Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

jueves, 13 de junio de 2013

El Diablo en Somos Jóvenes No 30

Revista mensual 130, octubre de 2001
Eres tú quien vela mi sueño, quien lo mantiene lejos de la oscuridad que amenaza a estos días del mundo. El candil de tu espíritu da calor a mi cuarto y dulcifica la melancolía que asalta en una tarde de lluvia a mi ventana.
Imagino el movimiento casi imperceptible de tus labios en este instante de lectura y siento el privilegio de tu intimidad, de ser el humano más cerca de tus ojos, lo cual me compromete a la pureza máxima de que sea capaz, a la sinceridad atroz, al desprendimiento mayor, porque mereces que te dé lo que no alcanzo. Intento  —recopilando tesoros de la literatura— que tu vida se vierta hacia los demás con más amor, esa serí9a tu felicidad. La mía, está en sentir que rozo la próxima mañana siempre que musitas, con sabor de amistad, un sobrenombre: …
El Diablo Ilustrado


Henry Mathew nos ofrece un Consejo para aquellos que están listos a casarse: ¡No se casen! Esto no tiene que ser precisamente un chiste. Abundan los que ven en el matrimonio algo así como una sentencia. Alguien dejó escrito que el matrimonio es un romance cuyo héroe muere en el primer capítulo.Y es que muchas veces sucede así, al poco tiempo de la boda: el fracaso. La mayoría culpa al tiempo, casi nadie ve el problema en la boda. Cierto que la convivencia necesita mucha afinidad, compresión y, sobre todo, un amor creciente. Si se estanca, muere.
Kipling dejó escrito que el hombre cuando se casa, o nada o se ahoga —y no le conviene ahogarse. Esto quiere decir que chapotea en la vida para mantenerse a flote, o sea, aprende a sostener la relación, a soportar y ser soportado. Desde esta óptica cabe que te diga: Cásate y verás.
Por el fondo de esta filosofía negativa hay una manera errónea de asumir la unión de dos seres que se aman. La boda rimbombante, esa que se prepara durante meses, en la que se tira la casa por la ventana para que todo el barrio se entere, esa que tiene el broche de oro en los “tortolitos” exhibiéndose en un auto —preferiblemente descapotado— por las calles, rodeados de globos y claxon, como si fueran animalitos de circo, le otorga a la vida como una cima, una meta. Sinceramente (sin ánimo de ofensa), esta especie de tradición —bien cursi— le hace daño al amor. La pareja llega al matrimonio como quien sube al trono a ser coronado rey y esto deja ese sabor traicionero que puede traducirse como: ya llegué. Hay hasta quienes se han casado, más que por amor, por llegar a ese instante de reconocimiento público, por sentirse el centro del show. Por supuesto que aquí si hay un poco de humor de mi parte, pero créeme que el matrimonio debe asumirse como algo sencillo, como un simple momento de dar a conocer a un grupo de amigos y familiares que esa relación tiene intenciones estables —sin exagerar—. Tampoco casarse quiere decir “hasta que la muerte nos separe”, esa trágica frase que lleva a muchos a aferrarse en una lucha contra el destino como algo que no se puede romper y hay que salvarlo a toda costa. El amor no puede tener otro compromiso que no sea el amor, cuando dos seres deciden unirse debe ser, no hasta que la muerte, sino hasta que el marchitamiento del amor los separe.
Alguien dijo que se le acaban los nervios a una persona cuando tiene que ser amable todos los días con el mismo ser humano. Evidentemente, se toma aquí la convivencia como un castigo, proveniente de esa tergiversación, yo diría que milenaria, del matrimonio. Quizás porque muchos no han sabido elegir, o por el empecinamiento en no romper una atadura formal, pensando en los papeles firmados o en el “qué dirán”. Por el contrario de acabar con los nervios de uno, la persona amada es el refugio que nos alivia las tensiones, los temores, los días o momentos malos; la persona amada es el cofre donde depositamos nuestras mejores joyas del alma, nuestros mayores secretos, nuestros problemas y errores.
El matrimonio, paradójicamente, suele asociarse a un encarcelamiento, cuando debe sentirse como la libertad, esa de estar todo el tiempo con la persona que es como otra parte de uno mismo, o sea, convivir con el ser más afín, física y espiritualmente, de todos los que existen en la especie humana.
Por eso es tan importante tener un concepto claro del matrimonio. Casarse no puede ser sinónimo de atarse, ni de compromiso  público siquiera, es la necesidad de dos amantes de compartir la vida, de estar juntos —no solo físicamente— todo el tiempo, mientras sientan que fluye entre ambos esa corriente que empina y mejora el alma y el cuerpo.
Casarse no es atarse a otra persona, sino liberarse hacia ella.


1 comentario:

  1. Genial diablo, como todo lo que escribes, realmente no hay mucho que agregar, tu texto es concluyente y tajante, y realmente el que tenga alguna opinión distinta está condenado al fracaso. Me hace recordar una frase de la canción "Tengo tu love" del grupo Sie7e que dice: El compromiso vale más que el anillo. No hay palabra si no hay corazón...

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