Varela y Gerardo en Concierto. Foto: Richard |
Titiritero
Allez hop!
de feria en el feria
siempre risueño
canta sus sueños
y sus miserias
Así como el titiritero de Joan Manuel Serrat, voy de provincia en provincia presentando “Trovadores de la herejía” entre poetas y cantautores, gracias a ese acontecimiento popular que es la Feria del Libro Cubana. Hoy quiero sacar a la luz un texto que me envió uno de los protagonistas de los primeros conciertos de Frank, Gerardo, Varela y Santaguito, aunque sin guitarra es una especie de trovador con sus escritos y obras de cine y video —y con su humor, por supuesto: Eduardo del Llano.
Allez hop!
de feria en el feria
siempre risueño
canta sus sueños
y sus miserias
Así como el titiritero de Joan Manuel Serrat, voy de provincia en provincia presentando “Trovadores de la herejía” entre poetas y cantautores, gracias a ese acontecimiento popular que es la Feria del Libro Cubana. Hoy quiero sacar a la luz un texto que me envió uno de los protagonistas de los primeros conciertos de Frank, Gerardo, Varela y Santaguito, aunque sin guitarra es una especie de trovador con sus escritos y obras de cine y video —y con su humor, por supuesto: Eduardo del Llano.
Trovadores
Por Eduardo del Llano
El viernes 17 fui a la Casa de las Américas al lanzamiento del libro Trovadores de la Herejía, escrito por Fidel Díaz y Bladimir Zamora y dedicado a Frank Delgado, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Santiago Feliú. La idea era cerrar con un concierto de los cuatro, pero Santiago estaba de viaje y Frank tenía otro compromiso, así que al final tocaron Carlos y Gerardo.
En el verano de 1985, nerviosos como fotógrafos que van a retratar su primer desnudo, los cuatro NOS-Y-OTROS de entonces nos subimos al escenario del Guiñol con aquellos trovadores casi desconocidos. Presentados poco antes por un amigo común, nos caímos bien, aunque a mi padre por poco le da un infarto cuando sus cabezas hirsutas, que hacían parecer mi modesta melena poco más que un pelado militar, se presentaron al unísono en mi casa para armar la escaleta del espectáculo que haríamos juntos: ellos, tres o cuatro canciones por cabeza, nosotros algunos textos que les habían gustado especialmente. En realidad, nos prestaron su breve e incondicional horda de seguidores -nosotros llevábamos algo más de un año publicando pero nunca habíamos leído en público, mucho menos en un ámbito teatral- quienes asumieron, supongo, que si sus ídolos nos consideraban buenos, probablemente lo seríamos. Fue Frank quien, tiempo después, habló en nuestro favor con el director de la Casa del Joven Creador para que estableciéramos allí nuestros fueros, y así ocurrió: tuvimos una peña mensual durante los dos años siguientes.
En el verano de 1985, nerviosos como fotógrafos que van a retratar su primer desnudo, los cuatro NOS-Y-OTROS de entonces nos subimos al escenario del Guiñol con aquellos trovadores casi desconocidos. Presentados poco antes por un amigo común, nos caímos bien, aunque a mi padre por poco le da un infarto cuando sus cabezas hirsutas, que hacían parecer mi modesta melena poco más que un pelado militar, se presentaron al unísono en mi casa para armar la escaleta del espectáculo que haríamos juntos: ellos, tres o cuatro canciones por cabeza, nosotros algunos textos que les habían gustado especialmente. En realidad, nos prestaron su breve e incondicional horda de seguidores -nosotros llevábamos algo más de un año publicando pero nunca habíamos leído en público, mucho menos en un ámbito teatral- quienes asumieron, supongo, que si sus ídolos nos consideraban buenos, probablemente lo seríamos. Fue Frank quien, tiempo después, habló en nuestro favor con el director de la Casa del Joven Creador para que estableciéramos allí nuestros fueros, y así ocurrió: tuvimos una peña mensual durante los dos años siguientes.
Foto: Ivan Soca |
Esas canciones me hablaban, y aún más, hablaban por mí mejor de lo que yo podría hacerlo nunca. Ahí estaban la ingenuidad y la esperanza, el desencanto, la fe y la rebeldía; ahí gente que hacía canciones desoyendo las fórmulas del éxito, que no rechazaba la publicación, la fama y el dinero, siempre que les llegaran por hacer lo suyo, por decir lo que pensaban sin importar el riesgo. La herejía como blasón, más o menos lo mismo que los GNYO empezábamos a asumir intuitivamente —credo, desde siempre, el más artístico que imaginar se pueda— y que trabajar con ellos nos mostró definitivamente como sendero, como actitud vital.
Con las intermitencias lógicas, la amistad y la conexión se han mantenido durante todos estos años. Por eso cada vez que miro alrededor buscando gente que comparta mis puntos de vista, encuentro un puñado de sobrevivientes de mi generación, los encuentro a ellos. Por eso también quise que, si no en una grabación oficial, estuvieran juntos en mi Decálogo de Nicanor: en los cuatro primeros cortos, cada uno de ellos hace una versión del tema, compuesto originalmente por Frank (e incluido, por cierto, en el libro de marras).
Y el concierto del 17… bueno, además de la maravilla de escuchar de nuevo esas canciones, pulidas y más sabias, estar allí me permitió reencontrar socios de esa época, y también gente nueva. Muchos no están aquí, muchos se cansaron, pero había gente nueva. No tanta como en otras épocas, pero más de una amiga de entonces apareció con su hija adolescente que se sabía de memoria las canciones. Y eso es de pinga, queridos amiguitos.
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