Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

miércoles, 9 de julio de 2014

Argentina por el Sur

Por suerte ayer estaba de peña y pude ver solo de refilón los minutos iniciales del partido. El primer gol de Alemania ya daba a un Brasil jugando infantil: tiro de esquina, un centro: como 7 brasileros agolpados en el primer palo, dándose cabezazos, y toda el área del centro hacia la izquierda de la portería con 3 alemanes desmarcados, la pelota a los pies del teutón. Luego, estaba cantando y las noticias perecían un chiste, llegaba uno desde la pantalla y decía 3, al unísono otro gritaba 4, y otro le discutía que eran 5 goles. Al dolor se le sumaba que cierta parte de la fanaticada le iba a Alemania. Cuba es ahora mismo un hervidero de seguidores del futbol, se sigue tanto o más que en los países de resultados mundialistas; no digo tradición pues en Cuba la hay, si bien no se jugó con tanta masividad. Ahora los muchachos en las calles lo juegan tanto como el beisbol, o hasta más, pues solo hace falta un balón y el terreno es adaptable, con una calle o un pequeño parque es suficiente.
Cierto que impera el sentimiento latinoamericanista entre la población, pero hay muchos que son furibundos alemanes, holandeses o españoles, lo cual desde mi perspectiva de identidad martiana me parece un sacrilegio espiritual, y símbolo de estos tiempos. Tiempos en que se ha globalizado la bandera blanca, la no patria, la apolítica, la plena “libertad” del ser humano; todo lo cual confluye hacia lo mismo, y desde lo mismo: ver todo sin el pecado de la ideología, o sea, aceptemos que el mundo es un espectáculo, y que les toca a uno ganar y a otros perder; ya los grandes medios nos han llevado a aceptar como bueno, que los tercermundistas de más talento pasen a jugar a las ligas de los poderosos, las que pagan más, y que las del sur son las sucursales de donde salen los elegidos. O sea, que nuestras ligas serán eternamente el potrero donde del cual sacarán las mejores ejemplares para parearlos en el big show refinado, donde todo llega con el glamour, el dinero como tasador, y las relaciones “afectivas”; aquí entra a jugar la otra cara del mismo asunto, la “belleza latina”, las modelos para grandes deportistas, las elegidas para elegidos, sacadas de los potreros mediáticos nuestros, mediante estupidizantes programas de participación y pasarelas, donde salen las Misis para balones de oro.
Así queda un mundo legitimado, por una mecánica que excluye todo lo auténtico de nuestros pueblos, del que el futbol es uno de los ejemplos supremos. O sea, que esto pasa con la música, la danza, el cine, y toda la cultura: los poderosos han creado un sistema mediático y de poderes circundantes, que legitima, y establece su tabla de valores, en las que los elementos del sur valen solo en tanto entren a ese sistema de escalas del norte.
Los equipos valen en tanto más estrellas de las ligas europeas tengan, incluso el valor de cada jugador depende del club al que pertenezca, y dentro de cada club, al monto monetario de su contrato. Rigurosa escala social llevada al deporte, lo cual se traduce a la larga en una verdad aplastante y por los siglos de los siglos, los países ricos son los ricos y los países pobres son los pobres, el nuevo imperio está establecido y no es cambiable; la diferencia de este nuevo poder imperial estriba en que antes se nos ocurría revelarnos, ya ni se nos ocurre, pues nos han convencido de que es hasta bueno que sea así; incluso ya nos borraron hasta la idea de que es injusto.
Brasil, que ha sido uno de los países con mejores futbolistas, tiene que sacar un equipo con estrellas Barça, el Real Madrid, el Bayern de Múnich… pues su liga ya es inferior; ni siquiera organizando un mundial nos regala un tema musical brasilero, teniendo una de las músicas populares más fuertes del planeta; nos regala un pop de mala muerte, pegajosito, insustancial, que no le ocurriría en su peor momento a un niño que empieza a tocar guitarra en una favela, porque la riqueza de la música en la que ha nacido es aplastante. Pero bueno, esos megaeventos de matriz poderosa, no iban a permitir esa rebelión en la granja.  
Nos han inculcado que las ligas de España, Alemania, Inglaterra, son las mejores, y por tanto es muy bueno que los mejores de nuestras liguillas vayan a jugar allá. Ya el orden está establecido, aquellas, generan miles de noticias diarias, son seguidas con gran despliegue por las pantallas universales, y por tanto serán cada vez mejores, las nuestras; las humildes del sur, no tienen derecho a progresar pues han pasado a ser, con el desarrollo primermundista, simples canteras.       
Ya va resultando hasta de mal gusto tomar los mundiales con sentido de identidad, pasamos a ser recalcitrantes; si le voy a los equipos del sur contra los del norte, estoy politizando el asunto, y politizar (como si en el fondo no se trata de un asunto profundamente político) es algo arcaico, darle un matiz que no tiene; que ciertamente no tiene pues nos enseñaron a aceptar las verdades establecidas. A tal punto llega la Granja que cuando se rebela un pollito, le caemos nosotros mismos. No fueron excepciones quienes, en algunos momentos me expresaron sus preocupaciones: cómo vas a irle a Costa Rica, a Nigeria, a contra Holanda, Alemania, ¿te imaginas que ganen y tengamos una final, por ejemplo, México versus Costa de Marfil, o incluso Colombia frente a Uruguay? Me lo decían categóricamente, o sea, que si eso llegase a pasar el mundial no serviría, pues no estarían los grandes. Desde esa perspectiva, los equipos menores están para decorar. Pero, lo más preocupante es ese pensamiento sumiso asentado y generalizado, globalizado, donde los pobres desean que ganen los ricos, porque así es mejor. Claro que el asunto, debidamente inyectado en las mentes queda como una victoria del deporte. O sea, si se cuela algún equipo meteorito en el sistema de estrellas, echa a perder el asunto, pierde el futbol (claro que pierde la FIFA) porque los perdedores están para perder, si llegaran a ganar no tendría esa final importancia. Increíble, sin un pueblo pobre, con gente de su pobre liga, se impusiera, sería más que una proeza un acto recriminable. ¡Ni pensar en ello! El deporte pierde si no ganan los previstos, si se rompe lo establecido.        
Si no, veamos, incluso, el título y cintillo en nuestro periódico Granma, Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba:
“Gran cartel para semis.
“En definitiva nos han quedado las semifinales que preveían y deseaban los más puristas, una vez concluida la fase de grupos: Brasil vs. Alemania y Holanda vs. Argentina.”
Me alegra entonces no ser de los más “puristas”, me declaro zurdista, rebelde. Creo que cada caul es libre de irle al equipo, o los equipos, que quiera, aunque me resulta sospechoso que quienes más ligas “grandes” siguen, le van a los europeos, o a los latinos de superestrellas como Messi, o Neymar. Esa gran “libertad” de elegir se me parece mucho a la de las marcas y etiquetas, en los supermercados, por eso al menos permítaseme la sospecha ante esa libertad.
Cada vez admiro más al loco rebelde que es Diego Armando Maradona y comprendo porque es tan perseguido por la maquinaria ideológica que representa la FIFA, fue un ejemplo máximo de superestrella del sur, que se paseó por el norte y se rebeló y sostuvo su identidad, y esa rebelión en la granja no la perdonan.  
Claro que estoy ahora mismo con la Argentina, como parte de mi equipo América durante todo el mundial. Y muy a propósito, deseándole (deseándome) esta copa llega otro momento bloguero con la Selección de textos del libro “El fútbol a sol y sombra” de Eduardo Galeano.


El Mundial del 70

En Praga moría Jiri Trnka, maestro del cine de marionetas, y en Londres moría Bertrand Russell, tras casi un siglo de vida muy viva. A los veinte años de edad, el poeta Rugama caía en Managua, peleando solito contra un batallón de la dictadura de Somoza. El mundo perdía su música: se desintegraban los Beatles, por sobredosis de éxito, y por sobredosis de drogas se nos iban el guitarrista Jimi Hendrix y la cantante Janis Joplin.
Un ciclón arrasaba Pakistán y un terremoto borraba quince ciudades de los Andes peruanos. En Washington ya nadie creía en la guerra de Vietnam pero la guerra seguía, según el Pentágono los muertos sumaban un millón, mientras los generales norteamericanos huían hacia adelante invadiendo Camboya. Allende iniciaba su campaña hacia la presidencia de Chile, después de tres derrotas, y prometía dar leche a todos los niños y nacionalizar el cobre. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro que iba a desplomarse en cuestión de horas. Comenzaba la primera huelga en la historia del Vaticano, en Roma se cruzaban de brazos los funcionarios del Santo Padre, mientras en México movían las piernas los jugadores de dieciséis países y comenzaba el noveno Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron nueve equipos europeos, cinco americanos, Israel y Marruecos. En el partido inaugural, el juez alzó por primera vez una tarjeta amarilla. La tarjeta amarilla, señal de amonestación, y la tarjeta roja, señal de expulsión, no fueron las únicas novedades del Mundial de México. El reglamento autorizó a cambiar dos jugadores en el curso de cada partido. Hasta entonces, sólo el arquero podía ser sustituido, en caso de lesión; y no resultaba muy difícil reducir a patadas al elenco adversario.
Imágenes de la Copa del 70: la estampa de Beckenbauer, con un brazo atado, batiéndose hasta el último minuto; fervor de Tostão, recién operado de un ojo y aguantándose a pie firme todos los partidos; las volanderías de Pelé en su último Mundial: «Saltamos juntos», contó Burgnich, el defensa italiano que lo marcaba, «pero cuando volví a tierra, vi que Pelé se mantenía suspendido en la altura».
Cuatro campeones del mundo, Brasil, Italia, Alemania y Uruguay, disputaron las semifinales. Alemania ocupó el tercer lugar, Uruguay el cuarto. En la final, Brasil apabulló a Italia 4 a 1. La prensa inglesa comentó: «Debería estar prohibido un fútbol tan bello». El último gol se recuerda de pie: la pelota pasó por todo Brasil, la tocaron los once, y por fin Pelé la puso en bandeja, sin mirar, para que rematara Carlos Alberto, que venía en tromba.
El Torpedo Müller, de Alemania, encabezó la tabla de goleadores, con diez tantos, seguido por el brasileño Jairzinho, con siete. Campeón invicto por tercera vez, Brasil se quedó con la copa Rimet en propiedad. A fines de 1983, la copa fue robada y vendida, después de ser reducida a casi dos quilos de oro puro. Una copia ocupa su lugar en las vitrinas.

Gol de Maradona

Fue en 1973. Se medían los equipos infantiles de Argentina Juniors y River Plate, en Buenos Aires.
El número 10 de Argentinos recibió la pelota de su arquero, esquivó al delantero centro del River y emprendió la carrera. Varios jugadores le salieron al encuentro: a uno se la pasó por el jopo, a otro entre las piernas y al otro lo engañó de taquito. Después, sin detenerse, dejó paralíticos a los zagueros y al arquero tumbado en el suelo, y se metió caminando con la pelota en la valla rival. En la cancha habían quedado siete niños fritos y cuatro que no podían cerrar la boca.
Aquel equipo de chiquilines, los Cebollitas, llevaba cien partidos invicto y había llamado la atención de los periodistas.
Uno de los jugadores, El Veneno, que tenía trece años, declaró: -Nosotros jugamos por divertirnos. Nunca vamos a jugar por plata. Cuando entra la plata, todos se matan por ser estrellas, y entonces vienen la envidia y el egoísmo. Habló abrazado al jugador más querido de todos, que también era el más alegre y el más bajito: Diego Armando Maradona, que tenía doce años y acababa de meter ese gol increíble.
Maradona tenía la costumbre de sacar la lengua cuando estaba en pleno envión. Todos sus goles habían sido hechos con la lengua fuera. De noche dormía abrazado a la pelota y de día hacía prodigios con ella. Vivía en una casa pobre de un barrio pobre y quería ser técnico industrial.»

El Mundial del 78


En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del sida, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro,
que iba a desplomarse en cuestión de horas.
En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. EL Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció: “Este país tiene un gran futuro a todo nivel.” Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después: “Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.”
Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.
La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.
A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina.
El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.
Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.

El Mundial del 86

Baby Doc Duvalier huía de Haití, robándose todo, y robándose todo huía Ferdinand Marcos de Filipinas, mientras los archivos norteamericanos revelaban, más vale tarde que nunca, que Marcos, el alabado héroe filipino de la segunda guerra mundial, había sido en realidad un desertor.
El cometa Halley visitaba nuestro cielo después de mucha ausencia, se descubrían nueve lunas en torno al planeta Urano, aparecía el primer agujero en la capa de ozono que nos protege del sol. Se difundía una nueva droga, hija de la ingeniería genética, contra la leucemia.
En el Japón se suicidaba una cantante de moda y tras ella elegían la muerte veintitrés de sus devotos. Un terremoto dejaba sin casa a doscientos mil salvadoreños y la catástrofe nuclear soviética de Chernobyl desataba una lluvia de veneno radioactivo, imposible de medir y de parar, sobre quién sabe cuántas leguas y gentes.
Felipe González decía sí a la OTAN, la alianza militar atlántica, después de haber gritado no, y un plebiscito bendecía el viraje mientras España y Portugal entraban al mercado común europeo. El mundo lloraba la muerte de Olof Palme, el primer ministro de Suecia, asesinado en la calle. Tiempos de luto para las artes y las letras: se nos iban el escultor Henry Moore y los escritores Simone de Beauvoir, Jean Genet, Juan Rulfo y Jorge Luis Borges.
Estallaba el escándalo Irangate, que implicaba al presidente Reagan, a la CIA y a los contras de Nicaragua en el tráfico de armas y de drogas, y estallaba la nave espacial Challenger, al despegar de Cabo Cañaveral, con siete tripulantes a bordo. La aviación norteamericana bombardeaba Libia y mataba a una hija del coronel Gaddafi, para castigar un atentado que años después se atribuyó a Irán.
En una cárcel de Lima morían ametrallados cuatrocientos presos. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. Se habían desplomado muchos edificios sin cimientos, con toda la gente adentro, cuando un terremoto había sacudido a la ciudad de México, el año anterior, y buena parte de la ciudad estaba todavía en ruinas mientras se inauguraba allí el decimotercer Campeonato Mundial de Fútbol.
En la Copa del 86, participaron catorce países europeos y seis americanos, además de Marruecos, Corea del Sur, Irak y Argelia. En México nació la ola en las tribunas, que a partir de entonces suele mover a las hinchadas del mundo al ritmo de la mar bravía. Hubo partidos de esos que ponen los pelos de punta, como el de Francia contra Brasil, donde los jugadores infalibles, Platini, Zico, Sócrates, fracasaron en los penales; y hubo dos goleadas espectaculares de Dinamarca, que propinó seis tantos a Uruguay y recibió cinco de España.
Pero éste fue el Mundial de Maradona. Contra Inglaterra, Maradona vengó con dos goles de zurda al orgullo patrio malherido en las Malvinas: hizo uno con la mano izquierda, que él llamó mano de Dios, y el otro con la pierna izquierda, después de haber tumbado por los suelos a la defensa inglesa.
Argentina disputó la final contra Alemania. Fue de Maradona el pase decisivo, que dejó solo a Burruchaga para que Argentina se impusiera 3 a 2 y ganara el campeonato cuando ya el reloj señalaba el fin del partido, pero antes había ocurrido otro gol memorable: Valdano arrancó con la pelota desde el arco argentino, cruzó toda la cancha y cuando Schumacher le salió al cruce, la colocó contra el poste derecho. Valdano venía hablando con la pelota, le venía rogando: Por favor, entrá.
Francia se clasificó en tercer lugar, seguida por Bélgica.
El inglés Lineker encabezó la tabla de goleadores, con seis tantos. Maradona hizo cinco goles, como el brasileño Careca y el español Butragueño.

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