Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

viernes, 14 de febrero de 2014

Santiaguito de todas partes


Siguen cayendo mensajes y publicaciones por Santiago Feliú. Un hermano venezolano, Adrián, combate ahora mismo en las calles de Caracas con sus canciones, contra los intentos de golpe fascista. Una entrañable amiga me acaba de enviar —sacado no sé de qué tiempo— un texto de un amigo de mis días de radio (que ahora he retomado) un poetazo ocurrente como no hay dos, quién anda ahora no sé por cual distancia —lo cual no le hace menos poeta ni poco extrañado—, Ramón Fernández Larrea. Está firmado en el 2001 pero su amor irreverente trovadoresco no habrá cambiado. Aquí va otro brindis por Santiago Feliú el del Mongo Larrea.
Un pintor y trovador chileno-cubano, escribe de sus momentos de trovadas con el Santi, en fin, amigos de todas partes, porque Santiago fue de todas partes, como el arte martiano.

ADRIAN (DESDE VENEZUELA)
Fide no he tenido muchas palabras en estos días, el dolor de la noticia del cambio de paisaje del Santi nos atravesó como la espada de José Félix Ribas cuando se cumplían 200 años de esa histórica batalla que ganaron los jóvenes por la libertad de Nuestramerica. Nos atravesó y quedamos muy tristes, pero el dolor se tuvo que convertir en fortaleza para enfrentar esta nueva arremetida de la derecha fascista y desde entonces estamos en las calles defendiendo la revolución, apoyando al camarada Nicolas Maduro y exigiendo justicia por la caída de los compañeros que fueron asesinados a quemarropa.

Hoy salimos a las calles con el recuerdo de Santi y las "ansias del alba" más vivas que nunca a construir ese sueño bolivariano cantando Abajo los bloqueos de la mente ya merecemos más que aguantar, que soñar, que sobrecumplir. No hay tiempo!!
Te quiero hermano abraza a toda la familia de la trova de nuestra parte y diles que aquí resistimos porque ustedes están con nosotros, que para luchar nos alimentamos con sus canciones y que ellas nos dan fuerza para continuar.
Cantamos con Santi
"Y qué color tendría el mundo
si se te acabara el sueño.
No serías ni la sombra del amor que tienes dentro,
no serías ni el misterio de la luz y el desencuentro,
andarías descubierta con el ángel sin belleza,
escapando del destino, intentando no existir.

Siempre sube y siempre baja la marea,
nuevos sueños que en tu estrella brillarán..."
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 IVETEE (Profesora de la UH)
Fide, Del carajo! Yo me enteré de una forma muy curiosa cogiendo botella por la mañana. Una muchacha en un carro muy bonito nos ofreció botella a una señora y a mí, algo inusitado en estos tiempos. Nos dijo que llegaba hasta Calzada y K, pero fui optimista pensando que era solo un punto de referencia y no su destino exacto.
Como yo estaba en el asiento del copiloto, me pidió que la ayudara a buscar en un estuche de CDs uno que se llamaba 7 días. El estuche estaba como para quedárselo con un montón de buena música que tuvimos la suerte de disfrutar durante el viaje en unas melodías hidúes muy relajantes. Cuando estábamos casi a la entrada del túnel la muchacha nos preguntó si sabíamos quién era Santiago Feliú y le dije que sí rápidamente. Pensé que se iba a tener la suerte de conocer a  su representante o a una amiga. Entonces nos dijo que había muerto.
¡Mentira! Eso fue lo único que pude decir. De verdad que no lo podía creer, tan joven y talentoso. Me dio mucha tristeza saber que se había ido. Cuando llegamos a la funeraria hasta los parqueadores nos dieron el pésame. En medio de la multitud de amigos que fueron a despedirlo me encontré al Bera muy triste y sin sombrero y me contó todo.
Del carajo! Ay, la vida.
Un abrazo,
Ivette
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RAFAEL GRILLO, periodista, escritor, editor El Caimán Barbudo
La noticia me puso el corazón como un iceberg, ni con Julieta al lado mío encuentro consuelo... Pero pienso que alguien como Santi, que hizo Vida y Futuro inmediato no puede morir...
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RAMÓN FERNÁNDEZ LARREA

Bárbará tiene náuseas de fin de siglo  

Debió de ser a finales de mayo, y era 1980. Porque en mayo comienzo a volverme loco y yo venía de una locura. Habíamos recorrido el pasado enorme de la isla en sólo un mes, subiendo y bajando montañas olvidadas, en aquella brigada 4 de abril, que organizaba la Juventud Comunista, para que los artistas nos asustáramos con lo real, o simplemente para dar cierto valor moral a lo que hacíamos. Todo contra la torre de marfil.
Creo que era mayo definitivamente. Habían pasado todas las marchas calientes por el malecón de la Habana, y había asombro, dolor y confusión con todos los sucesos de la Embajada del Perú y el puerto del Mariel. Yo no sé por qué caminaba una tarde medio moribunda por la calle Neptuno, lejana siempre a todas mis rutas, cuando sentí que me llamaba, desde una especie de balcón hermoso, Vicente Feliú, todavía con pelos y señales. Sólo recuerdo ahora un apartamento muy viejo, minucioso, conservado, con unas ancianas intensamente móviles como las doce mil vírgenes, que pasaban sin tropezar por el mobiliario de caobas y cristales, alrededor, sobre, entre, a través de Santiago Feliú, que estaba allí con su torpeza habitual, acariciando equivocado su guitarra de encordaje también equivocado. Me pareció también de pronto lo más absurdo del mundo verlo sentado allí, entre tanta madera de inicios del siglo XX, que aún no se acababa, ni parecía tener ganas de hacerlo, cuando lo que más venía a pegar con el entorno eran la figura doliente de un Manuel Corona o, en su defecto, la de un Sindo Garay, escuálido y bizco. Y Santiago, sin preámbulos, de un solo tarrallazo de guitarra de diestro, comenzó a levantar la voz, y con ella, el más dulce y disparatado himno de los años ochenta. Una letra que le pegaba a una música como que Dios es tonto, y que incluía, sin saberlo, a Sindo y a Corona, con aquellas imágenes de espanto, con una melodía que se iba colando en los huesos y le hacía bien a mi locura infantil del mes de mayo de todos los años. Era su primera versión de Para Bárbara.
La canción no ganó en aquel Concurso de Música Adolfo Guzmán. Pero, dos meses más tarde, nadie se acordaba de la que obtuvo el premio y sin embargo, aquel himno de alucinación que hablaba de destellos en la brisa, no paraba de volar de labio en labio, y seguía estremeciendo almas incautas, transeúntes despistados y choferes de taxis. Se silbaba, se tarareaba, se trastabillaba sin entender el contenido, pero sí el continente continental de aquellas frases, con el mismo brillo de fervor que le puso, aquella tarde moribunda, Santiago Feliú rodeado de tías muy viejas, en que subí a escucharlo como una premonición de todo lo que luego vendría.
Recuerdo que entonces ya estaba yo medio curado de todo el lenguaje de modernismo rubendariano y tierno que proponía la nueva tribu de la Trova. Había llegado a una especie de paroxismo cínico con El Señor Ternura de Alberto Cabrales, y me daban espantosos retortijones de barriga el Ave rosa y Saltarina, que cantaron siempre juntos y en un turbio contubernio Santiago y Donato Poveda, antes del abril de ese año.

Era una revolución en el lenguaje, cuyo propósito vine a comprender mucho más tarde, cuando se hicieron habituales sus imágenes que no hablaban de nada, que se alejaban de todo lo anteriormente escuchado, era el hueso descarnado y balbuceante de un nuevo yo, que no quería seguir el camino directo de tanto Fusil contra fusil, de Silvio. Un sistema de señales que parecía vacío, de apartarse tanto de todo lo anterior, pero que estaba conectado, de una manera sutil e inevitable con él. Era la muerte a hachazos de los padres de la anterior generación. Entonces sólo entendí que no entendía. Lo tomé como un poco de evasión, una señal de saturada abulia hacia la ya demasiada politización de la canción política. Y me sonaba a chiste o a ignorancia por parte de los más nuevos, que más tarde, alguien calificó, no sé si por la misma impresión, como “La generación de los topos”.
Y en la misma actitud enfebrecida de esos músicos raros, -que ya habitaban asumidos Pink Floyd, Deep Purple, y unos Beatles caseros, de andar por casa, o sombras remotas de Vinicius de Moraes-, donde se acomodaba el sistema de palabras que yo creía huecas o sin sentido, andaba cocinándose la cosa. Se prestaban las voces y las guitarras. Cantaban las canciones de otros y de todos, y uno no sabía en qué punto empezaba la obra de cada cual. Sólo las niñas enamoradas que les seguían en tropel a cualquier parte eran entonces capaces de deslindar el repertorio personal, y decirte de sopetón, con los jeans gastados y cada vez menos perfume, “esa es de Santiaguito o esa es una canción de Donato”. Había llegado el peace and love a la Habana, sin estridencias, de una manera ordenada y natural. Era la comunidad creadora. En los largos, insomnes maratones que celebraban, sin horario ni tino, en la casa de la barriada de la Víbora de Rodolfo “el Muerto”, en cuya mesa desnuda una joven poeta había cometido la insensatez de dejarse olvidado un libro de poemas, mecanografiado en papel biblia, y que al final sirvió para que todos fumáramos, caminaba extrañada la nueva poesía y se inventaban las actitudes de más tarde. Sólo importaba la canción.
La realidad era una cosa externa, que andaba por ahí, hecha por los normales, para gente distinta, que tampoco entendía nada de lo que iba pasando entre aquellos zombis de guitarras maltrechas, locos por cantar como autómatas enfurecidos, lo mismo en una esquina, que en un pequeño parque, si aparecía, o en una peña, una casa, con luz, sin luz, con rones que eran un lujo todavía, con té, con hierbas medicinales, o la mayor parte de las veces, al borde de agua sola. Largos maratones donde se cruzaban las voces en las canciones de todos, porque nadie era nadie todavía.
Creo que aquel abril abrió las puertas personales de la percepción de cada cual. Yo fui por primera vez jefe de algo, cuando sin comerlo ni beberlo, me vi al frente de un destacamento de aquella simulación de guerrilla rural y artística, que era la Brigada 4 de abril, con la que recorrí toda la nación guantanamera. A mi grupo llegó Donato Poveda, con quien había hecho, hasta la remota provincia, el más alucinante e inmenso de los viajes en tren; un viaje que comenzó en la Habana, a las doce de la noche de un día y terminó en la ciudad oriental, a las doce de la noche del siguiente. Pero Donato era otra cosa, repleto siempre de pasiones, que le robaban la voz hasta afonías duraderas. A la altura de un sitio mágico llamado Puriales de Caujerí, donde tal vez había estado Dios una vez por pura equivocación y borrachera, se despidió Donato y llegó la Teatrova de Santiago de Cuba, con un regalo amable para mí. Era Santiago Feliú, con su cartera de asombros diarios. Tenía la misma cara de ahora, pero con todas las preguntas como un susto en la frente, y un despiste de animal perturbado que no conoce las costumbres humanas, con su instrumento de diestro para siniestro, y un tartamudeo feroz, que sólo se agazapaba cuando empezaba a cantar. Fueron días gloriosos, donde nos asombrábamos con todo. Guantánamo era un país desconocido, con gentes amables de otra dimensión, y con maneras elementales de asumir el amor y la suerte. Y Santiago cantaba, y creo que cambiaba algo en su interior, cuando la lírica cotidiana de la ciudad no encajaba del todo en aquella agreste sencillez donde faltaba todo. Pero la gente le escuchaba con respeto, y se conmovía en silencio con el torrente de imágenes que no entendía. Ahí comprendí lo que un mes más tarde, en aquel mayo de mi locura asumida, iba a entender mucho mejor y para siempre, y que iba a ser el sello distintivo de esa generación de nuevos desquiciados buscadores: se lo jugaban todo a la emoción con la que entonaban el canto. Y esa emoción entraba en la sangre de los otros, y no importaban los lenguajes. La meta no planeada era abolir las torres de la sensibilidad y conmover por asalto.
Así me entró en el corazón “Para Bárbara”. Un hormigueo insólito, una letanía que me cambiaba el ánimo, pero que la razón no descifraba. Uno, tan acostumbrado a los mensajes directos, era incapaz de aprehender los mensajes de ahora, y sin embargo, el cuerpo no se rebelaba, sino que se quedaba tan pancho, quietecito y a gusto, quizás al presentir que todo andaba bien, y era cuestión de que aquellos muchachos aprendieran a hablar como la gente normal, y le quitaran los desordenados plumajes a las canciones. Y sucedió así mismo cuando la vida les fue poniendo zancadillas, y la urgencia diaria de explicar cada ola interior les fue haciendo más suyos los instrumentos de decir, y cada cual comenzó a tener un rostro.
Nada de esto lo hablé nunca con Santiago Feliú. Hubo miles de noches sucesivas y distintas, y jamás le conté mis impresiones. Siempre nos aceptamos así, como si todo hubiera sido natural, como si todo fuese preciso y necesario para que continuara ocurriendo. Creo que nunca le conté nada de esto porque es ahora que me lo estoy diciendo, por primera vez, a mí mismo.
Muchas cosas pasaron para que Bárbara tuviera, no al final del camino, sino en esa especie de principio de todo, agudas náuseas de finales de siglo.
Pasó la presencia feroz de cada cual, ya siendo cada uno, en cuanto escenario le era permitido. Recuerdo a Santiago, todavía pobre de arsenal y pertrechos, en las noches de la peña “Canción y poesía”, con la que cada miércoles, se iluminaba el parque Lutgardita de Boyeros, en un afán interminable de estrechar magias entre los árboles que nos aceptaban cómo éramos. Y luego su extensión más preciada: sobre las rojas baldosas de la tarde de domingo, en el patio íntimo del taller de Cerámica del Parque Lenin, tras el mejor almuerzo de nuestras semanas, torpemente bohemias, que nos lanzaba a un público siempre desconocido, de padres de familia y niños, que llevaban tal vez otra ilusión bajo el sombrero. Allí, bajo la sombra cómplice de otros árboles, nuestro destino parecía aún entonces completamente vegetal, porque las puertas de los teatros y las cintas de radio no estaban, desgraciadamente, abiertas para una emoción que comenzaba a perfilarse, con lenguaje decantadamente extraño.
Pasó Gunilla, con el cielo de Suecia en sus pupilas, tan secreta y vibrante como la novia imaginaria de todos, su voz recién sacada de la tierra húmeda, con Nils Hölgesson diminuto, cruzando Uppsala o Estocolmo, sobre el cuello de un pato.
Pasó la guerra cercana-lejana de Angola, donde algunos metimos nuestras narices de hombría.
Pasaron los teatros por fin, pequeños, húmedos, misteriosos teatros donde se aprendió a hacer sombras chinescas con aquella canción que era ya otra, y donde la intimidad tenía fila seis y fila veintidós, y recepción y pata izquierda y derecha y un cablerío de penumbra, que fue escuela para sortear los descalabros, y aprender también a poner buenas caras y siempre buenas caras, a pesar de cualquier rabia o sorpresivo desencanto.
Pasó la Argentina honda de Charly García, Fito Páez, y Juan Carlos Baglietto, ese remoto poeta rosarino que encontró alma gemela en el poeta remoto y habanero que es Santiago Feliú. Y todas las músicas se entendieron, solas ellas y adultas, como hermanas que llevaban semanas, meses sin verse, y que, de pronto, se contaban cosas del viaje.
Y pasaron los años, el tiempo, todo el tiempo. Cualquier cantidad de otros mayos tremendos, donde aprendí que la locura era dulce también, y Santiago, sus lentos tartamudeos traducidos en ternura.
Pasó la vida, en fin, y se fue llegando a lo que somos, con aventuras de sábanas o corazón, con sus silbidos de preguntarse por qué estamos aquí o allí, cada cual siendo ya cada quien, pero sabiendo, al final de este túnel circular que gira y nos deshace, el sentido verdadero de algunas cosas, la dimensión de otras, la duración de todas las que podemos dejar en la garganta sin que nos provoquen nauseas de fin de siglo o sueños, o simplemente, por qué las tenemos y cuando hay que querer y cuándo no vale la pena, y qué se quedará junto a la guitarra para que estalle.
Como la Bárbara de Santiago Feliú, para que crezca desde su texto raro de pura emoción, y se nos haga grande entre las manos, y decida por fin si es pasado perfecto o todavía tiene el olor brillante de las primeras cosas que hace el hombre, sólo por no morir o que lo olviden.
Ramón Fernández-Larrea
En Barcelona del año 2001.
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DAYANA LOPEZ (DESDE VENEZUELA)
Y salí a oír su latido de cerquita, y lo encontré tras una reja, presa yo, seguramente. Y le vi de perfil sonando y sonando, él en su guitarra, era verano y era umbral de la tarde y víspera de la noche. Uno de los días más luminosos, como casi todos mis días en La Habana, fue cantando por Santiago, también por vos, Fide, por Vicente, por Lili, y tantos y tantas que solo queda el abrazo, el silencio y la trova, por eso callo y te abrazo infinitamente... poesía hemos de ser, no más...
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CARLOS (TATO) AYRESS  (trovador chileno-cubano)

Hasta siempre, trovador


Santiago Feliú nos dejó sin previo aviso, nada que pudiéramos hacer por él, la noticia nos sorprendió en la mañana del 12 de febrero, temprano recibí la primera llamada telefónica de mi amigo y trovador Omar Morales quien se encontraba en el edificio de Infanta y Manglar, Omar a quien la Providencia me parece haberle asignado el día de lo sucedido, así una vez nos sorprendió de esta misma manera la ida de Noel Nicola. De inmediato intenté comunicarme y saber que se haría para despedirlo, estar a su lado y junto a su familia, me comunico con Pepito Ordaz, quien me dice que el encuentro sería a las 6 de la tarde en el Instituto de la Música, lugar donde despedimos hace dos años a Sara González.
Nos reunimos un grupo importante de trovadores, actores, repentistas, concertistas, toda una gama de géneros de la cultura que admiraba y apreciaba profundamente la obra de Santiaguito, cada cual con su guitarra, el piano y la lectura estuvieron presentes esa tarde. Pude observar que no dejábamos de estar sorprendidos y comentar que se nos fuera a tan temprana edad, Santiaguito tenía un talento mágico, su destreza con la guitarra siempre me sorprendía no entendí nunca cómo hacía para tocar la guitarra con la mano izquierda sin cambiar el orden de las cuerdas; sus conceptos de la vida, las letras de sus canciones que desbordaban en un lirismo con imágenes de un surrealismo tan terrenal y humano, el amor, las guerras, la sociedad en que vivimos.
Recuerdo haber tenido la suerte y oportunidad de haber compartido muchos escenarios con él, la época del Guaicán y  otros reencuentros. A finales de los 70 y comienzo de los 80 participamos en muchas jornadas de la trova, el parque Almendares fue uno de las más importantes escenarios en aquellos años, recuerdo el Sexteto Ignacio Piñeiro, Pedro Luis Ferrer, Gerardo Alfonso, Silvio y tantos que hoy lamentablemente no recuerdo sus nombres,  en aquellos años el vehículo de transporte eran las Guagüitas “Girón”, de ellas decíamos que tenían asientos ”ortopédicos”, en ellas nos montábamos y recorríamos una parte importante de la Habana y de Cuba, por aquellos años, Cabrales, Xiomara Laugart, Angelito Quintero, Alberto Tosca, Frank Delgado, Marta Campos, Anabel López, el grupo Distención, Mayoguacán, Moncada, Manguare, y muchos de sus fundadores como Sara, Pablito, Noel, Virulo, Vicente Feliú, y tantos más que sería extenso nombrar a cada uno de ellos.
Recuerdo en una de esas giras fuera de la Habana, que viajábamos en las guagüitas “Girón”, establecimos una conversación muy polémica que Santiaguito inicio y trataba; sobre cómo debíamos enfrentar el tema de la creación y cómo esta debía estar encausada en el momento que estábamos viviendo del proceso y  la revolución, se trataba de no caer en falsas imágenes simplistas y caducas, no caer en el panfletismo barato y falta de imaginación, sino crear imágenes que la poesía nos brinda, la metáfora  capaz de enternecernos con la fuerza desgarradora de ofrecernos el dolor, la muerte, y el amor. En concreto, para Santiaguito era revolucionar este paraíso siendo capaces de acercarnos a la mejor literatura. Considero que esta propuesta triunfó en su vida creativa, hoy muchos de sus seguidores son jóvenes de 15 años y estamos nosotros, los más viejos, por decirlo de alguna manera, que disfrutamos su alto contenido de lirismo poético y musical.
Tengo viva la experiencia que vivimos en Playa Larga, cuando participamos en el activo nacional de la Nueva Trova, fue una semana de debates e intervenciones sobre el resultado del trabajo alcanzado y su futuro, no recuerdo que esta experiencia se haya repetido,  tengo la sensación que todo quedó en el olvido, en la medida que muchos trovadores de la talla de Silvio y Pablito por nombrar a los más significativos, tuvieron que dejar de lado muchas de estas responsabilidades, si no me equivoco Vicente fue uno de los últimos en este frente y la orgánica como tal se desvaneció en el tiempo.
Con la despenalización del dólar los tiempos nos cambiaron, los salarios bajos, se impuso el cuc y  muchos músicos de la generación de la nueva trova emigraron para sostener su economía y a sus familias. Otros quedamos acá. Surgió la llamada Novísima Trova que intenta buscar sus espacios de expresión y alcanzar un lugar, al menos, para sustentarse en estos “nuevos tiempos”.
En Playa Larga teníamos asignadas nuestras casas y por el día nos reuníamos en ellas a descargar, eran experiencias gratificantes porque siempre había algo nuevo que mostrar de la canción, en el portal de la casa donde vivía, Santiaguito me enseñó su canción “Para Bárbara”, yo, un poco torpe en algunos acordes… me cogía los dedos para señalarme el lugar donde tenía que digitar, así que practicaba por las tardes y hasta estos días la sigo cantando, porque en ella llevo el más vivo recuerdo de su obra y poesía, de su persona y amigo de tantas trovadas.
Un día se presentó en mi peña que hacía en Alamar, se llamaba “La Bicicleta”, ahí compartimos tragos y  conversación con un grupo de amigos que participarían, recuerdo que él se salía del grupo para jugar y montar a caballito o en sus hombros a mi hija Malena que por aquellos años tenía cinco o seis añitos,  Malenita era la candela, corrían por los pasillos, gritaban y saltaban como unos locos, me conmovió su sencillez y su figura Quijotesca, su pelo largo, su barba desgarbada lo hacían parecer un duende o personaje mítico de Lewis Carroll.
Pudiéramos hablar mucho de Santiaguito, pero hoy sólo he querido descargar este momento y compartirlo con muchos amigos que leerán estas líneas, sé y estoy seguro que debemos trabajar en su obra, porque esta será la memoria para nosotros y las nuevas generaciones en Cuba y Latinoamérica.
Santiaguito es y estará entre los mejores de la música cubana, esto que nos sirva de reflexión para pensar en lo que nos queda por hacer, en lo que tenemos que rescatar y publicar de muchos autores vivos y no despertarnos con la trágica noticia que ya no están, debemos motivarnos y escribir la historia, o de lo contrario todo se irá con nosotros.

3 comentarios:

  1. Ilustrado, Fide… ¡No se a cuál confiarle…! Bueno, a los dos…
    Hoy logro entrar acá y leer todo esto que han escrito tantos, tantos, a Santiaguito, de Santiaguito. Tengo el corazón apachurrado. También le hablé ese fatídico día a Santiaguito y lo sigo haciendo porque no acepto aun el hecho. Ahora comparto con ustedes mi humilde:
    ¡Reclamo, Santiago!
    Y al hombre le pasa, que sabe qué pasa:
    de pronto su casa será otro lugar,
    según lo que quiso, lo que le pidieron
    o lo que no pudo su buen corazón.

    No hubo locura mayor en este amanecer que tu partida…“el mundo despierta sin una noticia buena, no encuentras nada cuerdo que no seas tu buscándote la paz por dentro”
    ¿Por qué te nos fuiste Santiaguito? ¿Por qué seguiste a esa intrusa que vino a buscarte? ¿Te propuso armonía mayor? ¡Cuánta impotencia! ¿Cómo reclamarle a tu corazón no poder resistir y fallarte a ti, a nosotros?
    Te fuiste Santiaguito, tú que has exigido tantas veces: “No vayas a morir que falta tanto y quiero tanto”, tú que has asegurado tantas veces: “Las ganas que tengo de seguir…aunque la vida pase dura ahora por las venas”, tú que has declarado: “… no hay otra fantasía más sagrada que vivir”

    Creíamos que estaríamos muchísimo tiempo al tanto de tus inconformidades, compartiendo tus verdades, maravillándonos con tus metáforas, disfrutando tu canto, tu guitarrear, asombrándonos con tu timidez, padeciendo tu tartamudez…Estábamos confiados, desde que le dijiste a Gunila: “¡Ay, mujer, qué suerte de ser un condenado más a vivir!”
    Medito. Medito mucho hoy. No se si lamentar por ti esta partida si pienso en tu declaración: “Desde cualquier lugar la felicidad siento que me busca” pero, por nosotros, si, si, muchísimo lo lamento, sabemos que tienes tanto por decir aun, tanta melodía que idear para regalarnos después, en esos discos tuyos, en esos conciertos tan esperados, que nos parecen pocos, muy distante uno de otro, y nuestros espíritus requieren de una sobredosis de tu talento frente a tanta mediocridad.
    Tengo que confiarte hoy algo que pensé algún día poder comentarte. Un secreto que soñaba desahogarme en alguna “Utopía” donde esperaba cruzarme contigo un sábado memorable, solo porque te aparecieras.

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  2. En el último concierto que te disfruté, aquel en Casa, aquella tarde lluviosa de junio pasado, en aquel concierto…a y, la vida… el último en que te acompañé, me encontré con alguien del mundo Feliú, parafraseando a del Llano cuando habla de los que te siguen.
    No hablé con él, ni una sola palabra pero teniendo como impulso la energía de tus pasiones cantadas nos miramos tantísimas veces, creo que, casi, casi, entre canción y canción que nos regalaste, que fueron, treinta y piquito. La atmósfera que creas a tu alrededor provoca ardores pero a mi no me alcanzaron por cobardía para seguir a aquel señor que vestía camisa de mangas largas, pantalón mezclilla, pelo castaño peinado en forma de cola de caballo y portafolio en manos, me incitaba con sus expresivos ojos a seguirle cuando terminó el concierto y yo bajaba aquellas escaleras, que tú, ya, no subirás más, cantando…” una soledad, con otra soledad, sin tanta soledad”
    Desde aquel día, lamento mi cortedad y le busco en toda La Habana. En el verano pasado que te anunciaron en el Pabellón Cuba pensé encontrarlo, pero aquello, no se dio, y como mismo tantísimos quedamos ansiosos de ti, quedé también de él. Ahora esperaba poder reencontrarme contigo…y con él en la FAC y ya ves… ¡Eras mi esperanza Santiaguito, donde tu estuvieras él podía aparecer!
    Seguiré pensándolos a los dos, al presente, en otra dimensión y estrujando ese papelito (que conservo desde mis días de Pre-Universitaria en el que copié esta canción que siempre he preferido poema, largo fue el tiempo desde que la leí, me fascinó, la copié y el tiempo en que la oí) que no logro encontrar hoy entre tantas memorias guardadas, escondidas en estas gavetas, seguiré murmurando… te nos fuiste Santiaguito y…no se… les cantaré o les lloraré:
    ¿De qué lugar bendito por la vida vendrás a mí?
    ¿Cuánta ilusión desnuda y bien sentida tendrás para mí?
    Mira que ya mis lunas y mis dudas quieren reventar,
    no siento más que un gran desinterés por todo lo que veo llegar.

    Tanta mentira corre y corre por este lugar.
    Te abren el pecho sin misterios, pero no hay verdad.
    O será solo que mis días están pidiendo más,
    y en realidad siempre hay un límite para entregar.
    Y en realidad siempre hay un límite…



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  3. Quiero aportar que en Alemania también nos ha dolido la partida, alguna cosa se ha escrito por medios alternativos y el 12 de marzo haremos una actividad homenaje con trovadores y arte en general en un teatro en Berlín. slds

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