Fidel es un país

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____________Juan Gelman

viernes, 25 de mayo de 2012

Diablo en Somos Jóvenes No. 17

Revista Mensual 185 deJulio de 2000
Un parpadear en el tiempo,  apenas una fracción de la eternidad, como un micropunto en la historia humana, es la señal que llega en esta página. ¿Quién sabe cuánto puede durar un gesto, un efímero mensaje de un mortal, en la existencia de otro? A veces, años de vida quedan borrados por un manotazo del olvido; otras, una breve impresión se eterniza, cual fotograma mental que el carriño atesora por siempre. ¿Cuál de las suertes correrán estos trazos? No puedo predecirlo, ni ambicionarlo. Pone le alma sobre el papel quien se conforma con un roce de bien en tus días, y solo aspira a que un sabor de honda miel quede en tus labios si por necesidad quieres llamarlo... El Diablo Ilustrado

En el amor todas las cumbres son borrascosas, escribió el Marqués de Sade, de lo que infiero que cada momento espectacular viene con tormenta detrás. Se dice, dramatúrgicamente, que tras el clímax de una obra se acerca el desenlace. No creo que un verdadero amor llegue al momento de bajar la montaña, aunque muchos suban precipitadamente y así mismo rueden cuesta abajo. Lo que sucede es que suele concebirse el amor como algo que se atrapa, y una vez en las manos, con la sensación de haber llegado a al cima, no queda más que el declive. Craso error, pues el amor no es más que una curiosidad, como expresara Giocomo Casanova.
Casanova al fin, de seguro lo de “curiosidad” viene con acento promiscuo: descubrir nuevos cuerpos. De hecho, muchos son de la filosofía de que el amor muere con el tiempo porque uno se aburre de las mismas caricias, de ver la misma cara día a día. Ello es en extremo simplista y se sustenta en un plagio del amor que solemos tomar por el original. No obstante, creo que el amor es una curiosidad pero no en el sentido de tener que cambiar el cuerpo de estudio. Amar es encontrar ese ser que engrana justamente en uno, que propicia ese intercambio inagotable físico-espiritual. Cuando esto llega es perenne el hallazgo, a cada momento le tocan nuevas sensaciones, mientras más se sabe más se quiere descubrir y, lejos de tener la sensación de tocar fondo, se siente mayor necesidad de hallar nuevas y más hondas respuestas en el cuerpo y el alma del otro; cosa posible porque el espíritu humano es insondable. Claro que no es fácil hallar la horma de tu zapato, más si no se suele buscar bien. Por lo regular se indaga superficialmente, dejándose arrastrar la mente por el deseo, la llamada ceguera de amor. Un impacto visual que va moldeando, justificando y hasta inventando el espíritu de esa persona “atrapante”, que termina en desencanto en la medida en que la vida cotidiana va despojándola del disfraz que nuestra imaginación desbordada le quiso otorgar.
Santa Catalina de Siena sentenció: el amor más fuerte y más puro no es el que sube desde la impresión, sino el que desciende desde la admiración. Aquí va implícito el sentido crítico, juicioso, que tenga quien va en busca de su media naranja. El amor que entra por los ojos, esa primera impresión que arrebata los sentidos, regularmente olvida a la razón; en lugar de un análisis que debe hacerse de ese otro(a), se acude a una imaginación que justifica o dulcifica cualquier señal negativa. En estos casos se monta una especie de teatro —a veces inconsciente— en el que no quieres ver las manchas oscuras y empiezas a dejar de ser tú para amoldarte a los gustos o ideas de tu interlocutor. Te comportas no como eres, sino como crees que esa persona quiere que seas. Te conviertes, por tanto, en  un actor (o actriz) que encarna el personaje ideal para tu ser amado. De manera que una actuación no puede ser eterna, cuando pasan los momentos iniciales de la impresión, la convivencia cotidiana va sacando a flote los rostros que están tras las máscaras: la razón va ocupando su lugar y te percatas de que ese ser no era como quisiste imaginarlo, y esa otra persona —tras los aplausos del primer acto—, va descubriendo que su personaje no era real sino un papel que protagonizaba. ¿Final de ese drama?: desencanto a dúo.         
El amor que entra por la mente (y esto no desecha el papel de los ojos) es el que brota de una admiración por otro ser, es decir, la razón, las cualidades y sintonías éticas y cognoscitivas. Esto propicia un diálogo más franco, crítico. De manera que no hay una impresión arrebatadora, una serenidad inicial permite el mutuo estudio del que podrá nacer una atracción física que va de menos a más en la medida en que la afinidad espiritual le va otorgando dones más profundos a los cuerpos. Llega entonces la verdadera belleza, la inagotable, la que emerge de la interacción de las almas.
Sobre los principios de la búsqueda del amor se pudiera indagar una eternidad, pero es bueno aclarar que no hay receta: se trata del encuentro de dos seres, es decir, dos mundos que encajen en una armonía apasionante. Por ello dejo abiertas mis mediaciones contigo y te entrego estas líneas que un maestro de almas, nuestro José Julián, le escribiera a su hermana: Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen; detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada, compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse. Hay en nuestras tierras una desastrosa costumbre de confundir la simpatía amorosa con el cariño decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio que no se rompe, ni en las tierras donde esto se puede, sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos.    
 

7 comentarios:

  1. siempre me ha encantado todo lo que escribes diablo, y esto es una joya. con tu permiso la publico en google+

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  2. Me encanta como escribes, de veras me identifico mucho con los temas que abarcas. Grande tú y tu pluma!!!

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  3. Al fin te encontré. Hace tiempo que buscaba ese refugio espiritual que tanto encontré en tus textos. Gracias por tus sabias, profundas y hermosas reflexiones. Aquí volveré siempre.

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