No.3 Noviembre-Diciembre de 1998
Vamos a compartir —como los peces— un mundo de silencios; este íntimo espacio de una hoja en blanco que se va poblando de señales que te buscan: letras que pudieran alcanzar tu razón o pasar al olvido.
Soy un eterno caminante que vaga por las huellas de los hombres (y mujeres, por supuesto) buscando un sendero entre los siglos para alcanzar… no sé, el bien, la honestidad, la más completa libertad, la sencillez, el reino de la verdad. Me purifico en esta tentación de extenderte una mano para escalar por ideas hacia la cima de esa mágica montaña que es la obra humana.
Sospecharás, no sin razón, que soy un soñador: de eso se trata, de que emprendas conmigo este reto que implica desafiar los pasajeros nubarrones de desesperanza. Ya sé que el mejor sueño es perenne destino, pero no por inefable se deja de aspirar al horizonte: “no es la meta lo que importa, caminante, es el camino”.
Si estás dispuesto a la noble aventura, estrecho tu espíritu y me presento: Soy… El Diablo Ilustrado
Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo, dijo Napoleón, de lo que se puede inferir que no era nada fácil Josefina. El escritor Oscar Wilde afirmaba que parte del encanto de una mujer radica en hacer deliciosos sus errores, lo que si bien alaba hasta en lo negativo a las féminas no deja de tener cierto tufillo a ironía de sus posibles artimañas seductoras. Sobre ese “don” escribió George Bernard Shaw: la mujer sabe esperar al hombre, pero como la araña a la mosca. Al respecto hay toda una mitología milenaria que sataniza el coqueteo femenino y recrea una especie de monstruosidad basada en la astucia para atrapar al hombre, y en esto apretó Voltaire cuando exclamó que una mujer estúpida es una bendición del cielo.
El cuño de la discriminación a la mujer es la denominación “sexo débil”, la cual suele estar argumentada con aquello de que la primera mujer no es más que una costilla de un hombre. Claro que en esto interviene una interpretación tendenciosa del pasaje bíblico, donde se puede ciertamente leer que Eva fue sacada del cuerpo de Adán y pensar que por ello es sólo un apéndice de él. Pero hay otra lectura más interesante: el hombre y la mujer forman parte indisoluble de la misma materia. Y me inclino a ello ya que el primer bocadillo de Adán en la Biblia, tras su parto, expresa: ¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! Y, acto seguido, la narración cuenta: Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos llegan a ser como una sola persona.
A pesar de los siglos, todavía impera el enfrentamiento hombre-mujer,. Marcado por un ancestral machismo. Paul Géraldy hace gala de él definiendo que el amor es el esfuerzo que hace el hombre por contentarse con una sola mujer. Más lejos va el siguiente anónimo: Algunas mujeres se sonrojan cuando las besan; otras llaman a la policía, las hay que maldicen, otras muerden. Pero las peores son las que se ríen. Claro que las féminas no siempre han permanecido a la defensiva, la periodista cubana Soledad Cruz le reza a alguien: Ojalá que te mueras esta misma noche de un infarto de placer entre mis piernas.
Como se ve, vivimos tiempos de una guerra sutil con armas de prejuicios que dividen el amor entre “machos” que vienen al mundo para el placer y las “candorosas” que tienen la tarea plenamente espiritual, como si las mujeres no gozaran y los hombres no tuvieran sentimientos. En algún lugar quedó escrito que el amor del hombre es en su vida una cosa aparte, mientras que en la mujer es su completa existencia. Mientras que Bailey apoya esta teoría con aquello de que el hombre ama poco y muchas veces, la mujer ama mucho y pocas veces. Todo esto no es más que el respaldo literario a una diferenciación discriminatoria que le da al “sexo fuerte” el papel de callejero, infiel, sediento de carne, mientras que al “sexo débil” le deja la casa, la eterna espera, el alma pura (léase aguantona)… en fin el objeto hogareño de deseo.
La cultura cubana tiene incontables páginas en las que se exalta a la mujer. Para Martí ella es flor para amar, estrella para mirar, coraza para resistir. Según el inmortal trovador Miguel Matamoros es mariposita de primavera, alma con alas que errante vas por los jardines de mi quimera, como un suspiro de amor fugaz.
Otro trovador, Silvio Rodríguez, deja mi mensaje final, como limpia forma de devoción:
Cualquier mañana despierto vivo aun
y te deslizo debajo del pulgar,
te desanudo el pelo con placer
y entonces digo mirando sin mirar:
eres mujer.
Soy un eterno caminante que vaga por las huellas de los hombres (y mujeres, por supuesto) buscando un sendero entre los siglos para alcanzar… no sé, el bien, la honestidad, la más completa libertad, la sencillez, el reino de la verdad. Me purifico en esta tentación de extenderte una mano para escalar por ideas hacia la cima de esa mágica montaña que es la obra humana.
Sospecharás, no sin razón, que soy un soñador: de eso se trata, de que emprendas conmigo este reto que implica desafiar los pasajeros nubarrones de desesperanza. Ya sé que el mejor sueño es perenne destino, pero no por inefable se deja de aspirar al horizonte: “no es la meta lo que importa, caminante, es el camino”.
Si estás dispuesto a la noble aventura, estrecho tu espíritu y me presento: Soy… El Diablo Ilustrado
Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo, dijo Napoleón, de lo que se puede inferir que no era nada fácil Josefina. El escritor Oscar Wilde afirmaba que parte del encanto de una mujer radica en hacer deliciosos sus errores, lo que si bien alaba hasta en lo negativo a las féminas no deja de tener cierto tufillo a ironía de sus posibles artimañas seductoras. Sobre ese “don” escribió George Bernard Shaw: la mujer sabe esperar al hombre, pero como la araña a la mosca. Al respecto hay toda una mitología milenaria que sataniza el coqueteo femenino y recrea una especie de monstruosidad basada en la astucia para atrapar al hombre, y en esto apretó Voltaire cuando exclamó que una mujer estúpida es una bendición del cielo.
El cuño de la discriminación a la mujer es la denominación “sexo débil”, la cual suele estar argumentada con aquello de que la primera mujer no es más que una costilla de un hombre. Claro que en esto interviene una interpretación tendenciosa del pasaje bíblico, donde se puede ciertamente leer que Eva fue sacada del cuerpo de Adán y pensar que por ello es sólo un apéndice de él. Pero hay otra lectura más interesante: el hombre y la mujer forman parte indisoluble de la misma materia. Y me inclino a ello ya que el primer bocadillo de Adán en la Biblia, tras su parto, expresa: ¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! Y, acto seguido, la narración cuenta: Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos llegan a ser como una sola persona.
A pesar de los siglos, todavía impera el enfrentamiento hombre-mujer,. Marcado por un ancestral machismo. Paul Géraldy hace gala de él definiendo que el amor es el esfuerzo que hace el hombre por contentarse con una sola mujer. Más lejos va el siguiente anónimo: Algunas mujeres se sonrojan cuando las besan; otras llaman a la policía, las hay que maldicen, otras muerden. Pero las peores son las que se ríen. Claro que las féminas no siempre han permanecido a la defensiva, la periodista cubana Soledad Cruz le reza a alguien: Ojalá que te mueras esta misma noche de un infarto de placer entre mis piernas.
Como se ve, vivimos tiempos de una guerra sutil con armas de prejuicios que dividen el amor entre “machos” que vienen al mundo para el placer y las “candorosas” que tienen la tarea plenamente espiritual, como si las mujeres no gozaran y los hombres no tuvieran sentimientos. En algún lugar quedó escrito que el amor del hombre es en su vida una cosa aparte, mientras que en la mujer es su completa existencia. Mientras que Bailey apoya esta teoría con aquello de que el hombre ama poco y muchas veces, la mujer ama mucho y pocas veces. Todo esto no es más que el respaldo literario a una diferenciación discriminatoria que le da al “sexo fuerte” el papel de callejero, infiel, sediento de carne, mientras que al “sexo débil” le deja la casa, la eterna espera, el alma pura (léase aguantona)… en fin el objeto hogareño de deseo.
José Martí |
No son pocos los que buscan en la mujer sólo atracción física, despojada de su espiritualidad e inteligencia. Sobre esto Martí dejó anotado: Rebelaos, oh mujeres, contra esas seducciones vergonzosas; ved antes de daros, si se os quiere, como se adquiere una naranja, para chuparla, y arrojarla, o si se os ama dulce, penetrante, espiritual y tiernamente, sin sacudida, sin predominio, ni obsesiones de deseo: si se busca en vosotras algo más que la bella bestia: —porque si es la bestia lo que se busca, la primera bestia nueva os vence. Rebelaos contra esa brutal y repugnante persecución de los sentidos: dejad de ser carne que morder y gozo que beber: resistíos, y no os quejéis de ser infortunadas mientras no sepáis ser fuertes. Pues que lo sabéis, estad al aviso: se os busca casi siempre para el gozo.
El amor es algo difícil de encontrar; yo afirmaría: más que lo alcanzable, es precisamente esa búsqueda de un horizonte superior que se comparte. Para ello resulta imprescindible que hombre y mujer se traten de igual, si que esto excluya las peculiaridades que nos distinguen. Como diría Eduardo Galeano ellos son dos por error que la noche corrige. La cultura cubana tiene incontables páginas en las que se exalta a la mujer. Para Martí ella es flor para amar, estrella para mirar, coraza para resistir. Según el inmortal trovador Miguel Matamoros es mariposita de primavera, alma con alas que errante vas por los jardines de mi quimera, como un suspiro de amor fugaz.
Otro trovador, Silvio Rodríguez, deja mi mensaje final, como limpia forma de devoción:
Cualquier mañana despierto vivo aun
y te deslizo debajo del pulgar,
te desanudo el pelo con placer
y entonces digo mirando sin mirar:
eres mujer.
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