Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

viernes, 6 de enero de 2012

Diablo en Somos Jóvenes No 12

Revista mensual 180 Febrero de 2000
 ¿Me esperabas? Yo anhelaba impaciente este instante en el que mi voz —esa que suena como tu mente la susurre mientras recorres estas letras— pudiese expresarte abiertamente el caudal de maravillas que he recopilado al paso de los siglos. Me siento en este instante como un niño que encuentra compañero para entrar a un juego de palabras, desentrañando significados que nos puedan otorgar la alegría mayor de compartir un sendero a la única felicidad posible: la del hallazgo, la de rozar una verdad que nos otorga el poder de ser mejores.
Con discrepancias y coincidencias abriremos el cofre del asombro donde las únicas joyas que brillan serán las de nuestros ojos mirando limpiamente. Si alguien te llama en este instante, dile que espere, que estás jugando con un buen amigo… El Diablo Ilustrado    


Muchos aplican la ley del embudo: todo para mí. Por supuesto que me refiero a los egoístas. Los tiempos difíciles arrastran mezquindades. No creo que debido al deterioro de las buenas almas sino a que en los momentos duros, al lobo se le destiñe el disfraz de cordero.
Los espíritus bien templados no creen en fantasmas, se crecen ante las carencias y es en las más dramáticas situaciones donde más hermosos se ven. Como dice Silvio quien lleva amor asume sus dolores y no lo para el sol ni su reverso.
Se pueden poner ejemplos múltiples de seres que se dejan arrastrar por las dificultades y sacan lo que tienen de cavernícola dentro: el que a la hora de abordar el tren o el ómnibus escolar se lanza hacia la puerta sin cederle lugar a una compañerita; el que, en la calle, viaja sentado en un ómnibus y le importa un comino que vayan parados un anciano, un niño o una mujer embarazada; el que recibe una visita a “hora inapropiada” y esconde su plato “por si las moscas”; el que se come la merienda que trajo de la casa en el albergue tras el toque de silencio, atragantándose solo bajo la sábana; o hasta el que tienen conocimientos en determinada materia y no quiere estudiar con otros compañeros para sobresalir en los exámenes después. Retomando la canción del trovador: vaya con suerte quien se cree astuto porque ha logrado acumular objetos, pobre mortal que —desalmado y bruto— perdió el amor y se perdió el respeto.
Juan Ramón Jiménez advirtió: Ten cuidado, cuando besas el pan… ¡Que te besas la mano! y, ciertamente, ese que hace un dios de los objetos termina encerrado en sí mismo, creyendo que todo se lo merece por encima del resto de los mortales. Es ese que envidia los dones o éxitos de sus compañeros y se remuerde el hígado cuando alguien celebra las virtudes ajenas. Es ese de los que ponen zancadillas difamando o destilando veneno como si manchando el prestigio de los demás, lo adquiriera él. Para ese pobre ser hay verso de otro trovador, Pablo Milanés: lo que brilla con luz propia nadie lo puede apagar. George Eliot dejó escrito: aquella persona era como el gallo, porque pensaba que el sol salía para oírla cantar. Se refería, naturalmente, a ese que su egolatría lo lleva a creerse que tiene “a dios cogido por las barbas”, que es el centro del mundo; persona que, por lo regular, tiene a dos o tres a su alrededor que —por guataquería, o dándolo por incorregible— le ríen las gracias y le reafirman las virtudes que imagina tener, sin contradecirlo, o aclararle para que comprenda que la vida se nos da y la merecemos dándola.
Son dignos de lástima los acopiadores de objetos y los egoístas, pues suelen ser seres muy solos en la vida. La gente, en la medida en que los conoce, les cierra las puertas de la amistad: cuando más logran asociarse a otro egoísta. El buen amigo admira y aprecia a los desinteresados, compartidores, a ese que lleva por máxima una canción de Joan Manuel Serrat: ayer y siempre lo tuyo nuestro y lo mío de los dos.
Joaquín Miller dijo: aquel que vive para sí, vive para el más mezquino del mundo. El curso del tiempo ajusta cuentas al egoísta, al que no sabe encontrar la felicidad de entregarse a los otros, al que hace sus proyectos sin tener en cuenta a sus amigos, compañeros, a su país, a la humanidad. Quienes saben darse poseen la riqueza mayor, la de vivir feliz consigo mismo. El egoísta es como el avestruz que ante el peligro, ante la adversidad, ante el llamado de la sociedad, esconde su cabeza en un agujero. Lo vemos en el que cambia su oficio, no buscando la realización humana, sino para lograr más dinero; en el que no es capaz de quedarse un rato extra por ayudar a sus compañeros en el estudio, porque eso ya él se lo sabe; en el que no se apresta a ejercer el magisterio porque su interés particular es otro; en el que le sobra algo en la casa y en lugar de dárselo a un amigo prefiere venderlo para sacarle más. El avestruz cree que así se salva de la situación y lo que logra es quedar aplazado por sus semejantes que lo miran de reojo, porque quien no se da a los demás siempre tendrá —al menos— un imposible: estar en los demás.           


1 comentario:

  1. Pues claro que te esperaba, cuando llegas no solo oigo tu voz en mi mente, como predices, sino que hasta veo “La Boca”, cuando emite estas palabras que leo, “boca que me ha arrastrado” a seguir estos comentarios porque esta “boca poblada de bocas”, siempre nos lleva a la reflexión, es “boca que viene de lejos a iluminar” nuestro ser incitándonos a ser mejores.
    EDI, que este, tu comentario, sea “canción que mueve las alas hacia arriba y hacia abajo” , ponga a pensar a unos cuantos y nos lleve hasta otro comentario en día no muy lejano en el que digamos algo así como: ¿Recuerdos del egoísmo? “Pues…hoy son recuerdos, recuerdos de esos distantes y amargos”.
    Que este comentario sea “beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos que no dejaran desiertos ni las calles ni los campos” de las virtudes más lejanas al mezquino egoísmo.

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