¿Hasta dónde llegara la despoetización, el descerebramiento inmovilizador que la sociedad de consumo inocula en cada ser humano, globalizando su seudocultura consumista (o “cultura” de los poderosos mercaderes hacia los pobres consumidores)? Aquí va un aterrador ejemplo que está circulando en Internet, la carta de un profesor universitario que renuncia por ausencia de alumnos en su clase, que están frente a él, en sus pupitres, pero como autómatas.
Envueltos en esa colosal propaganda que está en el viento, que es ya como otro oxígeno, que impregna los objetos que nos circundan a cada instante, no vemos lo absurda que se va convirtiendo la existencia humana; los objetos nos mandan, nos usan, hemos pasado a ser objetos subordinados a los objetos. Un auto no es –hace décadas- un medio de transporte, sino un indicador de status, de categoría social, un cuño que avala tu capacidad sexual, las posibilidades de encontrar el “amor”.
Ahora el auto y sus marcas, empiezan a ser sustituidos por los móviles, porque el desplazamiento de los humanos comienza también a caducar (paradójicamente, cuando las oleadas de migrantes, con la cataclísmica tragedia se torna cotidiana y el mundo las contempla sin gritar, como un show televisivo más) ese pequeño “hogar” con teclado -que está invariablemente en nuestras manos- sustituye las funciones vitales, en acelerado proceso, y ya no nos interesa ni hablarnos personalmente, ni mirarnos, ni tocarnos, el “aparatico” es nuestro yo:
-juego-, dime, sí, ok, -juego-, ¿eh? Sí, ¿qué?, -juego-, -juego-, ya, (escribo algo: como quiera, ya ni la ortografía ni la coherencia, ni la redacción, nada, -juego-, -juego-, importa) el otro, los otros, son imágenes y sonidos en el móvil, entre juego y juego, el mundo se va desdibujando, se borra. Envueltos en esa colosal propaganda que está en el viento, que es ya como otro oxígeno, que impregna los objetos que nos circundan a cada instante, no vemos lo absurda que se va convirtiendo la existencia humana; los objetos nos mandan, nos usan, hemos pasado a ser objetos subordinados a los objetos. Un auto no es –hace décadas- un medio de transporte, sino un indicador de status, de categoría social, un cuño que avala tu capacidad sexual, las posibilidades de encontrar el “amor”.
Ahora el auto y sus marcas, empiezan a ser sustituidos por los móviles, porque el desplazamiento de los humanos comienza también a caducar (paradójicamente, cuando las oleadas de migrantes, con la cataclísmica tragedia se torna cotidiana y el mundo las contempla sin gritar, como un show televisivo más) ese pequeño “hogar” con teclado -que está invariablemente en nuestras manos- sustituye las funciones vitales, en acelerado proceso, y ya no nos interesa ni hablarnos personalmente, ni mirarnos, ni tocarnos, el “aparatico” es nuestro yo:
Los que nacen, amamantados por ese picado –juego- juego- duérmete- juego- sí, lo estoy-juego- durmiendo- nos vemos, -juego- juego- mi niño- ¡ah, perdí el nivel entretenido con la llamada! –juego- acaba de dormirte, -juego. Y ese que viene, que con la leche materna, se amamanta de –juego- juego- juego-, ya tiene incorporado que puede tener el mundo en sus manos, literalmente.
Crecen haciendo todo con sus dedos, en la compu o en el móvil; ya no hace falta bate, ni guante, ni pelota para jugar al beisbol, no hace falta llamar a otro amiguito, si acaso nos conectamos para jugar en red; cada día las personas, la historia, la realidad, el mundo, se van desdibujando, nos vamos centrando en el aparatico, en los aparaticos: juego, luego existo.
En 1995, cuando ya me espantaba este proceso de deshumanización y eso que era la época de palo (pero ¡por supuesto que el “móvil”, es solo uno de los cuchillos de esta vieja masacre!) escribí una canción a la que nunca le pude poner un título, no por falta de intentos, pero todos han quedado en provisionales, se pierden como la razón, la sensibilidad, los sueños, el prójimo, la vida. Quiero con ella dar paso a la carta de este profesor, espantado de todo, como nuestro Martí. Vale decir como él: tengo fe en el mjoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en ti.
Las calles de este tiempo van a dar a una pecera.
Las manos ya no palpan, las miradas son de cera,
la gente va adaptándose a nadar
y hace maromas por entrar a las vidrieras.
El nuevo dios,
un maniquí dentro de un reino de Babel
donde el idioma universal es de papel.
Los peces se retractan de la mar
van a la iglesia a des-orar
y en el altar dejan la piel.
No hay que reír, no hay que llorar,
no hay que decir, ni que escuchar,
ni maldecir, ni que adorar,
ni descubrir, ni que inventar:
La vida viene hecha en una caja de cristal.
CORTO Idiots https://www.youtube.com/watch?v=NCwBkNgPZFQp
La carta del profesor uruguayo que conmueve al mundo de la educación
Se trata del periodista y académico Leonardo Haberkorn, quien renunció a seguir dando clases en la universidad ORT de Montevideo. “Me cansé de pelearle a los celulares, el Whatsapp y el Facebook”. Fragmentos del texto publicado en su blog, El Informante este 13 de septiembre de 2016
El profesor Leonardo Haberkorn dictaba clases en la carrera de Comunicación en la universidad ORT de Montevideo, hasta que renunció en diciembre de 2015 (Gentileza Leo Carreño).
El profesor Leonardo Haberkorn dictaba clases en la carrera de Comunicación en la universidad ORT de Montevideo, hasta que renunció en diciembre de 2015 (Gentileza Leo Carreño).
Con mi música y la Falacci a otra parte
Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en periodismo.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos –aunque más no fuera para no ser maleducados– todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.
Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?
¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.
Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.
Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos.
Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.
No quiero ser parte de ese círculo perverso.
Nunca fui así y no lo seré.
Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.
Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano.
Este año, proyectando la película 'El Informante', sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.
¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!
También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.
Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: "¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!".
Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.
Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.
Fragmentos publicados en el blog El Informante, de Leonardo Haberkorn
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