Revista mensual 188 Octubre de 2000 |
Quisiera estar en el rincón de tu cuarto, junto a la cama quizás —tirado en el piso— a la hora exacta en que es imprescindible la charla de un adorno, o en esa hora del crepúsculo, rojizo-morado, de cierta nostálgica belleza, donde la soledad —a veces momentánea— pide a gritos un susurro que sepa a la más convencional seña del amor. Pero no sé escoger, tus manos han doblado por la esquina de un artículo anterior hacia esta página, tal vez en pleno pasillo de tu escuela o en un muro del barrio, y quien quita que hojeando, como de pasada, rodeada(ado) de otras bocas y miradas que te animan. En ese caso soy un ruido alterno, pero tengo fe en que luego buscarás un instante de cierta intimidad para estar más cerca de los pequeños fragmentos de siglo que te ofrece… El Diablo Ilustrado
En una gaveta he encontrado unas cartas: todas las he bebido con la avidez del clásico sediento que se viene arrastrando bajo el ardiente sol del eterno desierto. Alguien me sueña como duende, otros mistifican el anonimato, hay quien le achaca deformaciones físicas o misteriosos encantos y hay quien encuentra retorcidos fondos en eso de ser diablo aunque ilustrado me apellide. A fuer de poder defraudarte, no hay enigmas: no tengo nombre porque no soy más que el tejido de frases que a la cultura humana debo; dentro de ella a José Martí, ese amigo que inspiró mi firma con un artículo que escribió a los 15 años de edad titulado El Diablo Cojuelo.
Te propongo que lo busques si te motiva este fragmento: Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que un tonto murmure, que un necio me zahiera, que un estúpido me idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quién soy: ¿qué me puede importar que digan o que no digan?En una gaveta he encontrado unas cartas: todas las he bebido con la avidez del clásico sediento que se viene arrastrando bajo el ardiente sol del eterno desierto. Alguien me sueña como duende, otros mistifican el anonimato, hay quien le achaca deformaciones físicas o misteriosos encantos y hay quien encuentra retorcidos fondos en eso de ser diablo aunque ilustrado me apellide. A fuer de poder defraudarte, no hay enigmas: no tengo nombre porque no soy más que el tejido de frases que a la cultura humana debo; dentro de ella a José Martí, ese amigo que inspiró mi firma con un artículo que escribió a los 15 años de edad titulado El Diablo Cojuelo.
Diránme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos, —que nada más significa esta comezón de publica hojas anónimas con redactores conocidos; diránme que soy un mal caballero; amenazáranme con romperme los brazos, ya que no tengo piernas, mas a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo, no es diablo, y que este Cojo no es cojo.
Ya sabes que no hay capa ni antifaz, soy un ser común y corriente que se trata de arrancar los defectos del alma a la hora de hacer estas líneas, que no firmo, pues no tienen mérito personal alguno; lo que hago apenas es coser huellas que los soñadores de todos los tiempos han dejado escritas y que nos pueden conducir a un mejor rincón de la existencia. Estas páginas, por tanto, no me pertenecen, no soy sino el mensajero que porta disímiles señales que te envían muchos otros y de todos ellos se forman mis manos y mi rostro según los moldea tu alma. No existo realmente, como no puede existir un ser que atesore el espíritu de versos, cuadros, canciones, gestos, palabras, acciones que han ido acumulándose en esta inmensidad humana y muchas de las cuales quedaron en el viento o en el tiempo de manera intangible. Soy pequeños fragmentos de un todo que evolucionando ha llegado hasta este instante y te circunda. Si abres los ojos del corazón a tu alrededor verás que todo el amor que yo pudiera sintetizar en estas páginas no pueden ser más que un microsuspiro de la eternidad. Todo está en saber mirar, y darse, y dar. Cada cual recibirá en su cuerpo a este diablo como su instinto le indique, y se ilustrará o no según las alas de la belleza que profese. Ya sabes, pues, que quien te escribe realmente es el tiempo y, por tanto, El Diablo Ilustrado no es más que el ser que de él te empeñas en extraer, o quizás ese otro YO que anhelas ser, o acaso esa otra mitad que todos perseguimos.
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