La presentación incluye el estrenos de un video “Revolutión 9+50” y el concierto de trovadores que participan en el disco como Frank Delgado, Leonardo García y Roly Berrio (sin descartar alguna sorpresa).
El disco es parte de un proyecto que incluye un libro que edita la Casa Editora Abril, y que incluye 12 relatos de amor sobre poetas y cantores de Cuba y Latinoamérica fundamentalmente, y un grupo de artículos relacionados con ellos y el proceso de grabación del disco.
Aquí va el video de estudio de la canción y dos textos relacionado con la cantautora Eme Alfonso y la pieza “Silviada”.
LA MADONA CON NIÑO, COMO LLOVIENDO SANTOS
Por E.D.I
Anoche me escapé de esta existencia
llegué a un estado-luz en lo remoto
llegué a un estado-luz en lo remoto
Apareció como desde estos versos de la que ya era su canción: en estado-luz.
No la conocía personalmente. Una vez estuve a punto; pasaba por el teatro Bertolt Brecht y ella conversaba junto a Joseph Ross, realizador de su video clip “Para mestizar” que creo estrenaban ese día. A él lo conozco de hace tiempo, así que lo saludé de lejos; cuando la vi tuve la tentación de acercarme, pero yo iba en short y creo que hasta en chancletas –en una de mis vueltas por el agro- y me daba pena (con razón) subir así a la terracita del teatro.
Las cosas suceden cuando tienen que suceder –sentenciaría Carballea-.
Y sucedieron: el 10 de abril de 2018, día en que toda la ternura del mundo la tenía Eme Alfonso Valdés. La vimos descender de un taxi sobre las 2.20 pm desde el balcón de los estudios Scorpio.
Fue una fuga vital de un tiempo roto,
un salto hacia el vitral de la inocencia.
un salto hacia el vitral de la inocencia.
Le abrimos paso para que se sentara entre saludos, pues son dos pisos de escalera y estaba embarazada, casi a punto ya; sin embargo, traía una frescura adolescente, y una sonrisa noble, de esas que teje una estirpe familiar (estirpe espiritual, la única que nos hace príncipes).
Si bien están sus padre y madre, Carlos Alfonso y Ele Valdés, entre esos músicos admirados que nunca me he atrevido a entrevistar, hemos coincidido en un par de eventos y, no ha hecho falta intercambiar muchas palabras, para llevar de ellos esa sonrisa limpia, ese aire cálido, natural, (sin el glamour que se inventan tantos figurines musicales que se creen “estrellas”), esa luz interior que da la sencillez martiana y que Eme irradiaba ahora en los estudios Scorpio.
Fue en pitusa, una blusa como de recortes, con discretas flores y tenis; humilde y sobria, sin uñas, ni labios pintados, ni siquiera polvos en la cara. Como la mujer que soñaba Martí, y que moldea en sus cartas a quien llamó su hijita, María Mantilla:
“La elegancia del vestido, -la grande y verdadera,- está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poco alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz.”
Rodeamos a Eme, y claro que los primeros comentarios fueron sobre su embarazo, podía parir ya en ese momento, es primeriza y estaba entrando en los días previstos para el parto. Pasó al estudio a ambientarse y repasar la pieza. Delio, el grabador, se la puso un par de veces. La murmuró y vino hasta la cabina a tomar un aire. Entonces me pidió que le hiciera la historia de la canción.
Primero le hablé del proyecto en general, el libro-disco, las canciones imbricadas con los relatos. La que ella iba a cantar estaba relacionada con dos seres muy especiales, Juana García Abás, poeta, escritora, ensayista... y José Luis Fariñas, poeta, escritor, artista plástico, quien es además el ilustrador de este proyecto (como en los libros y disco anteriores de El Diablo Ilustrado).
La canción nace de una descarga de fines del año 1994 en su casa, (está fechada 17-1-1995), Juana era mi profesora de Estética en la Facultad de Medios Audiovisuales del ISA, y cuando supo que yo trovaba me invitó a su casa; más bien a un castillo encantado del Cerro en el que los poetas de todas las artes, y de todos los tiempos, andan a sus anchas dialogando con sus moradores, de tú a tú, sin que siquiera la muerte pueda poner obstáculos.
Chaplin con su Chicuelo, Vallejo con sus Heraldos negros, Roque Dalton con su poemario Tabernas y otros lugares, y con su aspirina:
Anoche Roque me llevó hasta la aspirina,
desgajó las Tabernas…con tus rezos.
desgajó las Tabernas…con tus rezos.
Quiso que le especificara lo de la aspirina y le conté del poema “Los dolores de cabeza”, en el que dice:
Bajo el capitalismo nos duele la cabeza
y nos arrancan la cabeza.
En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba de retardo.
En la construcción socialista planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será, entre otras cosas,
Una aspirina del tamaño del sol.
y nos arrancan la cabeza.
En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba de retardo.
En la construcción socialista planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será, entre otras cosas,
Una aspirina del tamaño del sol.
Eme sonríe, le cuento que Juana García Abás era parte de ese ambiente de amigos poetas, trovadores, pintores, cineastas en el que estaban Roque, Wichy Nogueras, Víctor Casaus, José Massip, Silvio... y que la canción juega con todo eso, y especialmente con canciones como De la ausencia y de ti, y Casiopea que es del disco Rodríguez que acababa de salir por entonces (LP de placa). Apenas salía un disco de Silvio lo rayaba fusilando las canciones a la guitarra para cantarlas después, fungiendo así como una especie de tocadiscos distorsionado. Esa noche debo haber tocado el disco completo, y recuerdo que Casiopea, la toque varias veces a petición de Juana.
El pintor –de escribano-
catalogaba estrellas de los ecos
como un Cristo sentado
irradiando la fe de los secretos.
catalogaba estrellas de los ecos
como un Cristo sentado
irradiando la fe de los secretos.
El pintor es José Fariñas, de escribano porque hacía apuntes o esbozos sobre un cuaderno, y lo del Cristo sentado, es porque su perfil se me figuró el Cristo de Fidelio Ponce.
Eme, ya sumergida en las historias, me pregunta por La Madona con niño de la canción.
Le cuento que estaba mi hijo Abelito de unos 3 años en los brazos de su mamá en el sofá de la sala, imagen que asocié a Madonna Litta, cuadro de Da Vinci, y que componían el alucinante fresco que se me pintaba aquella noche en la cabeza mientras cantaba.
Aquí, entonces, Eme hizo una confesión, que prueba que las multiples causas y azares que he venido contando, no obedecen a un misticismo narrativo de mi parte, ni a un tono escolástico, con pretensiones de arribar a una verdad de dios produciendo el disco.
Esta canción “Silviada (bajo la luz de Casiopea) se había quedado de última a grabar del disco, y no era Eme quien la iba a cantar; estaba reservada para un trovador entrañable de la generación fundacional de la Nueva Trova, cercano a Silvio, por tratarse de una pieza dedicada a él. Ese trovador tuvo que someterse a una operación, y su restablecimiento se extendió mucho más de lo previsto y tuvimos que buscar quien cantara el tema, con la agravante de que ya estaba el arreglo grabado.
Rober Luis, estaba trabajando por esos días con Eme y pensó en ella; a Carballea y a mí nos encantó la idea; habría que ver si le encajaba ese tono.
Si bien no conocía a profundidad el canto de Eme, me era más que suficiente la opinión de Rober, y me entusiasmaba que fuese ella porque se espesaba el ajiaco poético que anima este libro-disco; con ella entraba el mundo del grupo Síntesis, al que admiraba desde aquellos primeros discos de finales de los 70. Con esa agrupación una nueva sonoridad rock empezaba a cuajar desde la trova cubana. Especialmente el LP Hilo directo, marcó pautas con piezas de Donato Poveda, como la que da título al disco, “La gente sabe sonreír”, y “Alguien llama”, “Desamor” de Amaury Pérez, y dos piezas “Asoyin” de Carlos Alfonso y “Mereguo” con texto de Lucía Huergo, que enfilan proa hacia un trabajo que acuñaría los caminos de Síntesis con los discos Ancestros. Un enjundioso estudio de nuestras raíces los lleva a procesar cantos y toques afrocubanos tratándolos desde una sonoridad rock, en un trabajo musical desarrollado durante décadas hasta nuestros días, y que incluyó la participación de Lázaro Ross, voz y espíritu icónico del folklore afrocubano.
Por demás, Síntesis también trabajó directamente con Silvio Rodríguez en el disco El hombre extraño. Así que nada más coherente en este coro fantasmal que Eme Alfonso Valdés, cantando la “Silviada”.
Y después de todas estos vericuetos de la suerte, (o de las consecuencias –según el gusto del lector) llega el momento de la increíble confesión de Eme, como preludio a la grabación:
-Esto ha sido casi un secreto de familia, nunca lo he contado a nadie. Mi verdadero nombre, el del carnet de identidad, es Madona. Mis padres me iban a llamar Eme, que es el nombre que llevo en mi vida, pero estoy inscrita como Madona porque me tocó nacer en la época de los nombres disparatados: al estilo Yusnavy, Yessisleidy, Yurinisleidy y toda una plaga de “ladys”, los nombres compuestos por sílabas de los padres, o palabras al revés; si eras hijo de Tamara y Juan estabas en peligro de llamarte Naujaramat. De tal manera que salió una ley que había que inscribir a los niños con nombres castellanos y cuando mis padres dijeron Eme, no se lo permitieron. Entonces Carlos, como quien suelta lo primero que le viene en mente –total, si le llamaremos Eme- dijo: Póngale Madona.
Y díganme si es casualidad o causalidad que sea ella quien, tras tantas vueltas venga a cantar:
La Madona con niño
revoloteaba al parto de ocurrencias…
Si fuera poco la coincidencia de ese nombre clandestino, y que estuviera a punto de parir, Eme trajo consigo a los Ancestros.
…como lloviendo santos
o protegiendo el halo
o palpitando ausencias.
o protegiendo el halo
o palpitando ausencias.
Antes de entrar al estudio, y con una delicadeza suprema nos comentó a Rober y a mí que necesitaba hacer unos giros melódicos, pues al no estar en su tono, necesitaba algunas variaciones pequeñas para ajustar su canto.
Había estudiado la canción y había grabado una guía que llevaba en su móvil. Repasó una vez y comenzó a grabar, en tres tramos, para asegurarse.
Su interpretación de un intimismo sobrecogedor, como si en cada palabra se jugara la vida, nos dejaba colgados en una frase como si su voz se extendiera en el tiempo, acariciante.
Anoche fui el Chicuelo protegido
el aura del eterno vagabundo
anidó con tu asombro en mi cabeza…
el aura del eterno vagabundo
anidó con tu asombro en mi cabeza…
En una de las escuchas, advirtió ella misma un detallito de texto: un “tu”, por “su”, que yo había notado pero estaba dispuesto a sacrificar –de manera que no variaba el sentido-con tal de no romper el hechizo.
Anoche retornamos a Teté
en tu manto de aliento colonial…
en tu manto de aliento colonial…
La Madona le estaba susurrando la canción, al niño que traía en su vientre, como arrullando a ese hijo que llegaría apenas una semana después. Se hizo un largo silencio, hasta que ella pegruntó ¿vamos para la otra toma o limpiamos esta?
Nos miramos, Rober, Ivancito (que estaba grabando, junto a Delio) Carballea y yo; sin palabras.
-Ven, vamos a escucharla, pero todo apunta a que… ni tocarla. Le contestó el Rober.
Miriam, acurrucada en Carballea, la recibió diciéndole: -Muchacha eres un pote de miel cantando.
Nos tiramos unas fotos, ella llamó a sus padres. Yo quería haberle dicho mucho, pero solo le di un abrazo, besé su frente y puse un instante mi palma sobre su vientre.
-Gracias.
No me perdono la pena de no bajar con ella a saludar a Carlos y Ele que habían ido a recogerla; así que solo hubo un adiós desde el balcón. Siempre doy por sentado un encuentro delante y no siempre nos da la existencia la oportunidad de agradecer. Al menos me queda de consuelo una canción; los misterios de una voz de hija -ahora madre-, apresando en versos la ternura de un instante bajo la luz de Casiopea.
…cual pacto celestial
“silviamos” el después
y lanzamos también nuestra señal.
“silviamos” el después
y lanzamos también nuestra señal.
……………………….
NOTA: Si fueran pocos los azares, hace unos días entrevisté a Eme en el programa radial “La vida es otra cosa” de Radio Ciudad y resulta que siendo una niña de 7 años hizo su primera grabación, nada menos que con Silvio haciendo voz en Escaramujo, que es la pista 3 del disco Rodríguez, el mismo que abre (o sea solo separado por un surco) “Casiopea” la canción que inspira esta pieza que ahora ella canta en Los amores… cuyo título completo es “Silviada (bajo la luz de Casiopea).
A LA VERA DEL DIABLO ILUSTRADO
¿Y si te cuento, para mayor concurrencia de causas ignotas, que la madre de quien canta la canción que hoy nos reúne en estas líneas, en tu tercer libro y en tu próximo disco, la esposa de Carlos Alfonso —ese otro músico admirable—, la exquisita músico Ele, y yo fuimos condiscípulas en la Escuela Nacional de Arte? Nada es fortuito. Ele estudiaba música cuando los Thieles y Carlos Fariñas impartían su impecable magisterio en la ENA; allí estudiaba yo pintura bajo monumentales cúpulas, con la inmensa fortuna de tener por maestros a Martínez Pedro y Antonia Eiriz en las aulas; a Servando Cabrera, quien continuaba dándonos clases clandestinas en su casa a los pocos alumnos que íbamos a escondidas tras su expulsión del claustro de la ENA, y al dedicado Alpízar que formó dibujantes como Fabelo y Pedro Pablo Oliva. Por aquellos años y en Isla de Pinos —que así se nombraba todavía la segunda isla de este archipiélago— compartíamos Ele y yo una litera de dos pisos (ella, mucho más alta, tomó el piso de arriba) tras cada jornadas de aquel arduo verano de trabajo voluntario en que logramos sembrar limoneros y abonar con potasio buena parte de las tierras entonces áridas de la finca El Abra, la misma donde cumplió parte de su destierro —grillete al tobillo— el joven Martí al amparo de la familia Sardá-Valdés durante el otoño del 1870. Pero la concurrencia de incógnitas que generan casualidades van más lejos. Cuando niños, mi hijo, José Luis (Fariñas), y Equis Alfonso (hijo de Ele y de Carlos y ¡hermano de Eme!) fueron igualmente condiscípulos: ambos estudiaban piano en el Conservatorio Manuel Saumell. José Luis se inclinó luego por las otras artes que cultiva intensamente —y aquí mismo nos enlaza con sus trazos, Equis continuó con su exitosa carrera musical, y a ratos también coinciden en los mismos espacios. Siempre me ha resultado curioso que su padre, Carlos Alfonso, y yo nos hayamos saludado a cada encuentro con fino afecto sin saber exactamente dónde nos conocimos ni quién nos presentó. Ahora te contaré sobre un raro amanecer de finales de los sesenta cuando Silvio, ese indudable iluminado, y yo compartimos con Carlos Alfonso, por pura coincidencia, una alucinante ruta once (¿o era una dieciséis?) que andaba rodando fantasmalmente vacía en una época de ómnibus repletísimos. Carlos estaba sentado en el primer asiento al lado opuesto al conductor, de espaldas a nosotros. Antes de bajarme del vehículo lo reconocí, nos sonreímos y cruzamos los consabidos familiares saludos. Silvio y yo habíamos subido por la trasera y nos sentamos en el último asiento muertos de sueño y con los pies, los zapatos y los bajos de los pantalones aún mojados por el inquieto oleaje de la costa del oeste habanero adonde habíamos recibido el amanecer yendo hacia el este, rumbo al sol que veíamos ascender tras la Cabaña, caminando y conversando muy largamente con el carismático actor René de la Cruz y con dos amigos más que ya hoy no podría asegurar si acaso serían el mago de Pablo y la bella Yolanda o el agudo e inolvidable Sergio (Vitier) y Zareska, a quienes visitábamos por aquellos años inolvidables cuando éramos paradójicamente bizarros y bohemios, cuando era imposible imaginar que las incógnitas nos harían conocer, a mí y a mi hijo, también en los campus de Cubanacán, a ti, trovador, a quien no debo nombrar —enigma tras del heterónimo—, autor de esta singularísima saga en la que nos reúnes a los obradores que aquí he nombrado, y a muchos más que nombras en las ciertamente nada diabólicas “diabluras” de aliento martiano donde, sin proponértelo, has entretejido con imantados hilos infinitas causas, y de nuevo afloran, plenos de azares fabulosos, estos relatos que iluminan las almas mientras despabilan los frágiles hilillos de la fe.
Juana García Abás
El Cerro, La Habana, primavera del año XVIII, siglo I, milenio III
Otro regalo de este sorprendente disco, rebosante de talento y buena vibra!!
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