Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

miércoles, 25 de enero de 2012

Diablo en Somos Jóvenes No 14

Revista Mensual 182 de Abril de 2000
 Todo florece en este mes. La animación de los colores de Abril da un toque especial a la luz que se desliza sobre esta página para que tu mirada capte en ella el saludo de las infinitas primaveras de las almas. Es el instante en que te tengo el de mayor placer de mi existencia: es tu lectura, por lo tanto, el único sentido de mi viaje. Tú eres mis posesiones; no tengo —ni quiero tener— otro privilegio que llegar cada mes y tocar a la puerta de tus sueños, dejando interrogantes y respuestas que nos lleven un poquitín más lejos en la experiencia humana. Ebrio de gozo, ante el leve roce de tus manos, salgo a pasear por los jardines insondables de los siglos. No me abandones, respira el aroma de los sentimientos eternos junto a este vasallo del amor que no es sino… El Diablo Ilustrado    

Conócete a ti mismo, dice un proverbio griego. Puede parecer paradójico, pero solemos rastrear críticamente en los demás con mucha más facilidad que en nosotros mismos, de lo cual se infiere que, con no poca frecuencia, uno viaja como en un cuerpo prestado.
Dice él que no es feo, pero hay que verlo como trata de usted al que se le para enfrente en el espejo. Más allá de la relatividad de la belleza física, es importante adoptar el método de la bruja del cuento: no caer en la bobería de “dime quién es la más bella(o) del mundo?”, pero sí tener un encuentro serio ante el espejo hurgando mirada adentro.
La crítica constante, el análisis riguroso de quién es uno, cómo actúa, de dónde viene y hacia dónde va, es el único camino a la armonía espiritual que, a su vez, es la única manera de llegar a la real felicidad —esa que, erróneamente, muchos buscan fuera de sí—. No hay almohada más blanda que la propia conciencia, reza un proverbio francés, y esto viene siendo algo así como tener el Pépe Grillo de Pinocho. Si te fijas en ese antológico cuento, verás los problemas que trae al niño el no escuchar la voz de sus adentros, simbolizada en el animalito de paraguas y bombín. Y creo que todos tenemos nuestro Pépe Grillo, lo que pasa es que algunos son más exigentes que otros. Dejó escrito Byron: los oídos no pueden escuchar ni la lengua puede describir las torturas de ese infierno interior, claro que se refiere el poeta al alma que busca constantemente elevarse mediante la exigencia cotidiana para consigo misma.
-Alguna vez en la vida hemos pasado por la pregunta: “¿he actuado bien?” Hay quienes se van olvidando de ella y quienes hacen de esto un ejercicio constante. Por otra parte, a la hora de buscar respuesta, los hay que justifican un mal paso con meditaciones al estilo de: “bueno, pero eso es lo que hacen los demás; no voy a hacer el papel de bobo; total, nadie se va a dar cuenta” y así muchas justificaciones, que casi siempre pasan por la doble cara o el egoísmo. Cierto, uno puede realizar muchas malas acciones sin ser descubiertos por otros, pero uno puede engañar a todo el mundo menos a uno mismo. La verdad, a la larga, siempre sale a flote: o porque los demás la encuentran, o —lo que es peor—, en el interior de uno quemando el espíritu, destruyendo la autoestima, incrementando (consciente o inconscientemente) la inconformidad con uno mismo. No hay nada más terrible que cargar las 24 horas del día con un miserable, ese es el peor castigo que tiene el miserable.  Que los demás lo  descubran o no siempre es una posibilidad, pero de quien no se puede esconder nadie jamás es de sí mismo.
Alguien dijo que la conciencia es para muchos hombres la anticipación de la opinión de otros. Y no creo que esta tampoco sea una buena conciencia, pues nos puede llevar a una actuación para quienes nos rodean, buscando comportarse complacientemente, incluso convenientemente. Creo que nuestro cotidiano monólogo interior debe estar basado en el más estricto sentido del bien, por encima de intereses, o lo que quiera o crea alguien. Esa voz que parece brotar del espejo que nos enfrenta cada mañana a la hora del aseo, debe ser sincera, desinteresada, que encuentre la belleza de salir a la calle a descubrirla en sus más pequeños detalles, a brindar la mano al que nos salga al paso, a ofrecer la sonrisa y el gesto caballeroso, aunque alguno de esos pasos implique una renuncia, un inconveniente. A veces una buena acción cuesta algo, pero ese sacrificio es el precio que exige tener el alma ligera, alegre, porque le da el alimento que la fortalece: la paz con uno mismo. Dejó escrito Fray Luis de Granada: la buena conciencia es tan alegre, que hace alegres las modestias de la vida. Y esa es la mayor riqueza que se puede tener; las materiales se rompen o se pierden, y nos traen el temor a que nos las roben, nos las envidien, o nos las quiten, la conciencia es la única cosa incorruptible que tenemos, esa viaja con nosotros hasta el final.
Nada es más importante —y nos acerca más a la felicidad— que poder decir como el Maestro: Yo soy bueno, y como bueno, moriré de cara al sol.                           



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