Revista mensual 183, mayo de 2000 |
Lo que fue instinto, o desbordado anhelo, hoy es certeza: me acompañas. Esto principia un nuevo rostro de esa luz que he tomado de los siglos, ya no soy el solitario vagabundo, ahora te tomo el pulso como quien se alimenta de la aurora que es perenne amenaza de las sombras. Estas huellas de tinta que me identifican, y en las que dejo los más hondos pedazos de mí, te han traído y me llevan a esa danza de los seres incorpóreos: el combate espiritual por le cenit humano. ¿Cómo sabrías que estoy junto a ti? ¿Cuál podría ser la prueba de nuestra conexión? No hacen falta comprobaciones, viajo en el bolsillo de cada gesto que te acerca a las estrellas. Gracias por llevarme, por conceder el trono de amistad a quien no es sino un humilde vasallo que se hace llamar… El Diablo Ilustrado
Madre hay una sola dice un tango que cantaba Carlos Gardel para resaltar la importancia que tiene ese extraordinario ser en nuestra vida. Ciertamente, es la madre refugio central del ser humano. No por gusto, cuando se quiere resaltar algo se le da ese título de ahí que expresemos “madre naturaleza”, “madre patria”, siempre reservando ese noble calificativo a casos excepcionales y esenciales.
Maternidad es un estado de gracia de la vida, la ternura se convierte en un manto mágico que envuelve a la mujer con su hijo, creando una fusión eterna. De ahí que —salvo casos muy contados— la madre es la fuente donde depositamos nuestra máxima confianza durante toda la existencia. No es solo cariño, comprensión, guía desde nuestros primeros pasos —cosas que también ofrece un buen padre—; más allá del espíritu que nos siembra mientras nos moldea, mamá es el ser al que estamos ligados como planta a su raíz desde que nos formamos como semilla en su vientre. Es quien nos entrega a la luz y luego, desde su seno, nos ofrece calor y alimento, por ello el ser humano comienza por aprender que madre es vida.
Padre es cualquiera reza un refrán popular (de muy mal gusto, por cierto), no hace falta echarle al hombre para resaltar el papel de la mujer. Aunque ha sido subestimado por prejuicios y tradiciones machistas (o feministas), el padre puede significar tanta dedicación y ternura para un hijo como la progenitora. Pero no es el asunto de hoy, simplemente acudí a esa frase para virar la tortilla (es decir, la pregunta): ¿Madre es cualquiera?
Maternidad no implica solo capacidad de engendrar, la evolución hacia la madurez va dando a la muchacha los dones que hacen de ella una madre. Muchos aconsejan a parejas muy jóvenes para que no se precipiten con los argumentos de las condiciones objetivas: ¿Tener hijos? ¿En qué techo lo van a cobijar? ¿Con qué lo van a sostener? ¿Qué harán con sus estudios? Etc. Ciertamente, los factores objetivos deben tenerse en cuenta; tampoco se trata de pensar: “hay amor y basta para procrear”. Pero más allá de las condiciones —que pueden ser más o menos sorteadas— hay que preguntarse si esa muchacha ya está lista para serlo. La vida lleva su paso, alterarlo es quemar etapas que no tienen regreso.
Un hijo no es un experimento, no es un juego, aunque el hijo nos devuelve al mundo de los juegos y nos hace experimentar sensaciones inimaginables. Pero deben llegar a su tiempo físico y espiritual. Hay edades para conocer la vida, para comprenderla y para ir tomando la conciencia y el dominio de ella —sin perder el asombro, por supuesto. Una joven necesita, no solo que su cuerpo llegue hasta el estado óptimo de la gestación sino también una preparación psíquica, conceptual, una seguridad e idea de los principios en que va a dirigir a su criatura para encauzarla por los senderos de la existencia.
Siempre es saludable darle tiempo al amor para indicar la hora de los hijos. Una precipitación conduce a problemas en la crianza y hasta en la propia relación de pareja por no tener madurado un proyecto de educación. Ten en cuanta que la paciencia es un árbol de raíces amargas pero de frutas dulces. Dale a tus años la función de despertador y sabrás el momento preciso, el que indicas que estás listo para sacrificar tiempo y placeres para dedicárselos a ese girón de ti mismo.
De manera que en este mayo me dirijo a las madres, sobre todo a las futuras, acudo a un escritor uruguayo que extrae de las entrañas de América una lida experiencia:
¿Qué hace una india huichola que está por parir? Ella recuerda. Recuerda intensamente la noche de amor de donde viene el niño que va a nacer. Piensa en eso con toda la fuerza de su memoria y su alegría. Así el cuerpo se abre, feliz de la felicidad que tuvo, y entonces nace un buen cuerpo huichol, que será digno de aquel goce que lo hizo.
La escuela de la vida y la vida de la escuela van forjando el espíritu que harán de una joven un ser maduro, como la planta a la que su propio desarrollo le otorga el don de dar frutos.
Guarda esta página para le minuto indicado en que te toque moldear a un nuevo ser. Para entonces te vendrá muy bien esta receta que nos da Galeano: Mandar a hacer de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a uno niño nada que no tenga un “porque” al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que recibe, le echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: “¿Por qué?” Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se les mande a hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos.
Te veré nuevamente, saldré a ti en una página nueva, hasta entonces la despedida es —por este día— un pensamiento de José Martí: Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene.
Maternidad es un estado de gracia de la vida, la ternura se convierte en un manto mágico que envuelve a la mujer con su hijo, creando una fusión eterna. De ahí que —salvo casos muy contados— la madre es la fuente donde depositamos nuestra máxima confianza durante toda la existencia. No es solo cariño, comprensión, guía desde nuestros primeros pasos —cosas que también ofrece un buen padre—; más allá del espíritu que nos siembra mientras nos moldea, mamá es el ser al que estamos ligados como planta a su raíz desde que nos formamos como semilla en su vientre. Es quien nos entrega a la luz y luego, desde su seno, nos ofrece calor y alimento, por ello el ser humano comienza por aprender que madre es vida.
Padre es cualquiera reza un refrán popular (de muy mal gusto, por cierto), no hace falta echarle al hombre para resaltar el papel de la mujer. Aunque ha sido subestimado por prejuicios y tradiciones machistas (o feministas), el padre puede significar tanta dedicación y ternura para un hijo como la progenitora. Pero no es el asunto de hoy, simplemente acudí a esa frase para virar la tortilla (es decir, la pregunta): ¿Madre es cualquiera?
Maternidad no implica solo capacidad de engendrar, la evolución hacia la madurez va dando a la muchacha los dones que hacen de ella una madre. Muchos aconsejan a parejas muy jóvenes para que no se precipiten con los argumentos de las condiciones objetivas: ¿Tener hijos? ¿En qué techo lo van a cobijar? ¿Con qué lo van a sostener? ¿Qué harán con sus estudios? Etc. Ciertamente, los factores objetivos deben tenerse en cuenta; tampoco se trata de pensar: “hay amor y basta para procrear”. Pero más allá de las condiciones —que pueden ser más o menos sorteadas— hay que preguntarse si esa muchacha ya está lista para serlo. La vida lleva su paso, alterarlo es quemar etapas que no tienen regreso.
Un hijo no es un experimento, no es un juego, aunque el hijo nos devuelve al mundo de los juegos y nos hace experimentar sensaciones inimaginables. Pero deben llegar a su tiempo físico y espiritual. Hay edades para conocer la vida, para comprenderla y para ir tomando la conciencia y el dominio de ella —sin perder el asombro, por supuesto. Una joven necesita, no solo que su cuerpo llegue hasta el estado óptimo de la gestación sino también una preparación psíquica, conceptual, una seguridad e idea de los principios en que va a dirigir a su criatura para encauzarla por los senderos de la existencia.
Siempre es saludable darle tiempo al amor para indicar la hora de los hijos. Una precipitación conduce a problemas en la crianza y hasta en la propia relación de pareja por no tener madurado un proyecto de educación. Ten en cuanta que la paciencia es un árbol de raíces amargas pero de frutas dulces. Dale a tus años la función de despertador y sabrás el momento preciso, el que indicas que estás listo para sacrificar tiempo y placeres para dedicárselos a ese girón de ti mismo.
De manera que en este mayo me dirijo a las madres, sobre todo a las futuras, acudo a un escritor uruguayo que extrae de las entrañas de América una lida experiencia:
¿Qué hace una india huichola que está por parir? Ella recuerda. Recuerda intensamente la noche de amor de donde viene el niño que va a nacer. Piensa en eso con toda la fuerza de su memoria y su alegría. Así el cuerpo se abre, feliz de la felicidad que tuvo, y entonces nace un buen cuerpo huichol, que será digno de aquel goce que lo hizo.
La escuela de la vida y la vida de la escuela van forjando el espíritu que harán de una joven un ser maduro, como la planta a la que su propio desarrollo le otorga el don de dar frutos.
Guarda esta página para le minuto indicado en que te toque moldear a un nuevo ser. Para entonces te vendrá muy bien esta receta que nos da Galeano: Mandar a hacer de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a uno niño nada que no tenga un “porque” al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que recibe, le echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: “¿Por qué?” Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se les mande a hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos.
Te veré nuevamente, saldré a ti en una página nueva, hasta entonces la despedida es —por este día— un pensamiento de José Martí: Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene.
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