Caricatura LAZ |
Se me acabaron los rusos
Por Bladimir Zamora Céspedes
Para Juan Salvador
Es increíble cómo pasa el tiempo o, más bien, los diversos sucesos a lo largo de los años. No creo que tanta gente se acuerde de cuándo dejó de existir la Unión Soviética y mucho menos de cuándo se celebró el último Festival Juvenil de la Amistad Cubano-Soviética…
Se celebró en la ciudad de Pinar del Río, en el momento que la URSS estaba tirando ya los últimos cartuchazos. A nuestra revista, que entonces era un mensuario, casi siempre la invitaban a esos festines y yo era uno de los más dispuestos a tirar cuatro cosas en la mochila y asistir.
Un grueso número de jóvenes cubanos llegamos a Pinar para encontrarnos con un puñado de rubicundos miembros del Komsomol Leninista. Hubo varias sesiones muy interesantes, sobre todo lo relacionado con la floreciente Perestroika. En la agenda aparecía una actividad inviolable: la visita a los CDRs de la ciudad. Nos dispusimos a ello una noche. Salieron del hotel varias guaguas cargadas con muchos cubanos y un más pequeño grupo de soviéticos. El ómnibus paraba en cada cuadra y dejaba personal a discreción. Así llegamos al último CDR que nos correspondía. Entonces fue que sucedió lo que sucedió…
Se me acercó un funcionario de la UJC pinareña y a bocaejarro me dice “Colorao, se me acabaron los rusos”. “¿Y qué tengo yo que ver con eso, estoy aquí como periodista?”, le respondo. Entonces él me cuenta que el CDR al que estamos llegando es el mejor de la ciudad y no puede darse el lujo de llegar sin un ruso aunque sea. Por eso había pensado que yo podría sacarle del apuro.
Estoy comenzando a decirle que no puedo prestarme a eso, cuando mis compañeros más cercanos en la guagua (el pianista Víctor Rodríguez y los humoristas Tomy y Ajubel) me piden riéndose que acepte, que ellos me acompañan. Les hago caso.
Total, que nos bajamos allí y lo primero que me sorprende es que junto al presidente del CDR hay un intérprete y me empiezo a quedar con la boca abierta. Inmediatamente después me lleva a una fogata, alrededor de la cual está dando saltos un coro de niños. Por elemental vergüenza le explico al hombre que no soy ruso, que el funcionario de la Juventud me metió en ese lío y que si quiere, como cubano, puedo hablar de la URSS, pero viene el hombre y me dice que su CDR lleva varios días preparándose y que si él llega a decir que a ellos no le ha tocado ningún ruso lo van a matar.
Empiezo a darme cuenta de que va a ser muy difícil desprenderme de aquello y me dejo llevar. Me sitúan detrás de una larga mesa y, como si fuera un colonizador recién llegado a nuestras playas de América, me hacen las más variadas ofrendas. Flores silvestres, piñas, mangos, guayabas, melones, anones, cocos abiertos y cerrados… Un campesino repentista me dedica unas décimas. Es la oportunidad que aprovecho para pedir un poco de ron y me explican que no puede ser, porque en la Unión Soviética Gorbachov había implantado la Ley Seca. Amenacé con salir corriendo si no me traían ron y esa batalla, por lo menos, la gané.
Llegó el momento de dirigirme a los presentes y procuré hacerlo en el peor español del que soy capaz. En esa farsa estaba cuando llegó al lugar un microbús del que bajaron el Segundo Secretario de la UJC nacional y el Vicepresidente del Komsomol. Pedí ayuda al alto funcionario y él invitó al no muy joven del Komsomol para que hablara. Este se dirigió a los presentes, perfectamente, en su lengua natal. Pero, como es natural, nadie le hizo el menor caso y yo, definitivamente, seguí siendo “el Ruso” durante toda la fiesta.
Para Juan Salvador
Es increíble cómo pasa el tiempo o, más bien, los diversos sucesos a lo largo de los años. No creo que tanta gente se acuerde de cuándo dejó de existir la Unión Soviética y mucho menos de cuándo se celebró el último Festival Juvenil de la Amistad Cubano-Soviética…
Se celebró en la ciudad de Pinar del Río, en el momento que la URSS estaba tirando ya los últimos cartuchazos. A nuestra revista, que entonces era un mensuario, casi siempre la invitaban a esos festines y yo era uno de los más dispuestos a tirar cuatro cosas en la mochila y asistir.
Un grueso número de jóvenes cubanos llegamos a Pinar para encontrarnos con un puñado de rubicundos miembros del Komsomol Leninista. Hubo varias sesiones muy interesantes, sobre todo lo relacionado con la floreciente Perestroika. En la agenda aparecía una actividad inviolable: la visita a los CDRs de la ciudad. Nos dispusimos a ello una noche. Salieron del hotel varias guaguas cargadas con muchos cubanos y un más pequeño grupo de soviéticos. El ómnibus paraba en cada cuadra y dejaba personal a discreción. Así llegamos al último CDR que nos correspondía. Entonces fue que sucedió lo que sucedió…
Se me acercó un funcionario de la UJC pinareña y a bocaejarro me dice “Colorao, se me acabaron los rusos”. “¿Y qué tengo yo que ver con eso, estoy aquí como periodista?”, le respondo. Entonces él me cuenta que el CDR al que estamos llegando es el mejor de la ciudad y no puede darse el lujo de llegar sin un ruso aunque sea. Por eso había pensado que yo podría sacarle del apuro.
Estoy comenzando a decirle que no puedo prestarme a eso, cuando mis compañeros más cercanos en la guagua (el pianista Víctor Rodríguez y los humoristas Tomy y Ajubel) me piden riéndose que acepte, que ellos me acompañan. Les hago caso.
Total, que nos bajamos allí y lo primero que me sorprende es que junto al presidente del CDR hay un intérprete y me empiezo a quedar con la boca abierta. Inmediatamente después me lleva a una fogata, alrededor de la cual está dando saltos un coro de niños. Por elemental vergüenza le explico al hombre que no soy ruso, que el funcionario de la Juventud me metió en ese lío y que si quiere, como cubano, puedo hablar de la URSS, pero viene el hombre y me dice que su CDR lleva varios días preparándose y que si él llega a decir que a ellos no le ha tocado ningún ruso lo van a matar.
Empiezo a darme cuenta de que va a ser muy difícil desprenderme de aquello y me dejo llevar. Me sitúan detrás de una larga mesa y, como si fuera un colonizador recién llegado a nuestras playas de América, me hacen las más variadas ofrendas. Flores silvestres, piñas, mangos, guayabas, melones, anones, cocos abiertos y cerrados… Un campesino repentista me dedica unas décimas. Es la oportunidad que aprovecho para pedir un poco de ron y me explican que no puede ser, porque en la Unión Soviética Gorbachov había implantado la Ley Seca. Amenacé con salir corriendo si no me traían ron y esa batalla, por lo menos, la gané.
Llegó el momento de dirigirme a los presentes y procuré hacerlo en el peor español del que soy capaz. En esa farsa estaba cuando llegó al lugar un microbús del que bajaron el Segundo Secretario de la UJC nacional y el Vicepresidente del Komsomol. Pedí ayuda al alto funcionario y él invitó al no muy joven del Komsomol para que hablara. Este se dirigió a los presentes, perfectamente, en su lengua natal. Pero, como es natural, nadie le hizo el menor caso y yo, definitivamente, seguí siendo “el Ruso” durante toda la fiesta.
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