Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

martes, 28 de octubre de 2014

Los vecinos del reguetón: Pornopop

Alguien me dijo el otro día, “estoy siguiendo la serie de trabajos que estás tirando sobre el reguetón,
te van a matar en la calle". Bromeando le dije que tenía guardaespaldas (increíble, pero en Cuba hay músicos con guardaespaldas desde hace rato –supongo que desde la mediocrísima película con Kevin Costner y Whitney Houston). El reguetón no es el problema, no porque no sea problema sino porque es un simple elemento en un sistema de opresión espiritual montado globalmente para domesticarnos. El “susodicho” forma parte de una enrarecida atmósfera con que los mercaderes nos timan para tenernos dóciles, y, lo peor, es que ese arte en función de los poderosos viene disfrazado de “arte rebelde” que nos representa a los pobres de la tierra; nos hacen creer que el collar del grillete es la joya que nos distingue. El problema no es el reguetón, cuando empiece a pasar de moda le buscarán una variante (que no será para nada mejor) es como la ropa o los autos, se trata de un objeto de mercado más.

El reguetón y otros similares (como vemos en este artículo que reproduzco a continuación) es algo muy viejo, que van reciclando con nuevas etiquetas los mercaderes; hubo en los 60 y 70 Julio Iglesias y ahora el JulioIglesito (que, como corresponde, es peor que el padre), hubo unos Bukis –que parecían de insuperable mal gusto- y ahora, en efecto les saca un buen tramo una “cosa” que llama Aventura (o La Aventura), vendrán otros Pimpinelas. A no ser que (mientras no se) caiga el capitalismo con su sociedad de consumo, habrá una seudocultura “masiva” descerebrando, despoetizando gente, despiadadamente; por una razón sencilla, esa seudocultura es el sostén del mercado; nos necesitan estúpidos (progresivamente estúpidos), de manera directamente proporcional al crecimiento de la competencia mercantil; en la medida en que necesitan vender más a gente que tiene menos, tienen que despoetizarnos con mayor intensidad; de ahí que cada vez los resortes comunicacionales son más agresivos. 
No me extiendo más en esta recomendación al artículo que integra la edición de El Caimán Barbudo en preparación en estos momentos. Puedes encontrar varios relacionados en www.caimanbarbudo.cu

           
Gustave Courbet "El origen del mundo"

El paroxismo del pornopop

Por: Julio Martínez Molina. 24|10|2014

En el principio todo fue una vagina. El pintor francés Gustave Courbet veneró su instancia propulsora, potencialidad creadora, intrínseco misterio e imantación sexual absoluta en el celebérrimo cuadro El origen del mundo (1866), que tanto interés despertara a Lacan. La raza humana depende de esa caverna, nada y en mucho, platónica, motivadora de variopintos volúmenes suscritos por Catherine Blackledge (Historia de la vagina); Mithu Sanyal (Vulva, la revelación del sexo invisible), Naomi Wolf (Vagina) u otros autores. Su asunción como fuente de placer sexual, sabemos, es menos lejana en la historia que la anal, ya utilizada con fervor desde los tiempos de la horda, de los conquistadores del fuego. El realizador Jean-Jacques Annaud lo ilustraría bien en pedagógica secuencia del filme homónimo estrenado hace 33 años, útil para quienes no les haga gracia indagar en la protohistoria del asunto por conducto de los dos últimos tomos de la Historia de la Sexualidad, de Michel Foucault, o El erotismo y Las lágrimas de Eros, de Georges Bataille.
El sexo nos come, mata, redime y define desde tiempos inmemoriales. De eso bien pueden dar fe los trece catedráticos reunidos en el volumen de ensayos La imagen del sexo en la antigüedad (Tusquets, 2008). Leído esto, ya se duda haya algo nuevo bajo el Sol en tal materia, salvo tecnología y la plasmación audiovisual del hecho con fines comerciales o artísticos. Uno de los expertos agrupados en el libro dedica el último y auspicioso capítulo alcoitus a tergus o a dietro (por detrás), el cual sigue cautivando a la especie.
Procurado, aunque no siempre conseguido por el hombre en las relaciones heterosexuales, existen mujeres a quienes sí les complace su práctica. El asunto fue intelectualizado en una obra teatral que provocó sensación, nunca escándalo, porque a estas alturas ya casi nada lo origina, en el último Festival de Edimburgo y se ha mantenido en cartel durante par de años, en escenarios teatrales europeos, para desplazarse luego a México y Buenos Aires. Se trata del monólogo La rendición, interpretado por la políglota actriz suiza Isabeteelle Stoffel, a partir de la obra escrita por la estadounidense Toni Bentley. En su defensa a ultranza del sexo anal, la artista deja caer parlamentos como estos en medio de la representación: “El coño está concebido para engañar a los hombres con sus aguas incitadoras, su predisposición a abrirse y sus dueñas airadas. Pero por detrás la verdad siempre sale a la luz”. En entrevista publicada el 4 de agosto de 2013 por el diario madrileño El País, la bella helvética remarca los postulados del montaje: “En esta forma de acople, la confianza lo es todo. Si te resistes, pueden hacerte daño de verdad. Pero una vez superado ese miedo, una vez traspasado literalmente ¡qué placer tan grande encuentras al otro lado de las convenciones! Dejándome dar por atrás he aprendido mucho (…) Para mí el sexo anal es un acontecimiento literario. Las primeras palabras empezaron a fluir cuando él estaba en lo más hondo de mí. Su pluma en mi papel. Su rotulador en mi secante. Su cohete en mi luna. Es curioso de dónde saca una la inspiración. O cómo recibe una el mensaje (…) Dejándome follar por el culo, una y otra vez, y otra vez más, he llegado a una experiencia divina. Aprendo despacio, y soy de un hedonismo voraz”.
La cantante de origen trinitario Nicki Minaj posee un trasero aun superior al de la suiza, aunque le faltan las neuronas de aquella. En su primario video clip Anaconda (2014), ella, el equipo de producción y todo quien estuviere detrás de esta expresión individual, emprenden otra loa a la forma coital de marras, aunque desde un registro quasi-simiesco; literalmente, con mucha banana incluida, leche de coco derramada, posturas monísimas. El burdo imperialismo anal femenino preconizado en el clip, resulta redimido, en cierto modo, por la cuota de humor impregnada en las imágenes. Minaj, quien hace literalmente de todo en los fotogramas de dicho material promocional —con predominio de la variante perrito en la cual se mantiene el setenta por ciento del metraje—, apela en dos momentos a un registro hilarante, para postular que la hembra tiene el poder en las nalgas y siempre será capaz de controlar o desdeñar al macho jadeante, deseoso de flanquear su retaguardia. Se trata, primero, de la escena cuando destroza el plátano que pela en su cocina filo-Cicciolina; y después cuando le “perrea” al cantante Drake, para ponerlo cachondo y luego plantársele con una suerte de silencioso “no inventes, papito, que no va a tocar”.
Como fulminante respuesta a Anaconda, tras ponerse en duda su supremacía anatómica dorsal, o cual suerte de competición femenina sobre ¿quién la tiene más larga? (en este caso ¿quién lo tiene más grande?), Jennifer Lopez contraatacó mediante Booty (Colita, o sea, culito, en cubano), estrenado a finales de septiembre de 2014. Vomitivo, repudiable, infeliz desde todo punto de vista, el clip cuenta con la compañía de la rapera Iggy Azalea, pie de apoyo para calzar las exhibiciones físicas de la puertorriqueña —en lamentable involución artística desde hace más de un lustro. Con el desplazamiento alterno de la cámara hacia el “cañón” australiano de 24 años, la ya para estos menesteres algo añosa JLo, procura un encandilamiento general de todas las audiencias posibles: “si no miran lo mío, miran lo de ella”, diría. No la ayuda en la tarea Azalea, de quien, tras repasar sus canciones/léxico/movimiento en la escena, yo juraría se cree una afroamericana de Harlem, y de colmo posee un trasero que respalda su sueño. Si Minaj se salvaba de la quema total en Anaconda, merced a su no por impostada, menos enérgica actitud de independencia femenina, cuanto hacen aquí estas dos artistas constituye el más bestial acto de servilismo y humillación femenina que la industria musical del mainstream pariese hasta hoy, durante el siglo en curso. Jennifer perdió en buena ley; además, Nicki lo tiene más grande.
Broma al margen, ambos videos constituyen el punto culminante de la imbricación absoluta del soft-porno o porno suave, a tales construcciones audiovisuales. En el caso específico de Anaconda y Booty, resultan instancias depredadoras, oportunistas y comercialmente harto bien diseñadas sobre la base de la explotación de un atributo sexual que en el imaginario heterosexual del hombre estadounidense cobra ángulos lúbricos, quizá inusitados en otras latitudes como Latinoamérica o África, puesto que por razones genéticas la población femenina anglosajona no se caracteriza, salvo excepciones, por tales prominencias. Rasgo biológico constatado antes de Kinsey oMaster/Johnson. No lo anotaron dichos sexólogos, y rebasa el molde de este artículo, pero es curioso cómo esa obsesión se desplaza en dicha cultura hacia la variante inversa: la mujer que admira el trasero del hombre; algo que se encarga de atestiguar una de cada dos películas producidas allí.
En fin, volviendo a lo nuestro, vivimos los tiempos del “pornopop”, o de “la pornificación del pop”, como lo acuñaran hace años, respectivamente, el crítico musical español Diego A. Manrique y la revista especializada británica NME. Así, no sobresaltan ya demasiado exponentes a la manera de Anaconda o Booty —no obstante lo explícito, descarnado o involutivo de sus imágenes e ideario—, en tanto resultantes de la validación de una tendencia dentro de la industria que se apropia de los recursos del porno suave para aupar en los videos los temas musicales de sus artistas. La saturación del mercado obliga a subir el listón en cada nuevo clip, y por ende Minaj y JLo levantan las posaderas hasta el techo, en alusión de la espera por la penetración masculina en sus dos videítos.
Nada queda al azar en el negocio. Si al hecho probado de que la palabra “sexo” es la que más vende en el planeta al erigirse en la quintaesencia de la red, según San Google, se le suman las ventas causados por “revuelos” como el seno al aire de Janet Jackson en la Superbowl, el beso de Madonna y Britney Spears en los MTV de 2003, u otras tantas estúpidas “espontaneidades” apócrifas posteriores, tan bien recibidas por gran parte de los receptores. Habrá de comprenderse que al filón, no por sobado, dejará de exprimírsele hasta el último gramo. Solo bajo semejante entendido pueden asimilarse la irrupción de engendros parecidos al clip de Nunca me acuerdo de olvidarte, donde luego de contorsionarse hasta el delirio, de espaldas contra una pared (el segmento de cara al público masculino), Shakira cambia de tercio para manosearle las nalgas a Rihanna en una cama,  y con ello complacer (falsamente, porque esto es sofisma pueril en estado puro) a la comunidad lésbica. Y, por asociación, parecer (no ser) inclusivistas, abiertas, respetuosas de las otredades…Bull Shit! Es ideología de cartón piedra, pirotecnia visual, la versión de Michael Bay para el formato del video.
Oprobioso para la condición femenina devinieron número y clip de Blurred Lines, del cantante Robin Thickle, donde dice, de forma exacta, cosas tan ofensivas para la mujer como las siguientes: “Sé lo quieres, eres la zorra más caliente, te daré algo suficientemente grande que partirá tu culo en dos”.
La hoy día dañina Miley Cyrus, enfundada en un body color carne que a la fecha no impresiona a nadie (no obstante, era distinto vérselo a Shakira en Loba, pues la colombiana de caderas ondulantes carga su sex-appeal mientras la antigua Hannah Montana está para los coyotes), agarró por la portañuela a Thickle en los MTV 2013, y con un falso dedo gigante de cartón aludió al proverbial “big dick” de Robin. Hasta el propio intérprete se vio consternado por la impertinencia de la mediocre Cyrus, empeñada a toda costa en hacer olvidar su era Disney, conseguir sus quince minutos de fama y convertirse en una diva pop hipersexualizada, apropiada de prácticas culturales étnicas —en específico, del canon suburbial barrioabajero negro—, las cuales distorsiona y degrada.
Burlas fue cuanto generó Miley gracias a su posterior video Wrecking Ball, aunque también mucha audiencia, al alcanzar las 12, 5 millones de visitas en Youtube a las 24 horas de colgarlo. En dicho clip, su realizador Terry Richardson —ducho al servicio del pornopop universal— opta por la farsesca solución de montar a la anoréxica jovencita, desnuda y solo habitada su anatomía por unas botas (motivo visual inseparable del porno duro este), en una bola gigante, en la que lame cadenas, saca la lengua en plan salaz, más todo lo habitual en su performance. Si bien las estrategias de Miley en una industria donde se fomenta cualquier exceso cual pasaporte al éxito de ventas son bastante comunes, e incluso predecibles ahora, no dejan de molestar a millones de personas en el planeta, cuyos hijos consumen estos materiales, difundidos en hora punta por las televisiones. No es anecdótica en tal sentido la carta de la cantante irlandesa Sinead O`Connor a la “estrellita” de Nashville, en cuyas líneas la exhorta a “no dejarse prostituirse por la industria musical”. “Espero que despiertes y entiendas que te has convertido en un peligro para las mujeres”, le espetó luego. La “reina del twerk” se pasó la carta literalmente por el fondillo, por el cual también reposó la bandera mexicana durante concierto efectuado el 17 de septiembre en dicho país. Para rematar, declara en un documental difundido por MTV: “Me siento ahora como si realmente pudiese ser la zorra que realmente soy”. Al margen de lo asqueroso del asunto, aquí hay gran parte de montaje, teatro, el mismo guion de siempre, prefabricado por los mismos estrategas mercantiles de la historia de la música.
Beyonce, alzada a la categoría de diosa viviente en los Estados Unidos  —donde hasta le dedican seminarios en Harvard—, fraguó en el video de Partition escarnecedora muestra de sumisión falocéntrica al poder masculino de su esposo, el rapero Jay Z, digna de ahorcamiento. Ya antes le había regalado otra velada e insultante apología a su ídolo amado, y de forma más clara al macho afroamericano, en la película Obsessed (Steve Shill, 2009), producida por ella, y elocuente del racismo a la inversa, corte Spike Lee en Fiebre salvaje (1991) o El juego sagrado (1998).
La australiana Kilye Minogue intenta a toda costa burlar sus 46 en Sexercise, el cual erotiza a grado extremo, según ordena la moda, el concepto del fitness y la aerobia. Britney Spears va con fustas y látigos sadomasoquistas dentro de una cabina de peep show en Trabaja, zorra. La poole dance o barra americana, otro elemento identificador del porno suave, resulta escogido para el video de Rihanna, titulado Pour it Up.
Ni post-feministo madonniano, ni libertad de expresión, ni demostración sin tapujos de la sexualidad femenina, ni empoderamiento del “sexo débil”. Todas esas son patrañas bajo las cuales se escudan las campañas de promoción de estas vedettes, para proceder mediante excusas justificantes a dóciles operaciones de mercado, cuyos gestores, en su indiscriminado afán de ganancias, no paran mientes en el extraordinario grado de perjuicio que provocan en el receptor infanto-adolescente del planeta, que si no aprecia estos productos en la televisión abierta, los consume en Internet.
A tamaña saturación de música e imágenes abiertamente sexuales, psicólogos y educadores le denominan “erotización del ambiente”, un hecho inobservado en épocas pasadas, cuyos efectos a corto y mediano plazo en los hombres y mujeres del mañana aún se están por conocer, pero del cual ya resulta difícil escapar, ni es posible del todo prevenirse por parte de los padres. No vayamos muy lejos, al Blurred Lines de Robin Thickle lo ubicaron dentro de “lo más pegao” del cubanito Piso 6, por casi dos meses. A diferencia de gran parte del resto del mundo, en Cuba los accesos privados a la red aún son muy limitados; sin embargo, para compensar, aquí tenemos los clips de reggaetón (que dejan en pañales a la colección pornopop íntegra), y una galería de dispositivos de memoria tan amplia como para tapizar de memorias flash la Muralla China.
Visto el paisaje internacional, muchas personas comparten criterios como los emitidos por Dianne Abbot, responsable de Salud del ala izquierda del Partido Laborista inglés, cuya impugnación al hecho fuera reproducida por el cotidiano londinense The Guardian: “es muy, pero muy censurable y dañina la erotizada publicidad; los estridentes videoclips de las artistas porno pop; el moderno acoso online; las machistas letras de las canciones; y los sexualizados modelos de mujeres (…). Se está imponiendo en nuestra cultura una visión distorsionada y alienada del sexo, alimentada por la mano invisible del mercado. Dejado a sus anchas y sin apenas regulaciones, el mercado está favoreciendo un clima de sexualización que degrada a los niños y margina a las familias”.
A la señora Abbot le asiste la razón, y son válidas reacciones de esta guisa y estrategias de cualquier signo. Empero, sin que la apreciación esté fundada en el pesimismo, sino en la más objetiva captación de la realidad, según quien escribe ve las cosas, el fenómeno resulta imparable y –mal que queramos– nuestros hijos tendrán que acostumbrarse a la previsible agudización de su decurso. Las transnacionales de la industria musical/audiovisual solo responden a las finanzas, y el sexo representa un talismán que abre las billeteras. En la (pseudo)literatura ocurre otro tanto hace años, en virtud del llamado Efecto Grey, por 50 Sombras de Grey, de E. L. James.
No tengo idea de cuánto más puedan inventar luego de la versión “trasero chupador” de Nicki Minaj en Anaconda, pero alguna idea más osada siempre llegará. El pornopop le cogió más gusto al porno y se olvidó del pop. No es arte, no es erotismo, se trata tan solo de exploitation, de trash regenteado desde las omnipotentes torres mainstream. Pero da muy buena plata y durante tiempos de depresión en las ventas de la industria musical, eso resulta sagrado. Así que preparémonos, pues el desfile de traseros al aire será mayúsculo. Estoy seguro que la falsía de estos videos no complacerá a Isabelle Stoffel, ni a ninguno de quienes amamos el sexo real, de cualquier tipo, pero es lo que hay. Así de simple camina nuestro complicado mundo.

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