“No pueden faltar Los Beatles, en este libro-disco”, voy rumiando y en
esa casi bronca ya conmigo mismo, estoy ante la escalerita del
Agro-mercado de 19 y B, donde espero encontrar las dichosas judías. Me
falta un relato-canción que haga honor a mi primera juventud, bien
roquera, en la Víbora. Aquella de salir en piquete de amigos los
saturday night fever a buscar fiestas (a las que no estábamos
invitados), por la calle Continental, el Sevillano, Casino Deportivo,
por el Mónaco… casi siempre tras los rumores de x imprecisa dirección
(oí decir, por casa de…) en la que iban a sonar por unos 15 o fiesta del
pre, Vitico o Paquito. No recuerdo haberlos conocido, pero eran dos
encumbrados ídolos que tenían el power de poseer grabadoras de cinta y
amplificadores con bafles (lo cual en aquellos años -segunda mitad de
los 70-, era como la PMM en la actualidad) y se dedicaban a poner música
amplificada los fines de semana. Fueron fiestas masivas, que llegaron
algunas a ser a calle cerrada (supongo que saldrían en los informes del
CDR como Plan de la calle). Eran tiempos de Deep Purple, el buen Chicago
(hasta volumen 10), Iron Butterfly, Led Zeppelin, Grand Funk Railroad, y
después de las 12 de la noche le filtraban algo de Julio Iglesias y
Roberto Carlos (que estaban buñuelescamente prohibidos en la radio) para
“apretar”, o sea bailar pegaditos y susurrar al oído alguno de aquellos
melosos o enigmáticos versos como “el gato que está triste y azul nunca
se olvida que fuiste mía”… (ahora me doy cuenta de que está fuerte lo
del gato “triste y azul”, pero el caso entonces no era entender sino
sentir.
Igual, cuando caían los Beatles que tenían la capacidad de
estar en cualquiera de las tandas, lo mismo en la del rock más fuerte
para bailar tornillo (de 9 a 12 pm) que en la tanda “romántica”, nos
caíamos a “forros” en un idioma inglés íntegramente apócrifo, y ni los
chicos de Liverpool se quejaban. Sabíamos una palabra clave, casi
siempre el título: “Something” o “Yesterday” y lo demás era repentismo
onomatopéyico. No recuerdo a ninguna muchacha que se nos quejara, cuanto
más una alusión en tono de chiste al maltratado Shakespeare, y es que
realmente… es un lujo romancear en un idioma único -e irrepetible-, y a
fin de cuentas lo prioritario para “ella” era que uno se hiciera el
Erick Clapton punteando en su espalda, “While my guitar gently weeps”
–por entonces El llanto de mi guitarra. Desde una mirada machista podría
pensarse que uno cogía a la muchacha de instrumento, pero “ella” sabía
que era un nada camuflado recurso, para acercarla más y a fin de cuentas
ese cosquilleo sonoro en su espalda (sobre todo si uno era fino
pulsando) podría considerarse un tierno y erótico solo, que extraía
música de su cuerpo. Es decir, que en el fondo era un acto espiritual,
creativo, y por tanto “ella” no se sentía para nada instrumento, si no
vía para dejarnos entrar, por ejemplo, al White Álbum, apodo con que se
conoce el The Beatles de 1968.
En sus cuerpos un bolero alucinante que fluyó
hasta que la morsa en la tormenta roja apareció
dejándonos solo un álbum blanco para sospechar...
hasta que la morsa en la tormenta roja apareció
dejándonos solo un álbum blanco para sospechar...
“No pueden faltar Los Beatles, en este libro-disco”, y no me sacan de ese revoltijo de ideas ni los precios estratosféricos en las tarimas. Están cerquita las judías… y caigo en una mañana de 1985, Silvio está con Afrocuba en el cine 23 y 12 ensayando las canciones de lo que pronto sería el disco Causas y azares.
Entro con Rafaelito (López Ramos) a la sala. Nos habían detenido en la puerta, pero él le había aclarado que el trovador nos esperaba, a lo cual le aportaba credibilidad nuestra pinta de hippies semi cochambrosos ¿semi?
Pues las causas me andan cercando
cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
poderoso, invencible.
cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
poderoso, invencible.
Era el día de nuestras vidas, íbamos a conversar personalmente con el gurú de nuestra era, Silvio Rodríguez.
Que fácil es agitar un pañuelo a la tropa solar
del manifiesto marxista y la historia del hambre…
del manifiesto marxista y la historia del hambre…
Están montando “Canción en harapos”, hay unas 15 o 20 personas a lo sumo, es un ensayo a puerta cerrada, y yo ahí. Paran una y otra vez, Oriente López hace un comentario, un pase en el teclado, Silvio da una idea, Oscarito Valdés desde el drum hace un pase… No me lo puedo creer.
¿Casualidades? ¿El azar concurrente? “Causas y azares” me han llevado hasta allí. Yo por entonces hacía programas de radio, y en las noches nos reuníamos a trovar en un parque o casa de amigo; hacíamos una de peña en la terraza de mi casa en la Víbora los viernes y los sábados turnábamos las descargas, o en casa de Roly (Ambros) en El Sevillano, o en casa de Vladia Rubio en Marianao, o en Los Pinos, en el portal del pintor del grupo.
Yo también me alegrabaentre amigos y cuerdas
con licores y damas,
mas de eso quién se acuerda.
Por aquellos tiempos me había aprendido, lo que luego se llamó “Monólogo”, que le fusilé a Silvio cuando la estrenó en un concierto con Vicente Feliú en el Carlos Marx. Era como el tema de despedida:
Vivo en la vieja casa
de la bombilla verde.
Si por allí pasaran,
recuerden.
de la bombilla verde.
Si por allí pasaran,
recuerden.
Rafaelito había creado al óleo “El viejo de la bombilla verde”. No sé cómo dio con el teléfono de Silvio y le dijo que quería regalarle la pintura. El trovador le preguntó ¿cómo conocía la canción? Pues la había estrenado y el texto se le había extraviado. Si conocía a alguien que pudiera copiárselo. Le contó de nuestras trovadas y así estaba yo con el texto esperando disfrutando, nervioso, de un ensayo del mismísimo.
Nos habíamos sentado como en la cuarta o quinta fila, detrás de los muchachos del grupo Gens que esperaban igualmente citados por Silvio.
Al terminar el ensayo, bajó del escenario y nos saludó, los muchachos de Gens le comentaron que estaban grabando un disco, o demo, con canciones suyas y de los Beatles. Recuerdo entre las que mencionaron del trovador “Qué se puede hacer con el amor”, “Y nada más”… llevadas al estilo del rock. Silvio asentía como picado por la curiosidad, les agradeció y le dijo estar ansioso por escuchar eso. Preguntó qué habían montado de los Beatles. Creo recordar entre las que mencionaron “Help”, “Taxman” y “Hey Jude”. Y vino un comentario de Silvio que me quedó grabado en el tiempo:
-¿Y no han montado “Julia”? es una de las piezas que más me gustan de Lennon.
Estuvieron un rato conversando sobre los discos de los Beatles. Los Gens le dieron el casete, y un papelito (supongo un teléfono) y entramos nosotros al encuentro. Rafaelito le dijo que era el del cuadro del viejo de la bombilla verde y nos presentó.
Lo primero que le dije era el impacto que me causó el arreglo de Harapos que acabábamos de presenciar.
-¿Y cómo tú conoces esa canción? –Me dijo extrañado, pues la había compuesto en 1971, pero no estaba grabada aun ni la cantaba con frecuencia en sus presentaciones.
Le dije que desde hacía muchos años, Roly Ambrós, un amigo de la secundaria Edison, las cantaba junto a muchas otras suyas y de Pablito en los campamentos de la escuela al campo. Realmente no sé cómo Roly en el 1974, 75 (o 76 a lo sumo), se podía saber “Yo digo que las estrellas”, “La vergüenza”, “En el claro de la luna” o la misma “Canción en harapos”… y bien tocadas a la guitarra. No salgo del asombro porque aún no había salido siquiera el primer álbum de Silvio, Días y Flores de es de 1975. Y no hay error de fechas porque los guitarreos eran en los 45 días al campo de nuestra secundaria. Ni error de títulos porque yo estaba como deslumbrado por aquellas canciones distintas a todo, y porque me las aprendía, y porque aspiraba a que Roly me enseñara a tocar guitarra, a ver si llegaba a ser un ídolo de las muchachas de la secundaria como él.
Recuerdo incluso que cuando el disco salió fuimos a las tiendas de La Habana a buscarlo. Inolvidable pues lo tomamos (precisamente por estar ya deslumbrados con esas canciones) como el acontecimiento que marcaría nuestra mayoría de edad. Antes de salir compramos una caja de cervezas (14.40 pesos –en época sin CUC) la pusimos a enfriar, y de regreso nos sentamos en la terraza de mi casa, abrimos mi tocadiscos que era una maletica alemana, y entre brindis y brindis escuchamos no sé cuántas veces aquel cosmos poético; el disco giraba bajo la aguja y mundo también giraba a nuestro alrededor, desenfocándose hasta el hermano de Roly fue a buscarlo alertado por mis viejos que al llegar en la noche nos encontraron “navegando” en el “Playa Girón”.
Gracias a todo ese proceso, estaba en el cine 23 y 12 mostrándole a Silvio la letra que le llevaba de lo que luego se titularía “Monólogo”. Comentó algo así como Vicente había recogido el texto aquel día que la estrenó, y por eso la había tenido perdida. De todos modos tomó el papel, lo revisó por arribita, y se lo guardó; quizás por cortesía. Se habría percatado de lo que significaba para mí, darle a Silvio Rodríguez la letra de una canción suya. Conversó con Rafaelito sobre el cuadro, y quedaron en que lo llamaría para recogerlo.
Salíamos rumbo a la puerta y una de las acomodadoras del cine-teatro le dijo: ¡Silvio voté por ti en Opina! Se trataba de una revista de variedades que hacía encuestas para dar premios nacionales de popularidad.
Y Silvio le contestó “Sí, pero ganó Alfredito (Rodríguez)”. Se lo dijo, claro, riendo, y fue hasta ella y la besó. Nos despedimos en la puerta de 23 y 12. Y desde instante empezamos Rafa y yo a hablar y hablar de lo mismo como para no dudar de la certeza del encuentro.
Y ya tengo las judías en la mano, casi 30 años después, en la cueva… de 19 y B recordando aquello de que Silvio tenía a Julia entre sus canciones predilectas de John Lennon. Y por arte de causas y azares… -aligerado de 25 pesos por el futuro placer de un buen potaje-, llovió de sopetón la idea:
Cuando Julia fue Judith y John Lennon fue tan solo Juan…
Charly Salgado |
¿Cómo es posible que algo tan sensacional como un encuentro –incluso con visos de romance- entre una cubana y John Lennon, no lo había contado antes? Cierto que no tengo pruebas de que el hecho haya sido real; tras algunos “ronazos” cualquiera se pone descarado y te suelta un cuento solo creíble en estado de embriaguez -único estado en el que además, el interlocutor puede estar apto para creer algo semejante.
No obstante, tener una historia así (aunque sea una mentira di que me quieres… cantaba Sindo Garay) y no haberla escrito antes me parece más poco creíble que el suceso mismo; sobre todo porque quien se la escuchó a aquella venerada señora -o sea ¿yo?- escribo, si no todos, casi todos los días. ¿Y que transcurriera casi un cuarto de siglo para que venga a conectar a Julia Silvio, Judith y Lennon?
-Cada cosa tiene su momento, y todo venía girando, y no se precipitó antes, porque estaba reservado para este proyecto: ¡No hay casualidad!
Sentencia Carballea, al comentarle la increíble concatenación de historias, (o la concatenación de historias increíbles).
El flashback me lanza a Santiago de Cuba y aquella alucinante noche de revelaciones. Estoy en la sala de la casa de una muchacha, Julia, y un muy joven trovador rocanrolero, de Manzanillo, Charly Salgado, flirtea con su guitarra cantándole:
Cuando no puedo cantar con el corazón
Sólo puedo decir lo que pienso, Julia
Julia, arma dormida
Nube silenciosa, tócame
Por eso canto una canción de amor, Julia
Julia, Julia…
Todo iba bien, o “paticruzadamente” bien hasta que la mamá de la elogiada, Judith, me confesó, en tono de secreto mortal:
—Esa canción me la hicieron a mí.
La miré y traté de ampliar su comentario en el plano idílico, asociando a su hija y el nombre de la pieza. Pero ella insistió:
—No, no; lo que te digo es que esa canción fue literalmente hecha para mí.
Miré hacia el techo: no daba vueltas; giré entonces mi rostro, sin apuro, hacia ella; le clavé la mirada, contrayendo los labios, mis cejas hacia arriba… todo para sugerirle que no me cogiera para eso. Y le aclaré pausadamente, por si se trataba de un mal entendido:
—Señora… esa canción no es de nuestro Charly: es de John Lennon, el de los Beatles.
La mitad de lo que digo no tiene sentido
pero lo digo sólo para llegar a ti, Julia, Julia, Julia.
Sonriente, como quien tras una gran apuesta vira la carta oculta que le da el triunfo, me afirma:
—Sí, de John. Hasta Juan lo llamé, en una noche muy parecida a esta.
Donde Julia fue Judith
y John Lennon fue tan solo Juan,
hubo una cebolla de cristal
y un campo de fresas para amar.
El caso es que el relato (que compone este libro) trajo una canción, “Revolution 2”, y una bendita mañana Rober (Luis Gómez) me llevó la maqueta de la pieza para el disco. Iría por minuto y medio escuchando cuando ya la tenía imaginada (pero la verdad fue mejor que soñada, diría Silvio) en la voz de Roly Berrio. La canción necesitaba de ese espíritu juguetón beatlesiano del Trío Enserie, y el arreglo requería una fuerza interpretativa para la que la carga energética de Roly se pintaba sola.
Yaima Orozco y Roly Berrio graban "Revolution 2" |
Y sigue fluyendo el azar concurrente: a Roly, Trío Enserie: a quien conocí en Santiago de Cuba, (la misma Santiago de Judith-Julia en aquella noche de apagón en casa de Tamara, en la que cantaron canciones en las que decían locuras como que el Hombre lobo con los Beatles canta… o Yo soy un besador, un mosquetero azul de los que Silvio canta.)
Energía desbordada, espíritu juguetón en estado creativo perenne, con un dolor subterráneo, eso es Roly Berrio, y eso necesitaba esta “Revolution 2” -algo que comprendí plenamente cuando lo escuché cantándola en el estudio. En el momento de decidir fue más el instinto (que brota de todo ese conocimiento previo) el que me llevó a elegirlo. Roly canta con una alegría taciturna, lleva a su voz la enigmática sonrisa de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, que la sientes feliz pero no, y de momento crees que no, pero sí.
Y así es la historia de esta canción; Judith fue por un instante, pleno, efímero, el centro de una noche de John Lennon, en el ojo del ciclón de una era y ante el umbral de un Álbum Blanco.
Con Dear Prudence fueron a jugar
al oleaje humano por amor y paz.
Judith languidece en el tiempo, radiante en ese dolorcito con que sosteniendo en secreto ese idilio fugaz, durante medio siglo. Tiene una transparencia similar a la de esa mujer alada del óleo “Dos ríos” de Carlos Enríquez. Es el instante de la bala final. José Martí, a punto de caer de su caballo, es envuelto por el manto de ternura de esa mujer fantasmal, que le besa en la mejilla, o acaso le susurra la paz de los versos sinceros y lo mantiene así sostenido eternamente en los brazos benditos del amor.
Como salida del pincel del “pintor maldito”, Judith agoniza radiante en la bruma del 8 o 9 de abril de 1968, abrazada a John en un bolero alucinante; silenciosa y fugaz, como nunca te vi… cantaría Pedro Luis Ferrer).
Y para apresar en la canción ese toque agridulce, hacía falta una voz que gravitara lánguida, casi transparente, merodeando el canto de Roly. No podía ser otra que Yaima Orozco. Una niña criada en ese hogar fundado por el Trío Enserie que es la Trovuntivitis, y del que fue tallando su voz-espíritu.
Amor,
estás,
curando al fin,
la soledad de esta herejía empecinada.
No ofreezco más
que dar y dar
y madrugar
como un desastre en tu mirada.
Es el desagarrado “Amor del alba gris” que Yaima cantó en el disco anterior La voz del Diablo Ilustrado, en el que además interpreta y con Raúl Marchena “¿Cómo matar un fantasma?” Por ese camino de conexiones causales Roly en aquel disco hizo su trovadoresca y endemoniada versión de “No busques la mujer” inspirada en “Ama al cisne salvaje” de Luis Rogelio Nogueras, quien, por cierto, está presente en voz y alma entre estas nuevas grabaciones:
No busques la mujer que me ha llovido
no me espantes su vuelo en una queja
no pretendas salvarte con su olvido
busca al cisne salvaje que se aleja.
Silvio me llevó de Lennon a Julia; Julia me condujo a Judith; Judith me nació alucinante en Santiago de Cuba; ese Santiago en el que había aparecido Roly Berrio con Enserie entre locas canciones que hablaban de Silvio y los Beatles.
Donde Julia fue Judith
y John Lennon fue tan solo Juan
tengo una cebolla de cristal
y un campo de fresas para amar.
Si Judith a Julia tuvo que emigrar
y John Lennon nunca más fue Juan,
basta que preguntes, para reencarnar:
¿Cómo vivirá la otra mitad?
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