Quién se murió para mi vida?
¿Qué sofocado grito alienta,
sale del aire de la isla
y aquí me llega para alzarme
sobre mi ausencia entristecida?
 
No sé quién fue, no sé quién era,
ni quien murió para mi vida.
Tras “El ausente” comenzaron las peticiones, y cantó varias de sus rancheras mexicanas, -realmente cubanas porque las compone él y con textos ciertamente amorosos, pero más satíricos que lacrimógenos, y limando el contexto social, con ese humor crítico que le caracteriza. Aquello se convirtió en un jolgorio colectivo; le costó bajarse de la tarima ante la insistencia del público. El Ihosva Bernal invitó a Samuel Águila, uno de los pocos que podía entrar en ese pico de entusiasmo que deja Ray.
“El rebelde” (como se autodenomina) es una propuesta trovadoresca muy distinta: desgarrada, intensa, de un guitarreo peculiar que silencia al público y lo conecta de inmediato en un plano más de razonamiento.
Se han quedado atrás los buenos versos,
todo es discoteca  pa´ “joder”, 
prefieren mejor mover el cuerpo
el pensamiento no está en la moda.
¿Qué le vamos a hacer?   
 
Samuel invita a Diego Cano para cantar juntos “Maureen”. Joseito ajusta los micrófonos y monta otra línea de guitarra; Ray aprovecha y pasa por mi mesa, me toca por el hombro para que salgamos a la barra.  
-Dime, ¿qué quieres tomar?... Una Cristal para él y un wiski doble para mí; a la roca, pero ¡no me lo santigües! –Bromea con el barman.      
Me mira fijo, y enfatizando, con un “a los que veníamos” implícito; 
-Bueno, ¿cómo va el disco? –Sé que es una pregunta sin para respuesta, así que encojo los hombros, contraigo los labios sonriendo y afirmo con la cabeza. Me abre los ojos, en sintonía sonriente, y también asintiendo, como en un ¡anjá!, y de inmediato pasa con la cabeza del sí al no:
-¡Tú sabes que yo no puedo faltar en ese disco! 
Aguanto un buche de aire, expiro y le entro a la cerveza tratando de expresarle ¡Imagínate tú! Ya está cuadrado todo, incluso la mayoría de las voces ya grabadas y hasta algunas pre-mezclas están hechas ya.     
-Coño, compadre si “La mazúrquica posmodérnica” es de todo lo que yo he grabado lo que más me gusta. Yo no me puedo quedar fuera. 
Ciertamente su versión de mi Mazúrquica… es algo como para material de estudio. El arreglo empieza como una polka rusa, rompe en un chachachá y el puente es un reggae. Su interpretación, con la energía desbordada que lo caracteriza y un sabroseo inquietante.
https://www.youtube.com/watch?v=9lxpo9hlJ_Q
Que me perdonen si no soy simpático
si no hallo rosas para los sintéticos,
faranduleros o melodramáticos:
no aprendo el arte de lo seudoartístico.
La pieza está inspirada en la “Mazúrquica modérnica” de Violeta Parra. Aún me veo claramente boquiabierto, entre el espanto y la ternura, en la noche en que Ray la grabó en el estudio de la EGREM, (por cierto, en el piso de arriba de ese mismo lugar en que estábamos sentados conversando en ese instante). Aquello sonaba a Van Van con   Aragón, (de hecho el violinista de esa legendaria orquesta cienfueguera, Lázaro Dagoberto González, toca en ella).              
En el intro, Ray se inventó un coro que repite Mazurquica, posmodérnica y lo primero que suelta es una “morcilla”, ¡toda una estrofa!, en una especie de “lunfardo” cubano: Violeta Parra, e`cucha,
te la trae el Diablo Ilustrado,
ven, ven, ven, Violetica,
chévere cu chévere.
¿Qué es eso? No puedo creerlo… ¿Cómo qué Violetica?
Estuve casi una semana pensando si dejar eso. Terminé replanteándome la canción.
Que me perdonen los neoteóricos
-anorteñados en lo posmodérnico-
si me empecino en ser un romántico
de los que abrazan el marxismo místico.
¡Hay que oír como suelta ese “místico” con que cierra el verso! es una roña como grito callejero a alguien que le ha ofendido.
Desde aquellos encuentros iniciáticos en La Gaveta, discutíamos bastante sobre diversas aristas de la canción trovadoresca, y de su propia obra; especialmente ese humor suyo, ilimitado, no solo en lo que canta si no en la proyección escénica; con el tiempo, y su autenticidad me demostró que yo tenía un concepto demasiado puritano del trovador.
Ya me aprendí que todo está inventado
que el acto creador es anacrónico,
que el horizonte es un ecléctico pasado
y que el presente un porvenir recíclico,
pero soy tan creyente como un buen agnóstico.
Su razonamiento: ¿Por qué no Violetica? La veo como una mujer amada, una trovadora amiga, es llamándola a que se aparezca, como invocando a una deidad en un bembé. Diversión no es sinónimo de irrespeto, no es un pecado jugar con una santa de la trova como nuestra querida Parra.   
Y todavía quedaba “morcillleo” en los finales de su versión: 
Ay, Violeta para ti na` má
¿Dime algo Bukowski?
Aquí había un guiño con Bladimir Zamora y su predilección por Charles Bukowski, poeta y escritor maldito estadounidense, aunque nacido en Alemania; incluso el Blado le dedicó a Ray un resonante poema titulado “Blue de Bukowski” en su libro Los olores del cuerpo:    
a un poco más
de los 50
he cerrado la puerta
del balcón
para cagar
en la estrecha
intimidad
sobre
el periódico de ayer. 
Y si esto fuera poco… (de los aportes que hizo a mí-su Mazúrquica) guardó las mejores emociones para los finales. En el cierre de la grabación parece soltar todo lo que le venía en mente en ese momento, como un ajiaco de onomatopeyas y palabras al azar:
Bim bim
chequere bruca manigua
Cambia quinbiam bia  bia
Oye, Mayakovski: ¿qué volá?
Ay, la trigo de la Taigá,
de la tundra para acá,
chequere bru, chequere bru,
chiquitín, chiquitín, chiquitín, chiquitín
tan tan. 
Aquí empecé a darme cuenta de que yo era demasiado racional, y que Ray deja fluir su espíritu en las canciones desprejuiciadamente, echándole mano a lo que su instinto le dicta y del que salen esos aparentes disparates, a los que la gente le busca el sentido o simplemente siente, dejándose llevar por la musicalidad. La mezcla de Mayakovski (que sonoramente juega con el Bukovsky anterior) pudo haber emergido de la polka del intro, y luego por ahí llegaron arrastrados por la alusión al poeta ruso “la tundra” y la “Taigá” que rima con qué volá y con Bruca manigua, que es nada menos que el título de un afro-son compuesto por Arsenio Rodríguez en 1937. Tras esto no se puede pedir ni una pizca más de delirio.   
Un par de tragos más y nos despedimos, con “un deja ver”, más por esquivar el no, que por creer posible tenerlo en el disco. Arrastré la pena hasta la tarde siguiente, en que llegando al estudio le pasé el drama de bares y cantinas a nuestro productor. De tal “suerte” que había visto momentos de un concierto que habían filmado precisamente (y no escampan los azares) Delio, Ivancito y Hevia los grabadores de nuestro disco.
Terminando mi aflicción; pausa, y en lugar de decirme “¡Imagínate! Ya no hay más pueblo” Carballea sonríe. “Eso es lo que se llama un agradable problema. Si Ray quiere estar, tiene que estar.” Se paró, salió a buscar un laguer, (o a frotar la lámpara) y volvió apurado:
-Ya lo tengo, es el cierre del disco, “Las tardes del bardo”, que cante a dúo con un notable trovador, de la llamada vieja guardia. Van a empastar de maravillas y Ray le puede hacer una segunda bien arrabalera; será como el tema de la trova de bares y cantinas de Santiago de Cuba. Y es simbólico, dos generaciones en homenaje a esa trova de Sextetos y Septetos, “matamorina”, “piñeriana…
Las tardes del bardo brújula extraviada
no hay otro camino que el azar
bouquet de una esquina empinada
toneles del alma en añejo
con sones de un órgano oriental.       
    
Y ya estamos en el estudio, el dúo Jade tiene el arreglo ideal. Maygred la guitarrea en un soneo enmoñado y callejero, Yanaysa empieza a poner la voz (gran y honda voz) guía con alma de María Teresa Vera. Desde que rompen seducen, contagian, me crece la canción como la espuma; es algo tan sabroso que Carballea tiene que mandarnos a callar a Ray y a mí, pues no dejábamos grabar. Yanay ríe (con risa abierta, a lo Guillén) y a la tercera vuelta invita a Ray a hacer voces con ella, para que caliente ante un arreglo que está escuchando por vez primera.
Ray se llevó dos de las tomas para estudiarlas y crear su interpretación, que sería una segunda voz al gran Trovador que estaba previsto. Se tomó un par de semanas hasta darnos el listo. El día ideal un miércoles, pues los jueves tiene Tun Tun y de ahí vienen días suyos en otra dimensión con retorno a la nuestra el domingo o el lunes.
Y llegó ese miércoles fresco, pidió un tiempo de calentamiento (con vodka), y escuchó un par de veces la grabación (con, y sin voz de Yanaysa). Como era de suponer no traía únicamente una voz segunda; por si acaso, también ensayó una primera, casi una tercera, y por el camino fue improvisando coros y fraseos, tarareos, y hasta un solo de peine (instrumento callejero: un peine común y corriente, al que se le pone un papel de china y se sopla como una armónica).
En principio todo esto sería un por si las moscas, sabíamos que frenar a Ray es imposible, un ser que está creando todo el tiempo, hasta con su personalidad. Bien lo saben los que asisten a su peña de los jueves en el Tun Tun. Un show que cambia completamente de una semana a otra, aun si cantara las mismas canciones (cosa que no suele hacer) pues el Ray de un día para otro da giros insospechados. Y lo mejor (o peor) es que esos cambios no ocurren únicamente en escena, ha asumido su vida como parte de su obra, de manera tal que ha roto los límites (o él único límite que le quedaba) entre la realidad y la “ficción” que de alguna manera es un espectáculo, terminando por montar cada personaje para escena en su actuar cotidiano. ¿O será que toma su vida para ensayar el espectáculo del próximo jueves?
El caso es que puedes encontrarlo con atuendo de campesino, digamos una guayabera, un tabaco y un sombrero de yarey con bigote de Dalí y botas de cuero; o de rapero, con un gorrón NY de lado, cadena de perro, short ancho, pulóver lleno de arabescos brillantes, y tenis botines. Y así, un día de charro con un bigotón y chaleco, o de gallego del teatro bujo con boina y patillas, en fin, es como si a cada encuentro fuese otro, y realmente lo es, salvo en sus esencias, maravillosas. Es el ser humano que se gana todo y no tiene nada; a tal punto que no pocas veces me lo encuentro y trato de escurrirme porque empezamos cantando en la peña, en un parque, y de ahí para un bar, o para su casa, y a cocinar y a llamar amigos y hasta que el cuerpo no dé más la cantata. Las anécdotas de Ray cuesta creerlas.
Mejor retorno al estudio, miércoles 28 de febrero, sobre las 3 pm Ray Fernández pone la voz primera de “Las tardes del bardo”
Las tardes del bardo, disfraz de mendigo,
la paz del sin nada que velar,
talles que se roban las miradas
hobby de la estética sexual.
Ha cantado metido en el tiempo como un viejo trovador curtido, pensando quizás en lo que haría quien estaba previsto. Un par de tomas y todos delirando, aun pensando que esa voz no sería la que iba a quedar. Aquí comenzó un juego estilos de canto entre Ray interpretando y Carbella proponiendo, para una segunda voz un coro, una frase al vuelo…nuestro productor le decía, por ejemplo, haz el cierre del verso a lo Carlos Embale en el Septeto, o demora la entrada de la segunda a lo Hierrezuelo con María Teresa Vera, o tira un ¡ay! a lo Matamoros. Como 10 tomas en los que quedaban voces como hacer cuatro versiones de la canción. Allí mismo, luego, los grabadores Ivancito y Delio (en el pico de entusiasmo) comenzaron a hacer pre mezclas a ver, y comenzó a rondar el fantasma de que no habría que tocar eso, o sea que todas las voces serían Ray sin que fuese imprescindible el muy destacado trovador previsto. Claro que ni le pensamos en voz alta, pues habría sido un lujo contar con esa voz y su peculiar guitarreo en el puente; pero sabíamos que lo grabado por Ray era de la más pura estirpe trovadoresca y que teníamos un cierre de disco, de suelta la muleta y el bastón y podrás bailar el son, como diría don Miguel.
Y así quedó pues se fue enredando el Trovador previsto, por causas diversas y ajenas tanto a él como –por supuesto- a nosotros.
Las tardes del bardo siempre dan al parque
como todo cuento viaja hacia un final.
Las tardes del baro hoy tienen de ausencia
pero están a salvo del olvido
porque las almas ya se han querido
aunque esas tardes no vuelvan más.

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